La polarización, la única certeza de Colombia
La aparente similitud en los discursos antiestablecimiento de los dos candidatos esconde profundas diferencias ideológicas que Rodolfo Hernández no ha terminado de articular
Cuando el pasado 29 de mayo Colombia supo que serían Gustavo Petro y Rodolfo Hernández los que se jugarían la Presidencia en la segunda vuelta, la interpretación inmediata de la mayoría de analistas y voces en los medios fue clara: el país pide cambio. Eran, al fin y al cabo, dos candidatos que habían triunfado gracias a centrar toda su estrategia en atacar al establishment; el primero con el estilo de la izquierda populista latinoamericana y el segundo con el de los líderes berlusconianos que ofrecen soluciones cuasi-empresariales a la corrupción. Ahora bien, a ese titular algunos le añadieron una coletilla fundamental: ahora hay que decidir qué cambio se quiere. Tres semanas de intensa campaña después, parece que esta decisión seguirá marcada por la polarización de la que muchos, empezando por el propio Hernández, esperaban escapar.
Hernández entró en la recta final interpretando sus seis millones de votos como una confirmación de que lo único que le importaba a la ciudadanía era verle lejos de la vieja clase política. Por eso se entretuvo en amagos de alianza tanto con el centro político como con la derecha tradicional a los que dejó en desplante. Tratando de escapar de la jaula de la polarización se desfondó en las encuestas: comenzó en el 51-53% y cerró en el 47%, empatado con su rival, quien seguía cómodo en el lado izquierdo del espectro. Los datos indican que esto le sucedió porque sobreestimó su capacidad para competir con Petro por la corona antiestablishment, e infraestimó el potencial que tenía ocupar el espacio ideológico contrario.
Para comprobarlo, tomemos a la sociedad colombiana y dividámosla en dos grandes grupos. Los que muy probablemente nunca votarían por Hernández teniendo a Gustavo Petro son aquellos que no tienen problema en declararse de izquierdas en las encuestas de opinión. Al fin y al cabo, el exguerrillero, exsenador y exalcalde de Bogotá lleva toda una carrera política tanto fuera como dentro de la ley señalando nítidamente su afiliación. No habría muchos incentivos para que estos votantes se fueran con un rival difuso. En este grupo hay alrededor de un 22% de la ciudadanía, según la encuesta que 40db realizó para EL PAÍS en abril de este mismo año. El restante 78% se declara de centro (12%), derecha (16%) o es reticente a ubicarse (50%). No hay a priori ninguna razón para pensar que este segundo grupo no consideraría al menos votar por Hernández. Según la hipótesis demostrada por Rodolfo en su campaña, este 78% estaría al menos tan alejado de las instituciones como ese otro 22%. Y no demasiado separado en cuestiones ideológicas específicas. Sin embargo, esa misma encuesta muestra justo lo contrario.
Para empezar, los votantes potenciales de izquierda están sensiblemente más insatisfechos con la democracia que el resto: en un hipotético termómetro de 0 (satisfacción total) a 10 (insatisfacción total) se sitúan en 7,7; los otros, en un 6,8. Esto significa que el electorado potencial de Rodolfo está esperando un tono antiestablishment menos intenso que el casi asegurado por Petro.
En las cuestiones de carga ideológica la diferencia también se da, en algunos casos de manera considerable: el 78% no alineado con la izquierda se declara menos a menudo como feminista, tiene una posición mucho más moderada respecto a la libertad de abortar, presenta reticencias en la demanda al Estado de garantizar el bienestar de todos los ciudadanos, e incluso en el acceso a la eutanasia (a pesar de que una mayoría de Colombia está a favor del mismo).
En definitiva: el electorado potencial de Rodolfo Hernández es más conservador que el de Petro, y menos proclive al discurso contra las instituciones establecidas. Está esperando polarización clásica, en torno a cuestiones sustanciales, ideológicas. Pero Hernández sobreinterpretó los resultados de la primera vuelta y se olvidó de que en ella hubo otro candidato, Fico Gutiérrez, que con un mensaje precisamente de derecha tradicional alcanzó los cinco millones de votos. Sin la mayoría de esos votos, Rodolfo no puede ganar, y para ganarlos la polarización es, o era, el arma necesaria.
Es esa una polarización de tipo ideológico, en torno a asuntos concretos. No es la polarización que los politólogos denominan “afectiva”: el grado de rechazo hacia el que piensa distinto, de aversión incluso. Cuando las voces moderadas, en Colombia como en el resto del mundo, acusan a la polarización de ser origen y paraguas de todos los males que viven las democracias, suelen confundir ambas. Pero son distintas.
La polarización ideológica puede sencillamente reflejar una sociedad realmente dividida tanto en su realidad material como en sus percepciones, algo coherente tanto con la historia conflictiva de Colombia como con las brechas socioeconómicas o territoriales que hoy atraviesan al país. Tramitar estas divisiones, no negarlas, es el trabajo de la democracia. La polarización afectiva lo dificulta al convertir la brecha en abismo insalvable. Pero lo paradójico es que en esta campaña, Colombia le ha subido el volumen a la polarización afectiva sin incorporar la ideológica. Esto deja a la pieza fundamental del proceso democrático, las elecciones, como menos efectiva para canalizar las diferencias. Pero le carga igualmente con el coste de desafección, temor e incluso odio al vecino que piensa distinto. Sería mucho más valioso disponer de candidatos que no solo reconocieran, sino que subrayaran las diferencias sustanciales, para rebajar las personales. Para Colombia, sin embargo, esta ha sido una oportunidad perdida (otra más).
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS sobre Colombia y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.