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Andrés Sánchez Robayna escribe a la luz que tiembla

En ‘Borrador’, el poeta explora la intimidad del alma que vibra ante la vela y ante el destello de los significados

'Vela', obra de Gerhard Richter de1982 expuesta en el museo Frieder Burda de Baden-Baden, Alemania.
'Vela', obra de Gerhard Richter de1982 expuesta en el museo Frieder Burda de Baden-Baden, Alemania.picture alliance (picture alliance via Getty Image)

El poeta Andrés Sánchez Robayna ha titulado Borrador este libro, y parte de su encanto proviene de ahí, de esa modestia. Sin embargo, no se trata de una táctica con la que pedir del lector que tenga en cuenta para su juicio esa declarada condición de tentativa. Este paseo por las pinturas, los poemas o incluso las composiciones musicales en los que la llama de una vela resulta ser el motivo determinante, podría haber sido mucho más largo, pero la propia selección nos lleva por unos derroteros, y no por otros. Las velas iluminan el espacio físico, pero sobre todo nos orientan con una antorcha de significados en medio de la noche del sentido: esos dobles hitos son los que importan aquí.

Sánchez Robayna viene ejerciendo con la mayor competencia ese otro oficio de poetas que —en la pura tradición de Baudelaire— viene a ser el comentario de obras plásticas, las que cristalizan en imágenes. Y en esa cuerda nos ha dado otros libros estupendos, entre ellos el dedicado a su paisano, Jorge Oramas o el tiempo suspendido, o las Variaciones sobre el vaso de agua, al comienzo del cual enmarcaba su trabajo en “una filosofía de lo poético”. La huella en ello de Gaston Bachelard es evidente y el poeta la reconoce. También ha comisariado exposiciones, como la precisamente titulada Pintura y poesía: la tradición canaria del siglo xx, que la corrección política acabó sumergiendo en una circunstancia absurda que no es cosa de contar ahora.

La llama de la vela se nos ofrece aquí desde pinturas célebres, como las de La Tour o El Greco, y otras menos célebres de entre ese subgénero que en su día se llegó a llamar “pintura de luces”. Pero, como en el libro anterior, el propósito es enunciado con precisión: se trata de explorar “la vida de la imagen”. Y esas imágenes no son sólo visuales, sino también las de unos cuantos poemas maravillosos que arrancan de Gutierre de Cetina y pasan por Cavafis, Rilke, Sophia de Mello o Eugenio Montejo. Entre unas y otras, el ramo compuesto por Robayna no deja aspecto sin tratar de un motivo vertebrador de las poéticas occidentales.

Cuando la luz eléctrica volvía tras el apagón de otros tiempos (el hecho de que pudiera irse y volver ya decía mucho de la condición animada y casi autónoma que se le atribuía), quien más quien menos, y sobre todo los niños, sentía una especie de pena; las cordiales y temblorosas velas debían volver entonces de nuevo al cajón de la cocina, privándonos de sus incomparables sombras. Y es que la específica llama de la vela no es, como la otra, meramente recibida por los ojos, sino por una intimidad que la acoge como verdadera compañía de los adentros, según hubiera dicho José Jiménez Lozano, a quien el libro recuerda.

Pues bien, de la exploración de esa intimidad o espacio interior trémulamente iluminado por las velas surge este libro. El alma tiembla ante la luz física, pero también ante el destello de los significados. En esa caverna silenciosa vibra la emoción estética ante versos y pinturas, pero mucho más al fondo, y desde mucho antes, late el misterioso relumbrar de lo sagrado. Rodeadas de oscuridad, temor e incertidumbre, las velas litúrgicas han acompañado a las preces y las plegarias durante milenios. Sin embargo, no se trata sólo de rituales confesionales —Sánchez Robayna insiste en distinguirlo— sino del ancestral temblor en medio de lo que él mismo llama, con otro elocuente concepto, “la noche antropológica”. Son muestras de la exactitud del poeta.

Portada libro 'Borrador de la vela y de la llama', de Andrés Sánchez Robayna. EDITORIAL PÁGINAS DE ESPUMA

Borrador de la vela y de la llama

Andrés Sánchez Robayna
Galaxia Gutenberg, 2022
176 páginas, 20 euros

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