La siesta de los cocodrilos devora-hombres
Capital política de Costa de Marfil y hogar del padre de la independencia del país, Félix Houphouët-Boigny, es feudo de los baulé, etnia del ex presidente Boigny y de su incombustible sucesor, Henri Konan Bedié. También es un destino turístico apetecible gracias a atracciones como ese delirio acomplejado y megalómano que es la Basílica de Nuestra Señora de la Paz o el que se conoce popularmente como Lago Caimán. Tanto la basílica, más grande que la de San Pedro y un auténtico despliegue de ostentación indecente sobre un antiguo cocotal, como el hábitat de los cocodrilos, que recibió la atención mediática hace un año, cuando los desagradecidos saurios se merendaron a su cuidador ante los ojos aterrados de los turistas, son cosa del mismo Boigny.
Más allá de Yakro, como se la conoce entre los marfileños, comienzan los problemas de seguridad y las dificultades para desplazarse por un país que todavía se recupera de la guerra. La proliferación de armas durante los once últimos años de crisis políticas ha resultado en un incremento exponencial de la delincuencia común, cuyo símbolo más popular son los cortes de carretera perpetrados por hombres armados que saquean a los viajeros, especialmente en el Norte y Oeste del país. La perenne crisis de Costa de Marfil también se ha cobrado un peaje en carreteras y otras infraestructuras que se desintegran en el olvido y, sobre todo, en el éxodo de marfileños, fundamentalmente hacia la congestionada Abiyán.
Basta rascar un poquito la superficie de aparente humor autoflagelador para encontrar heridas profundas en los corazones de los marfileños.
Acaban de pasar por la aprobación de la controvertida ley de naturalización de los extranjeros, que conforman un 30 por ciento de la población según fuentes extraoficiales y entre los que destacan burkineses y malienses. En el horizonte se perfila la aprobación de otra ley polémica: la que establece quién tiene derecho a la propiedad y la explotación de la tierra. La carestía de la vida hace que la mayoría de la población luche desesperadamente por llegar a fin de mes y la tasa de desempleo juvenil roza el 30 % en un país con 7 millones de parados, en su mayoría jóvenes.
El presidente del país, Alassane Dramane Ouattara, ha sido rebautizado Magallanes por los medios de una castigada oposición, dada su afición a los viajes oficiales (más de 70 desde su investidura en 2011) en busca de teóricas inversiones extranjeras y la imposibilidad de encontrarlo entre las fronteras patrias más de dos semanas seguidas. Una de sus declaraciones más desafortunadas, “el dinero no circula porque está trabajando”, ocupa el lugar del “relaxing café con leche” español en el ranquin de inspiración para la broma del país.
Frente a un panorama tan gris como el cielo de Yamusukro en el mes de agosto, los marfileños recurren al humor, la música y los pequeños apaños que les permiten se debrouiller (desenvolverse).
Yamusukro no tiene nada que ver con la histeria desorganizada y superpoblada de Abiyán. El peligro más evidente, quizás, sea el de perecer atropellado por un vehículo que intente sortear los socavones en sus carreteras, castigadas por el tiempo, la falta de recursos y la guerra.
La Fundación de Houphouët-Boigny, creada por el ex presidente Laurent Gbagbo y destinada a los estudios sobre la paz, el Hotel Président y la Casa de los Diputados son las visitas obligadas en la ciudad. Además, por supuesto, de la basílica, un pedacito de territorio vaticano en África, erigido por Houphouët-Boigny para desbancar a San Pedro, consagrado por Juan Pablo II y en el que los únicos rostros africanos son los del propio Boigny, en una vidriera que representa el Domingo de Ramos, y los de una virgen y su hijo tallados en madera por Kolo Soro, prisionero en Buaké amnistiado por su obra. La particularidad de esta virgen es que su expresión cambia dependiendo del ángulo desde el que se la observe. En teoría, representa el amor maternal: la sintonía perfecta del ánimo de una madre con el de su hijo.
Los cocodrilos que proliferan en las aguas de la ciudad desaparecen bajo el limo, indolentes, mientras los paseantes intentan inútilmente avistarlos. Se han comido a cinco personas este verano y las autoridades prohíben que la gente se acerque a uno de sus lagos, sobre el que se dibuja la cúpula de la basílica. Podrían haber sido seis: los bomberos rescataron a un sexto candidato a alimentar a los saurios antes de que la cosa pasara a mayores.
Se ve a poca gente paseando cerca de las vallas del Lago Caimán y, cuando lo hacen, menudean las bromas que intentan ocultar el miedo. Se dice que algo posee a los que se han lanzado entre los cocodrilos a recuperar un móvil caído o arrebatados por razones que nadie comprende. Hay quien asegura, conspiranoico, que los festines de los cocodrilos coinciden con las visitas de Ouattara a la ciudad. Entre las vallas y el agua, a dos bocados de los reptiles, los operarios malienses que se encargan de la limpieza trabajan embutidos en sus sucios monos. Parecen los únicos que no les temen.
Los tres lagos de los saurios se sitúan junto a la residencia familiar del Viejo, apodo con el que se conocía a Houphouët-Boigny. Una propiedad inmensa con varios inmuebles y animales salvajes dentro, testimonio de la riqueza del estadista, que también poseía –entre otras cosas- el cocotal sobre el que se edificó la basílica de Nuestra Señora de la Paz.
Existe un culto a la figura de este hombre controvertido todavía en nuestros días. Político pragmático al servicio de Francia en África, ejerció de promotor de guerras desestabilizadoras en el continente, como la de Biafra, en Nigeria, y de asesinatos políticos como el del líder burkinés Thomas Sankara. La voz popular asegura que un aspirante a magnicida se volvió loco al descubrir que las balas no habían penetrado su vieja piel y relaciona las muertes de los cocodrilos que trajo
hasta Yamusukro con la de sus familiares.
Los cocodrilos, además, son el centro de la mitología baulé. La reina Abla Poku, que llegó desde Ghana hasta la zona centro de Costa de Marfil y fundó su dinastía, arrojó a su único hijo al río Comoé para que su pueblo pudiera cruzarlo huyendo de un ejército enemigo. El sacrificio, hecho a los dioses o a los cocodrilos, resultó en que los antepasados de los baulé pudieran atravesar las aguas pasando sobre los lomos de, otra vez, los ineludibles cocodrilos.
Imágenes de Dagauh Komenan y la autora
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