Cómo dar alas a la productividad
Los países deben invertir en formación, empleos de calidad, innovación e investigación, pero también alentar la demanda y las empresas competitivas
En los últimos años el mundo ha sido testigo de cómo se desmoronaban modelos de crecimiento económicos basados en especulaciones de distinto tipo: la especulación financiera, la inmobiliaria, la de producción basada en mano de obra barata, la de los altos precios de las materias primas. Han sido burbujas que se han ido explotando en países desarrollados, en vías de desarrollo y subdesarrollados y que han vuelto a poner en evidencia lo que siempre se repite pero pocas veces se materializa: que la apuesta más segura al progreso radica en la inversión en una mayor formación de los ciudadanos, en una mayor cualificación profesional, en empleos de más calidad, en la innovación y en la investigación. Pero expertos advierten de que todo eso no basta y también debe estimularse la demanda, la igualdad, las empresas competitivas y los entornos que las apoyen. Se trata del reto productivo al que están llamados todos los países del mundo, independientemente de su nivel actual de desarrollo.
Formación profesional
En las discusiones del G20, una mayoría de Gobiernos y organizaciones multilaterales defienden que una apuesta por una mayor formación profesional se traducirá en un aumento del crecimiento económico, según cuenta el economista Álex Izurieta, que trabaja en la sede central en Ginebra de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, según sus siglas en inglés). "Pero es al contrario", opina Izurieta. “Es el crecimiento basado en igualdad de oportunidades y de ingresos el que da lugar a una mayor cualificación profesional y a un crecimiento de la productividad. Se intenta que el individuo obtenga más formación porque se piensa que así aumentarán sus posibilidades de conseguir trabajo, pero la formación no crea trabajo. El trabajo se crea por la demanda, que a su vez acelera la productividad y el desarrollo tecnológico”, reflexiona quien antes de ingresar en la ONU fue investigador de la Universidad de Cambridge.
Lo que diferencia los países ricos de los pobres es la organización de sus empresas
Noëlla Richard, especialista en políticas de juventud del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), calcula que el mundo deberá crear 600 millones de empleos productivos y con protección social en los próximos 10 años para reducir el paro y el trabajo informal. Desde Nueva York, esta politóloga y máster en Economía del Desarrollo por la Sorbona opina que “la inversión en innovación es clave” para la generación de esos puestos laborales.
Ha-Joon Chang, uno de los economistas heterodoxos más reconocidos del mundo y conferenciante de la Universidad de Cambridge, cita desde Reino Unido el capítulo 17 de su libro 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo para advertir: “La educación es valiosa, pero su principal valor no está en el incremento de la productividad, sino en que nos ayude a desarrollar todas nuestras posibilidades y a vivir con más plenitud y autonomía. Si ampliamos la educación pensando que volverá más rica a nuestra economía, nos llevaremos una gran decepción, porque el vínculo entre educación y productividad nacional es más bien tenue y complicado. Debemos moderar nuestro excesivo entusiasmo por la educación, y prestar mucha más atención a la creación y mejora de empresas productivas y de instituciones que las apoyen”.
Chang aboga por “instituciones que fomenten la inversión y el riesgo, un régimen comercial que proteja y cuida a las empresas de las industrias nacientes, un sistema financiero que aporte el capital paciente necesario para que haya inversiones a largo plazo beneficiosas para la productividad, instituciones que den nuevas oportunidades a los capitalistas (una buena regulación de quiebras) como a los trabajadores (un buen Estado del bienestar) y subvenciones y normativas sobre I+D [investigación y desarrollo]”. Chang señala que “lo que diferencia de verdad a los países ricos de los pobres no es tanto lo formados que están los ciudadanos uno por uno, sino lo bien organizados que están en entidades colectivas de alta productividad, ya se trate de gigantes como Boeing o Volkswagen o de compañías más pequeñas pero de prestigio internacional, como las de Suiza e Italia”.
En cambio, el economista José Antonio Ocampo, profesor de la Universidad de Columbia, opina que el reto productivo se centra primero en la educación y, en segundo término, en el sistema de ciencia, tecnología e innovación. “En ambos casos hay una necesidad de que se reduzcan las inmensas desigualdades internacionales y entre los distintos sectores sociales”, aclara Ocampo desde Nueva York. También le preocupa que “la demanda garantice la plena utilización de la capacidad productiva existente”, algo que ha dejado de ocurrir en el mundo desde la crisis de 2008 y que se ha traducido en una menor productividad.
Políticas públicas
Teresa Cavero, jefa de investigación sobre justicia económica de la ONG Oxfam, opina desde Madrid que no debe abordarse el desafío productivo “con el modelo económico del siglo XX”, que se concentre solo en la producción, sino que también debe contemplar aspectos como la pobreza, la desigualdad y el medio ambiente. “El aumento de productividad no puede venir sin un aumento de oportunidades para todos los habitantes del planeta. Y para la igualdad de oportunidades se necesitan políticas públicas que innoven, arriesguen y recapaciten las medidas que en las últimas décadas han aumentado la desigualdad mundial”, advierte esta ingeniera agrónoma con un máster en Desarrollo Internacional en Harvard.
“Estamos en un cambio de ciclo en el que el cambio tecnológico es fundamental y el modelo de trabajo, fijo y para toda la vida, que existía por lo menos en Europa es reemplazado por empleos más temporales, por cuenta propia, que exigen que las personas se reciclen”, expone Cavero. “Por eso los retos de la producción están ligados a la formación educativa, no solo primaria, secundaria y universitaria sino también al reciclaje posterior. Esto último hay que empezar a incorporarlo a las políticas públicas. Las políticas de empleo deben tener en cuenta que se acabó el empleo fijo y deben pensar cómo garantizar ciertas igualdades cuando las fuentes de ingresos no son permanentes”, expone la especialista de Oxfam.
La inversión en innovación es clave para crear puestos de trabajo, asegura una experta
El desafío productivo requiere de políticas específicas para los jóvenes. Izurieta, de UNCTAD, advierte de que “la demanda global débil no genera suficiente trabajo, los jóvenes no encuentran empleo y sus potencialidades se debilitan”. El economista añade: “No ganamos nada cambiando trabajadores jóvenes por adultos”.
Reciclaje permanente
“Los jóvenes pueden aportar soluciones innovadoras a los problemas de hoy”, opina Noëlla Richard, del PNUD. Pero la experta considera que los jóvenes deben ser incluidos en la construcción de las políticas públicas: “Hay que apoyar sus redes, que hagan propuestas, que se les provean medios para participar, que sean candidatos, que tengan más responsabilidad”.
Cavero, de Oxfam, recomienda que se invierta en la educación orientada a los nuevos mercados de trabajo, la tecnología y la necesidad de reciclaje profesional permanente. Además advierte de que no solo las autoridades deben pensar políticas para los jóvenes sino que estos exigirán cada vez más políticas a las instituciones: “Los jóvenes están más preparados para reclamar que las políticas públicas y la economía respondan al reto del medio ambiente” y serán ellos quienes obliguen a las autoridades a incluir los costes ecológicos y sociales en los nuevos modelos económicos.
Igualdad de oportunidades y de ingresos
Unos expertos señalan la igualdad de oportunidades como el camino a una sociedad más justa. Otros abogan por una mayor igualdad de ingresos porque consideran que los Estados que aseguran el acceso a ciertos derechos, como el de la educación, no necesariamente logran alcanzar el objetivo de la equidad.
"La experiencia del siglo XX arroja buena evidencia de que es posible construir una sociedad más igualitaria y que el modo de hacerlo es creando y manteniendo fuertes programas de protección social, de acceso al crédito y la vivienda, y fuertes estándares para los salarios y los ingresos", opina el economista James K. Galbraith, profesor de la Universidad de Texas en Austin. "Así fue como la desigualdad cayó entre los años treinta y los ochenta. El mundo ha ido tornándose más desigual en los últimos 30 años por las políticas neoliberales, desde las macroeconómicas hasta las tributarias y comerciales. Se necesita un largo proceso político de cambio", critica Galbraith.
En la Universidad de Cambridge, el economista Ha-Joon Chang recomienda leer el capítulo 20 de su libro para entender que "la igualdad de oportunidades puede no ser justa". Allí pone un ejemplo: "Para que los niños pobres tengan como mínimo una oportunidad en la vida debe existir cierta igualdad en cuanto a ingresos paternos; de lo contrario, ni siquiera la gratuidad de la escolarización, del comedor, de las vacunas, etcétera, podrá traducirse en una igualdad de oportunidades real". Y más adelante concluye: "Si no creamos un entorno en el que a todo el mundo se le aseguren unas posibilidades mínimas mediante alguna garantía de ingresos mínimos, no podremos decir que exista una competencia justa. Cuando hay personas obligadas a correr los cien metros lisos con sacos de arena en las piernas, el hecho de que se permita salir con ventaja no significa que sea una carrera justa".
José Antonio Ocampo, profesor de la Universidad de Columbia, distingue problemas históricos –"las grandes desigualdades que subsisten en algunas sociedades, como la latinoamericana"– y el emergente. "Es la tendencia casi universal al aumento de la desigualdad. Mucho se adscribe a la forma en que están funcionando los mercados. Históricamente los mercados tienen una fuerza generadora de desigualdad. Solo con políticas del Estado se ha compensado. Desafortunadamente, los mercados globales no cuentan todavía con acuerdos también globales para compensar esas tendencias a la desigualdad", lamenta Ocampo.
Teresa Cavero, de la ONG Oxfam, aboga por una "coordinación en el ámbito doméstico de los países y en el externo para regular los flujos financieros y de personas". Cavero coincide en que "décadas de desregulación financiera y de reducción de impuestos a las altas rentas dispararon la desigualdad" y advierte de que este es un "círculo vicioso". Otro factor que acentúa la inequidad radica en la pérdida de derechos laborales: "A menor pertenencia sindical, mayor desregulación, mayor desamparo del trabajador".
Desde 2014 la cuestión de la igualdad de ingresos ha entrado en las reuniones del G20, ya que constituye un motor de la economía. "El crecimiento de ingresos entre los más ricos de la sociedad no crea tanto consumo porque no gastan más que el 40% de esos ingresos, mientras que el pobre consume el 100%", comenta Izurieta. ¿Cómo crear más crecimiento y empleo? "Con el crecimiento equitativo de la demanda", completa el experto de UNCTAD. Otra manera de abordar la equidad radica en elevar la participación de los grupos discriminados en la educación, la política y la economía, entre otras áreas, según Noëlla Richard, del PNUD. En concreto, cita las minorías, los indígenas, los discapacitados, los enfermos de VIH, los pobres, las mujeres y los jóvenes.
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