El potente armamento de las ideas
Susan Sontag murió el martes a los 71 años tras luchar 26 contra el cáncer. Ayer, junto a las 57.000 víctimas de los tsunamis, The New York Times daba cuenta de su muerte en primera página y le dedicaba en el interior otra ilustrada con cuatro fotografías. Sus logros son caleidoscópicos, tienen demasiados prismas, demasiadas aspiraciones como para encajarlos en un breve artículo. La apreciación real de su obra necesitará del tiempo, pero hoy Nueva York está aturdida por la tristeza. Por un sentimiento real de pérdida. En muchos sentidos ella encarnaba nuestro tiempo, nuestro lenguaje y nuestras preocupaciones. Sus ideas despertaban tanta admiración como enfado, era un punto de referencia en nuestra vida y ahora, de repente, se ha ido dejando un sonoro espacio vacío.
Pese a sus formidables logros intelectuales, mis amigos usaron ayer 'coraje' para describirla
Encarnaba nuestro tiempo, nuestro lenguaje y nuestras preocupaciones
Había conseguido lo inimaginable, convertirse en una celebridad nacional e internacional, algo que no suele ocurrir a un intelectual y, evidentemente, mucho menos siendo mujer. La meteórica fama de Norman Mailer comenzó de un modo más tradicional, como la de Hemingway: había escrito la gran novela americana sobre la guerra. Saul Bellow y más recientemente Philip Roth construyeron su reputación como novelistas prefiriendo mantenerse apartados del ojo público. Susan era diferente.
Irrumpió en la escena literaria neoyorquina en la mejor época, a principios de la brillante década de los sesenta. El vibrante mundo literario de Nueva York estaba preparado para recibir a esta imponente mujer de melena negra y brillantes ojos castaños que volvía de París con un niño pequeño, David Rieff, siempre corta de dinero, con un montón de coraje y una estética francesa aderezada con una licenciatura en Filosofía por la Universidad de Chicago. Era una mezcla de Hannah Arendt (su heroína) y Jean-Luc Godard.
Cuando le presentaron al anciano editor de la Partisan Review, William Phillips, le preguntó directamente cómo podía publicar un artículo en su revista. Phillips le dijo: "Mándamelo". Así lo hizo. Notes on camp (1964) causó sensación y dio nueva vida a la PR. Al mismo tiempo sorprendió a los lectores de la previsible y de izquierdas The Nation con su audaz reseña sobre el filme underground Scorpio Rising. La película mostraba abiertamente una estética homosexual sin ninguno de los códigos de disimulo de los años cincuenta (en las obras de Tennessee Williams, la homosexualidad se ocultaba bajo un supuesto contexto heterosexual).
Pese al vigor del mundo literario de Nueva York y California, a principios de los sesenta, mientras EE UU estaba al borde de una revolución cultural, el lenguaje del "mundillo literario" era caduco y anticuado, la vanguardia no sacaba lo nuevo. Susan arrancó a la Partisan Review de su obsesión izquierdista "Trotsky versus Stalin", residuo de los años treinta; dio un toque francés a la recién fundada New York Review of Books, que tendía a ser demasiado académica al estilo británico, y fue uno de los escritores que hicieron consciente a The New Yorker de que estaba anclada en los chistes y en los relatos cortos sobre la clase media acomodada.
Su innovación fue la insistencia en examinar las estéticas de la estética; nos dio un nuevo vocabulario. Al principio su prosa era un poco renqueante, pero con el tiempo su estilo adquirió brillo, acomodándose con más gracia a su intelecto galopante. Y las ideas de Sontag prendieron. Uno no podía ya hablar de fotografía, de enfermedad o de estética sin usar su obra como referencia. Sobre la fotografía fue uno de los primeros libros que hablaron del distanciamiento que las fotografías provocaban en el espectador frente a los horrores que el fotógrafo intentaba trasmitir. La enfermedad y sus metáforas y su mejor colección de ensayos Contra la interpretación contienen observaciones de similar profundidad. Aunque escribió cuatro novelas -y una de ellas, El amante del volcán, ganó el Nacional Book Award del 2000 y fue un best seller nacional-, su mejor obra son los ensayos.
Si en Europa no es difícil que un intelectual se convierta en una estrella nacional, en EE UU casi nunca sucede. Sontag sorprendió al mundo literario de Nueva York al pasar rápidamente de ser una estrella de la escena intelectual neoyorquina a adquirir fama primero en los campus universitarios de todo el país y luego lograr un reconocimiento nacional automático. Woody Allen la contrató para que hiciera de sí misma en una de sus películas. En Bull Durham, una película sobre el baseball, Susan Sarandon encarna a una guapa mujer que se acuesta con jugadores de baseball y que, para cultivarse, lee a Susan Sontag. En los guiones de los ochenta los escritores no tenían necesidad de explicar al público quién era Susan Sontag; todos lo sabían.
A pesar de sus formidables logros intelectuales y del estatus de celebridad de Sontag, la palabra que la mayoría de mis amigos usó ayer para describirla fue coraje. Mi amigo el escritor Clancy Sigal recordó su compromiso con Sarajevo: "Yo estaba en un grupo involucrado con Sarajevo. Esperaba que Sontag fuera una diva, pero en lo que a Sarajevo se refiere era de lo más auténtico. Estaba total y apasionadamente comprometida en hacer lo que había que hacer". Otro escritor, Lenni Kriegel, que tuvo parálisis infantil, también usó la palabra coraje para describirla: "No comparto todas las tesis de La enfermedad y sus metáforas, pero el libro fue enormemente importante para mí. Pienso en él cada vez que escribo sobre la enfermedad".
La última vez que vi a Susan Sontag fue en el otoño de 2003, viajábamos en el mismo avión a Madrid. Aunque nos conocíamos, no éramos amigas, pero de repente Susan adquirió un aire vulnerable, cansado. "Viajar ha dejado de ser divertido". Su madre fue alcohólica, su padre un vendedor de pieles que murió en China de tuberculosis cuando Susan tenía cinco años. Alguna gente busca su seguridad aferrándose a su pasado. Susan parecía encontrarla corriendo hacia el futuro, pertrechada y parapetada con el potente armamento de sus ideas.
Babelia
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