Terror, masacre y vudú en el último episodio del cerco de las pandillas en Haití
El asesinato de más de 180 ancianos en Wharf Jérémie, impulsado por acusaciones de brujería, expone la brutalidad de las bandas, la persecución histórica al vudú y la desesperación de un pueblo atrapado entre violencia y abandono estatal
La última masacre de Haití, perpetrada el pasado fin de semana por Monel Felix, el líder de una banda también conocido como Wa Mikanò o Micanor Altes, que dejó más de 180 muertos, en su mayoría personas mayores de 60 años, en el barrio de Wharf Jérémie, ubicado en el departamento de Cité Soleil de Puerto Príncipe, ha conmocionado a un país acostumbrado a lidiar con la violencia no solo por la brutalidad, sino por los motivos de la matanza. Según la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH), Altes cometió los asesinatos tras consultar a un sacerdote vudú, quien acusó a los ancianos de causar la enfermedad y muerte de su hijo mediante brujería.
Hoy, Wharf Jérémie es un lugar fantasmagórico. Sus estrechas calles, que alguna vez estuvieron llenas de vida, permanecen desoladas, con casas quemadas y techos colapsados marcando el paisaje. Los pocos residentes que se atreven a salir lo hacen con la mirada fija en el suelo, evitando cruzar palabras con desconocidos. Las paredes, cubiertas de grafitis que exaltan la figura de Wa Mikanò, están salpicadas de agujeros de bala. Los cuerpos de las víctimas, macheteados brutalmente, fueron recogidos este lunes y permanecen cubiertos por sábanas blancas, una imagen que deja entrever la magnitud del horror.
El Gobierno haitiano condenó en X los actos violentos perpetrados en Cité Soleil : “Se ha cruzado una línea roja, y el Estado movilizará todas sus fuerzas para perseguir y aniquilar a estos criminales. La Justicia actuará con una rigurosidad ejemplar. El Gobierno presenta sus condolencias a las familias de las víctimas”, escribió el Consejo de Transición en esa red social.
El número total de víctimas aún no se ha confirmado. La RNDDH estimó al menos 110 muertos, mientras que Volker Türk, Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, informó que la violencia de Altes ha dejado al menos 184 fallecidos este fin de semana. Según datos de la ONU, en 2024 las muertes violentas en Haití ya suman cerca de 5.000. Pierre Espérance, director de la RNDDH, ha condenado los hechos y urgido al Gobierno a actuar.
El vudú, persecución a una influencia controvertida
Wharf Jérémie permanece bajo cerco de la banda de Altes, con restricción de movimientos y algunos residentes atrapados. Esta masacre no es su primer acto violento relacionado con la religión; en 2021, la banda ejecutó a 12 mujeres mayores acusadas de brujería.
El vudú ha sido una parte esencial de la cultura haitiana durante siglos, moldeando la identidad nacional y la vida cotidiana. Esta religión, que combina creencias africanas, catolicismo y tradiciones locales, es percibida como una fuerza espiritual positiva. Sin embargo, también ha sido asociada con conflictos y violencia. Más allá de la espiritualidad, el vudú impregna las relaciones sociales y se manifiesta a través de rituales, oraciones y danzas para conectar con los espíritus en busca de protección o guía.
Jean-Baptiste Clérismé, sacerdote vudú influyente en Cité Soleil, destaca el verdadero propósito del vudú: “Es una forma de conexión con lo divino. No es un medio para hacer daño a nadie. Pero, como en todas las religiones, algunas personas lo malinterpretan”. Según Clérismé, el vudú promueve la sanación, la protección y la armonía con la naturaleza, aunque admite que, en tiempos de desesperación, algunos lo utilizan para vengarse, distorsionando su esencia.
El vínculo entre el vudú y la violencia ha quedado patente este fin de semana cuando Micanord ordenó la masacre de Wharf Jérémie como represalia por la muerte de su hijo. Según Espérance, Micanord consultó a un houngan —como se conoce a los sacerdotes—, quien acusó a los residentes del barrio de haber lanzado un hechizo. El director de RNDHH también afirma que este tipo de actos desvirtúan el propósito del vudú y subraya la necesidad de interpretarlo correctamente.
En los últimos años, el vudú ha ganado más seguidores debido a la violencia de las pandillas y la inacción del Gobierno. Cecil Elien Isac, un houngan de cuarta generación, señala que su comunidad ha crecido de ocho familias a más de 4.000 miembros en Haití y el extranjero. Esta práctica también inspira música, arte, literatura y danza, consolidándose como un pilar cultural. A pesar de las críticas, el vudú sigue siendo un reflejo de la resiliencia haitiana. Como dice un popular adagio: “Haití es 70% católico, 30% protestante y 100% vudú”.
Esta persecución a los practicantes de vudú no es nueva. En abril de 1986, una mujer conocida como Zanzolite fue asesinada por una multitud en Damassins, en el suroeste de Haití. Según las autoridades, los atacantes la acusaron de poseer un polvo venenoso tras la muerte repentina de un niño en el pueblo. Junto a ella, otras cuatro personas fueron asesinadas y sus casas destruidas. Estos actos se enmarcaron en una serie de ataques contra practicantes del vudú tras la caída del dictador Jean-Claude Duvalier.
Desde febrero de 1986, al menos 1.000 practicantes del vudú, incluidos sacerdotes o houngans, han sido asesinados, y cientos de templos fueron saqueados o destruidos, según la RNDDHH. Los líderes del vudú acusaron a las iglesias cristianas de promover la violencia al calificar esta religión como peligrosa. Max Beauvoir, un houngan y bioquímico, señaló la complicidad del Gobierno, aunque el líder militar Henri Namphy afirmó que los practicantes del vudú debían ser protegidos como cualquier ciudadano.
En respuesta, varios líderes del vudú organizaron en 1991 una reunión histórica en Soucri con más de 200 participantes, incluidos sacerdotes y científicos sociales. Este encuentro buscó defender la herencia africana de Haití y formar una organización nacional que proteja el vudú. También se propuso revocar una ley que prohíbe sus ceremonias y crear una emisora de radio y una clínica de sanación.
‘Bwa kale’: la resistencia del pueblo haitiano
La nueva masacre ha reavivado el temor en Puerto Príncipe, que desde noviembre sufre un repunte de violencia en una ciudad en la que las pandillas han sembrado el caos, pero también donde el movimiento de autodefensa conocido como Bwa Kale ha tomado fuerza. “La población debe armarse con machetes y continuar defendiéndose en el marco de la legítima defensa”, afirmó Pierre Espérance. Además, destacó la importancia de la cooperación entre la población y las fuerzas del orden, citando un ejemplo de éxito ocurrido el 19 de noviembre, cuando una acción conjunta de policías y ciudadanos resultó en la captura de 96 delincuentes en Puerto Príncipe.
Para Michel Soukar, historiador y analista haitiano, el movimiento Bwa Kale refleja cómo el pueblo haitiano se defiende frente a la falta de apoyo institucional y la corrupción de la policía. “Cuando tienes una policía nacional corroída por la corrupción, el pueblo se da cuenta de que está abandonado y se defiende como puede”, dijo en una entrevista con EL PAÍS. Soukar señala que los ciudadanos no pueden distinguir entre policías y bandidos debido a los vínculos entre las autoridades y las pandillas.
Tanto las declaraciones de Espérance como las de Soukar evidencian la creciente desesperación en Haití, donde la corrupción y la violencia de las bandas obligan a la población a tomar la justicia en sus propias manos.
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