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Reportaje:

El desafío de Cristina Iglesias

La última obra de la escultora es la fuente del atrio del Museo de Amberes

Una alfaguara vestida con motivos vegetales, donde el ruido y el silencio se unen estrechamente, continuadamente. Una grieta que se ha encarnado en la profundidad de la historia y que alarga su línea transversal, intemporal, hacia la fachada neoclásica del Museo de Bellas Artes de Amberes. Es la última escultura de Cristina Iglesias, y también la pieza que culmina el proyecto de reordenación de la plaza Leopold de Wael de la ciudad belga. La fuente profunda (Diepe fontein, 37 por 17 metros), que se inaugura hoy, crea la ilusión de un corte profundo sobre un abismo y está situada en el atrio de la pinacoteca, a los pies de la escalinata de acceso.

Amberes es una ciudad ligada al agua y a los cortes profundos, dramáticos. La historia dice que el nombre de la ciudad, Antwerpen en neerlandés, proviene de la leyenda del centurión Silvio Bravo, cuya estatua puede verse en Grote Markt (Plaza Mayor). Cuentan que el gigante Druoon Antigoon habitaba el río, cobrando peaje a los barcos que quisieran pasar. Si un barco no pagaba, cortaba la mano del capitán y la arrojaba al río Shelde (Escalda). Un día, el miliciano romano, cansado ya, cortó la mano del gigante y la lanzó a las aguas. De ahí el topónimo, hand (mano), werper (lanzar).

Pues bien, en algún momento Cristina Iglesias debió de pensar que su último trabajo, que pone fin a las obras de rehabilitación y reordenación de la plaza de Wael y el atrio del Museo de Bellas Artes a cargo de los arquitectos Paul Robbrecht y Hilde Daem, debía funcionar como el trazado silencioso de una grieta intemporal en la superficie del cuerpo del arte, hacia el puro espesor que conectaría con las profundidades de la historia, allá por el XVII, cuando Jan Brueghel el Viejo, Pedro Pablo Rubens y Frans Snyders produjeron en Amberes sus trabajos más destacados, muchos de los cuales hoy forman parte de las colecciones del Museo del Prado.

La fuente profunda, hacia dentro, no hacia fuera (más bien un manantial en forma de rectángulo vestido con motivos vegetales), está situada a los pies de la escalinata de acceso al museo, en una zona al aire libre de descanso y espera. "La idea", explica la escultora donostiarra, que ha tenido que esperar casi diez años para ver realizado su proyecto, "era crear un estanque sobre un abismo, atravesado transversalmente por una hendidura, consiguiendo la ilusión de un corte profundo en el que se pudiera ver el fondo y en el que el agua desapareciera dramáticamente. El suelo es un bajorrelieve de hormigón con formas inventadas (ramas, hojas y setas), oscuro, para que permita el reflejo de la fachada neoclásica del museo en el agua. Quería que la fuente simulara un espejo", y añade: "En la obra hay muchos trucos visuales, es una pieza muy perceptiva a la luz. Me gustaba la idea de transmudar la cara del edificio en el agua, como si la escultura hablara con el museo".

La escultura está dotada de un sofisticado mecanismo que consigue que, durante una hora y en cuatro fases, el agua brote y desaparezca, en una secuencia temporal en bucle. "En Fuente está la idea de tiempo y movimiento. El visitante tiene que rodearla para entrar en el museo, es casi como un obstáculo. Pero también puede sentarse, y contemplarla. Creo que es un trabajo que estimula la percepción. Y si sales del museo y te encuentras con ella, la miras de otra forma. Me imagino que es como cuando estás frente a un cuadro; si lo dejas y vuelves a mirarlo, nunca lo ves de la misma forma".

<i>La fuente profunda</i> de Cristiana Iglesias, en el Museo de Amberes.
La fuente profunda de Cristiana Iglesias, en el Museo de Amberes.KRISTIEN DAEM

A las puertas del Prado

La obra de Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956) se ha desarrollado en el contexto de la escultura europea y americana. Una generación de artistas, como Miroslaw Balka, Stefan Balkenhol, Katharina Fritsch, Reinhard Mucha, Juan Muñoz, Thomas Schütte, Franz West y Rachel Whiteread aparecieron con Iglesias en los años ochenta y noventa. Aunque todos han sido influidos por la revolución escultórica de los sesenta, sus trabajos basculan entre la tradición del objeto autónomo cerrado y las formas expandidas o instalación.

El territorio de Cristina Iglesias se encuentra entre la arquitectura y la escultura, entre el espacio real y el pictórico, entre la naturaleza y la cultura. Creando lo que parecen pasadizos y celosías, utiliza las sombras para sugerir una perspectiva más profunda. "Ocupo el espacio de una manera ensimismada, y digo ensimismada porque me lo puedo permitir, porque puedo ser más libre y más abstracta que un arquitecto", confiesa. El último reto de Cristina Iglesias será para el Prado. El arquitecto navarro Rafael Moneo, que firma el proyecto de ampliación de la pinacoteca, le encargó que diseñara las puertas de acceso. La obra se inaugurará a mediados de noviembre. "Son unas puertas que se articulan con el umbral y parte de la fachada. Se trata de una vegetación inventada que tiene que ver con esos espacios irreales que me gusta crear, casi de ciencia-ficción. Las puertas permiten la entrada a un templo, son el acceso al ilusionismo, a la fantasía de la pintura. En ellas también está la idea de cambio, de movimiento. Mi obra es muy fenomenológica y apela a la imaginación, funciona según estés y el día que tengas. Blanchot decía que la imagen existe después del objeto. Primero vemos, después imaginamos".

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