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El triunfo de lo cursi: repollos con lazo y angelotes con mofletes

Una exposición en CentroCentro demuestra el arraigo de lo cursi en España, un país que, pese al grandilocuente discurso patrio, se escudó a menudo en lo remilgado

Exposicion CentroCentro
'Gato con ramo de rosas', pieza procedente del Museo de Historia de Madrid.
Javier Montes

En el delirante arranque de La vida en un hilo, el personaje de Conchita Montes se sube al tren y conoce a una pitonisa que la ayuda a tirar por la ventanilla un reloj de pie horroroso que ha heredado, erizado de perifollos y bombillas: de puro cursi es el símbolo de la vida pequeñoburguesa y repolluda de la que huye y contra la que Edgar Neville dirigió su sátira.

Si no se hubiese hecho pedazos, el tal reloj reaparecería seguro entre el muestrario que Sergio Rubira ha espigado cuidadosamente para esta exposición con muchísima miga y ningún desperdicio: angelotes con mofletes, abanicos y acuarelas, arlequines y colombinas, primores de caligrafía, novelitas tituladas Nunca olvidé a Polly o Prudente pasión y por supuesto muchos, muchos gatitos. Imágenes y objetos rigurosamente cursis, que todos reconocemos y con los que todos convivimos. Por mucho que los tiremos por la ventana, reaparecen en armarios, repisas y mudanzas, en subastas digitales y rastrillos comarcales: son la purria amontonada en los desvanes del subconsciente colectivo durante los últimos doscientos años de la historia de España.

Lo cursi (lo carrincló en catalán) tiene equivalentes aproximados en otras lenguas y culturas europeas, pero al final resulta intraducible por endémico. Es la inseparable cara B de un discurso patrio oficial: frente a los rimbombantes cuadros de historia, detrás de las machaconas glorias y gestas nacionales y el supuesto sentimiento trágico de la vida hispana, acaba siempre aflorando el repertorio rebelde de la estética y la ética cursis. Y al hacerlo refleja mucho más y mejor la mentalidad y el gusto de un país que digirió su decadencia durante el siglo XIX y rumió sus complejos y su diferencia forzada durante gran parte del XX: en el imprescindible La cultura de la cursilería, Noël Vallis señala la retórica franquista como una de las cimas de lo cursi.

Grupo escultórico del siglo XIX, procedente del Museo Nacional de Artes Decorativas en Madrid.
Grupo escultórico del siglo XIX, procedente del Museo Nacional de Artes Decorativas en Madrid.Javier Rodriguez Barrera

No se puede ser más cursi que un repollo con lazo: el saber popular da en el clavo al localizar la cursilería en el desequilibrio histórico insalvable entre la humilde pero digna realidad cotidiana de la berza y la guarnición de inseguridades que tratan de enmascararla.

Tierno Galván buscaba la raíz de la palabra en las elegantes cursivas inglesas que intentaban imitar nuestros manuales decimonónicos de caligrafía. Puede ser, pero su origen legendario es más jugoso y revelador, como pasa siempre con los cuentos y los mitos: aquellas famosas y dudosas señoritas Sicourt, hijas de un sastre francés, que hacia los años treinta del siglo XIX se lucían por Cádiz emperejiladas, tratando de disimular con lazos, pompones y borlas los rotos y remiendos de sus trajes de paseo y a las que la gente seguía por las calles gritando “¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur!” (No sabe uno quién era peor).

Lo cursi nace del deseo de distinción. Pero es como un dandismo que cae en lo pretencioso, lo relamido y lo ñoño

Era la acepción reaccionaria y peyorativa del ultraconservador Francisco Silvela en su Arte de distinguir a los cursis: lo cursi como traición a las esencias puras de la raza y resultado de la perniciosa influencia de la Revolución Francesa (por algo había empezado en la liberal Cádiz y, horreur, por culpa de unas afrancesadas). Luego, doña Emilia Pardo Bazán, moderna a ratos pero condesa a tiempo completo, lo usaría como bandera y línea roja clasista para distinguir a los burgueses advenedizos y esnobs de la verdadera aristocracia.

Lo cursi, como lo camp en el siglo XX, nace de la ansiedad y el deseo de distinción en la era de la cultura de masas. Pero es como un dandismo mal calculado, que se pasa de frenada y cae en lo pretencioso, lo relamido y lo ñoño. Ortega, implacable, lo vio como síntoma de la España invertebrada: “La cursilería sólo puede producirse en un pueblo anormalmente pobre que se ve obligado a vivir en la atmósfera de un siglo XIX europeo, en plena democracia y capitalismo. Es una misma cosa con la carencia de una burguesía fuerte moral y económicamente. Esa ausencia es el factor decisivo de la historia de España de la última centuria.”

Portada del libro 'Beatriz', de Corín Tellado, 1960.
Portada del libro 'Beatriz', de Corín Tellado, 1960.

En CentroCentro se oyen esas y muchas más voces, porque, a la par que la pura cursilería, en España ha abundado su análisis y su representación. La exposición acierta al entreverar lo cursi cristalizado en cuadros, muebles y chismes con la literatura que trató el asunto: los espeluznantes (nunca mejor dicho) cuadritos florales, brazaletes y joyas hechos con pelo humano y traídos del Museo del Romanticismo ilustran de maravilla las novelas sobre lo cursi, pero cero cursis, de Galdós, de La de Bringas a Miau o La estafeta romántica; la vindicación de lo cursi de Ramón, que acertaba al decir que no hay nada más cursi que obsesionarse con no serlo, se acompaña de algunos objetos casi metafísicos, de tan cursis, de su despacho; y la memorabilia teatral recuerda las incursiones de Lorca en lo cursi, de El maleficio de la mariposa (donde lo practicó a fondo) a Doña Rosita la soltera, esa anti-Bernarda Alba, menos tremenda pero más trágica al contar el drama de generaciones enteras de mujeres burguesas condenadas a vidas huecas de sórdida cursilería.

En las salas llaman la atención por derecho propio dos cursiladas sublimes de Luis de Madrazo: sendos retratos de su hija María Teresa entre volantes de raso y tirabuzones, acompañada de tórtolas, perritos y pajaritos. Vienen de los fondos de la colección Madrazo de la Comunidad de Madrid, y es inevitable pensar en lo interesantísimo que sería aplicar las tesis de esta exposición a los fondos de pintura del XIX del Prado, un poco más abajo por la misma calle. Francia tiene muy trabajados ya a sus pintores pompier, Inglaterra su Victoriana, Alemania y Austria su Biedermeier, pero el campo histórico de nuestra gran tradición pictórica de lo cursi aún no ha sido desbrozado, y antes o después tenemos que hacérnoslo mirar.

‘Elogio de lo cursi’. CentroCentro, Madrid. Hasta el 8 de octubre.

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.

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