El legado clásico en clave de mujer
Los estudios de género de la Antigüedad desmontan prejuicios sin recurrir al prisma reivindicativo del feminismo
La Ilíada y la Odisea, las legendarias epopeyas de Homero, no solo establecieron el punto de partida de la literatura occidental, sino que abrieron paso a una cosmovisión que aún continúa en pie a pesar de la inevitable —y necesaria— erosión del tiempo. No resulta de extrañar que las miradas vuelvan una y otra vez a aquellas obras, que se cambien las perspectivas y se muevan los focos. Que autoras como Natalie Haynes los trasladen hacia las mujeres —las que dibujó Homero son,...
La Ilíada y la Odisea, las legendarias epopeyas de Homero, no solo establecieron el punto de partida de la literatura occidental, sino que abrieron paso a una cosmovisión que aún continúa en pie a pesar de la inevitable —y necesaria— erosión del tiempo. No resulta de extrañar que las miradas vuelvan una y otra vez a aquellas obras, que se cambien las perspectivas y se muevan los focos. Que autoras como Natalie Haynes los trasladen hacia las mujeres —las que dibujó Homero son, además, muchas y heterogéneas— solo puede considerarse, como apunta la catedrática de la Universidad de Oviedo Rosa María Cid López, “un acierto extraordinario”. Dar una vuelta a la Antigüedad clásica para desprenderla de su halo monolítico equivale, de alguna manera, a hacer examen de conciencia social.
Ahora bien, ¿es esta reescritura novedosa? Un vistazo a las listas de novedades, de la novela al ensayo, parecería apuntar a una tendencia a la exploración del legado griego y romano desde los ojos de sus mujeres, imaginarias y reales: recientemente, y solo por nombrar un par de títulos, se han reeditado en España Maneras trágicas de matar a una mujer, donde la prestigiosa helenista Nicole Loraux, ya fallecida, repasa el teatro trágico ateniense desde la perspectiva de los tipos de muerte violenta que los poetas atribuyen a la mujer según su edad y estatus social, y Clitemnestra, de la académica Kathleen L. Komar, una revisión de las diferentes interpretaciones de la personalidad de la esposa de Agamenón y su papel en la solidificación del sistema patriarcal.
Con la cuarta ola del feminismo, puede que estos temas estén adquiriendo mayor visibilidad. Pero los estudios de género de la Antigüedad tienen solera: se remontan a al menos la segunda mitad del siglo XX, estimulados por la reflexión sobre el significado de la feminidad planteada por Simone de Beauvoir en El segundo sexo.
Rosa María Cid López: “Hasta que empieza a contarse la historia de las mujeres desde un planteamiento feminista, las poderosas eran tratadas como conspiradoras, violentas, promiscuas”
El movimiento sísmico que provocó aquella revisión historiográfica acabó retumbando en la novela. La Casandra que la alemana Christa Wolf publicó en 1983 podría considerarse la pionera de toda una serie de obras que reivindican el protagonismo de las mujeres grecorromanas, con títulos como Penélope y las doce criadas (2005), de Margaret Atwood, y Músika (2021), de Javier Azpeitia; así como obras de teatro (desde Los sueños de Clitemnestra, 1979, de Dacia Maraini, a las numerosas revisiones que se han ido haciendo del mito de Antígona) e incluso piezas de danza como las coreografías de Martha Graham inspiradas en mitos y tragedias griegas. Además, en el terreno de la no ficción, se han revisado las biografías de figuras deformadas como las de Livia, Cleopatra y Agripina. “Hasta que empieza a contarse la historia de las mujeres desde un planteamiento feminista, las poderosas eran tratadas como conspiradoras, violentas, promiscuas”, resume Cid López. “Pero cuando se analizaron los logros, los hechos, las decisiones que tomaron, el ambiente en que vivieron…, se vio que era necesario desmontar muchos prejuicios”.
La imagen de la mujer griega recluida en el gineceo, analfabeta y dedicada a tejer fue el primer cliché que se desmontó. Tal y como explica Ana Iriarte Goñi, catedrática de la Universidad del País Vasco, en realidad ni siquiera se han encontrado pruebas arqueológicas de la existencia de gineceos —habitaciones de uso exclusivo femenino— en las casas de época clásica griega. Aunque aquellas mujeres carecían de derecho a voto (discriminación que, como matiza la profesora, se mantuvo hasta el siglo XX), no vivieron en harems. “Como ocurrió en el siglo XIX con los helenistas románticos, la condición femenina en determinados contextos islámicos contemporáneos vuelve a proyectarse en la Antigüedad”, ilustra la experta. “Pero los modelos orientales poco tienen que ver con los orígenes de Occidente”.
Ante la escasez de fuentes documentales, el estudio de los objetos cotidianos ha ido alumbrando las costumbres de la mitad de la humanidad en aquella época (no siempre, como subrayan ambas catedráticas, a través del prisma reivindicativo del feminismo, sino tratadas, llanamente, como un campo de investigación más). Del mismo modo, desde el siglo pasado los historiadores han querido saber más de las vidas de los otros griegos y romanos: los metecos, los campesinos, los esclavos. Poner en valor la variedad de seres humanos que habitaron en la Antigüedad requiere que los ojos actuales que las observan sean también heterogéneos: que se fomente un cuerpo de investigadores con más mujeres, más personas racializadas, de más diversas extracciones sociales.
Ana Iriarte Goñi: “El estudio de la Antigüedad nunca es ajeno al momento histórico en el que se realiza”
Autoras con obras recién publicadas en España como Edith Hall (La senda de Aristóteles), Jacqueline de Romilly (Muros de Troya, playas de Ítaca), Eva Cantarella (Según natura. La bisexualidad en el mundo antiguo) y Bianca Sorrentino (Pensar como Ulises) ya están actualizando algunos hitos del pensamiento clásico a los postulados del siglo XXI (desde una relectura de la receta de la felicidad de Aristóteles a la influencia de la obra de Homero en la actualidad, un análisis profundo de las relaciones homosexuales de griegos y romanos y la pervivencia de la fantasía de los mitos en la era de Netflix). Ese mismo es precisamente el objetivo de la beca que la reputada estudiosa británica Mary Beard ha dejado como regalo de jubilación: una subvención de más de 90.000 euros destinada a estudiantes con pocos recursos económicos y de etnias minoritarias.
Como agrega Iriarte Goñi, aunque los estudios poscolonialistas tienden a identificar a los departamentos de clásicas con “reductos del conservadurismo”, lo cierto es que tras la Segunda Guerra Mundial los estudios clásicos más prestigiosos de Europa y América fueron progresistas. Pero puede que se estén produciendo regresiones. “Algunos ensayos recientes, pocos por fortuna, tratan de reivindicar aquella imagen, tan superada, de la mujer-maniquí, censurando incluso el fascinante dinamismo de las diosas y heroínas clásicas”, lamenta Iriarte Goñi, que también detecta un renovado interés por los viejos temas bélicos y concluye: “El estudio de la Antigüedad nunca es ajeno al momento histórico en el que se realiza”.
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