Polonia, la hora feliz
¡Qué bella y qué feliz, la hora polaca! Una hora que duró eternos minutos de luces y tinieblas y que recuerda a la admonición de Hamlet a Horacio en la que le exhorta a dar a los extraños la cortés bienvenida que se merecen. En un contexto en el que Polonia todavía se encontraba dividido -desde 1795- entre tres potencias invasoras (el Imperio Austrohúngaro, Prusia y Rusia), esta exposición en la sala Mapfre ofrece la oportunidad de que el espectador se sienta conducido por una especie de fe ciega en la pintura con la que evitar la retórica autoritaria de la historia. Monika Poliwka ha seleccionado ochenta óleos, a los que se suman dibujos, grabados, documentos y carteles que iluminan un periodo riquísimo, la llamada hora feliz de una nación sin Estado donde los creadores, hermanados con Mallarmé, Baudelaire y otros espíritus parisienses, tuvieron la conciencia de que sólo en contacto con lo más vital del arte internacional podía revitalizarse la cultura nacional polaca.
POLONIA FIN DE SIGLO. 1890-1914
Fundación Mapfre Avenida del General Perón, 40 Madrid. Hasta el 23 de marzo
Viena, Múnich, Berlín, Leipzig, París y San Petersburgo fueron las ciudades más frecuentadas por los artistas simbolistas polacos. Jacek Malczewski, quizá el más completo de los modernistas, está considerado el gran paisajista (Primavera, Paisaje con Tobías) y el pope del nacionalismo polaco, lo que sintetizó en este consejo a sus alumnos de la Escuela de Arte de Cracovia: "Pintad para que Polonia resucite". Uno de sus cuadros más singulares, Arte en zascianek (una aldea de la pequeña nobleza, 1896) podría servir hoy para representar el necesario papel del artista en una sociedad sumida en el pathos de la condenación a la guerra. Se trata de una escena en la que la figura infantil de un fauno aparece delante de una joven pastora descalza en medio del patio embarrado de una aldea. El mensajero enigmático llega a esa casa solariega como artista; tocando la siringa, el instrumento preferido de los pastores de la Arcadia, intenta mitigar el susto que a la pequeña le causa la presencia de un grupo de enormes pavos negros. Malczewski interpreta al fauno, símbolo de la añoranza de la idílica y perdida tierra, como un símbolo del arte "alto", que choca con el primitivismo de su entorno y con la ignorancia del poder, representado por la arrogancia de los pavos. En su gusto por la alegoría, el pintor también se retrata en sus escenografías, un tanto excesivas, en ocasiones revestido de una armadura o en el fondo de su propio estudio, poblado por un torbellino de figuras soñadas, espectrales, de guerreros y exiliados de Siberia (Melancolía).
Otro gran nombre que dio
Polonia al simbolismo es el de Stanislaw Wyspiánsky, con sus excelentes visiones urbanas, sus paisajes cargados de enigmas y sus retratos infantiles. Józef Pankiewicz ofrece unos nocturnos muy whistlerianos (Calesa de Varsovia en una tarde lluviosa con la ciudad al fondo) y al goyesco Podkowinski se le recuerda sobre todo por los óleos La marcha fúnebre de Chopin o el controvertido Frenesí, un cuadro alucinado que muestra a una mujer desnuda abrazada a un caballo negro, y del que la exposición madrileña muestra uno de los cuatro bocetos.
Los paisajes de Leon Wyczólkowski, Konrad Krzyzanowski y Wojciech Weiss, muy cercanos al expresionismo, y Jan Stanislawski, o el sintetismo a lo nabis de Wladyslaw Slewinski son otras sorpresas de una exposición que ha sabido subrayar el arte nuevo de un país que luchó por expresar lo inexpresable, lo oculto y lo enigmático, un despojar la verdad de las mentiras sociales o, al decir del poeta Cezary Jellenta, "tocar las adormecidas cuerdas, enriquecer el espíritu humano o tan sólo causar un nuevo estremecimiento".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.