Fallece Max Cahner, último ‘noucentista’
Fue consejero de Cultura de la Generalitat del primer gobierno de Jordi Pujol La Generalitat condecorará a Cahner con la Medalla de Oro a título póstumo
Con la muerte ayer de Max Cahner (Bad Godesberg, 1936) desaparece una figura clave de la reconstrucción de la cultura catalana durante el franquismo y en la larga transición. No sólo como consejero de Cultura del primer gobierno de Jordi Pujol en la Generalitat, en 1980, sino sobre todo como participante y promotor habitual de numerosísimas iniciativas en el ámbito público y privado, en Cataluña, Valencia y Baleares, para dotar a la lengua catalana y a la cultura que en ella se expresa de las herramientas imprescindibles para una cultura moderna.
En este sentido, podría decirse que Cahner, desde las instituciones y fuera de ellas, ha sido el último gran exponente del ideal cultural de Noucentisme catalán de principios del XX: la creación de una nación y una cultura moderna, a escala de las grandes culturas europeas, a través de instrumentos públicos sólidos y de una sociedad civil viva.
Cahner heredó de ese espíritu noucentista sus principales virtudes: inteligencia, tesón, laboriosidad, erudición y una vasta cultura europea. En bastante menor medida, también la ironía. Nacido en Alemania, de madre madrileña del barrio de Lavapiés y de padre de familia alemana de origen judío, afincada en Cataluña, se comprometió en los muy tempranos años universitarios (con sólo 15 se matriculó en 1952 de Química y de Derecho) con la causa del catalanismo, sobre todo en su vertiente cultural, en buena parte gracias a las amistades con un círculo de estudiantes que compartían un ideario político y cívico de la Cataluña republicana, que pudo sobrevivir a la guerra civil y la persecución franquista.
Con el historial de multas, represión, destierros y exilio correspondiente en 1964, que le obligó a vivir unos meses en Perpiñán, Cahner fue en las dos últimas décadas del franquismo, una pieza constante en los esfuerzos para construir los instrumentos culturales que podía permitirse una sociedad civil al margen del poder político: Serra d’Or (de la que impulsó una nueva época en 1959), el sello editorail de Edicions 62 (1961), la Gran Enciclopèdia Catalana (1965, cuya fallida económica comportó la ruina de su padre), Curial (1972)…
En relación constante en Valencia con Joan Fuster y el promotor cultural Eliseu Climent, sería más corto el listado de las iniciativas culturales catalanas en las que no participó Cahner que el de aquellas en las que fue un elemento activo, siempre con una enorme ambición cultural, entusiasmo y tenacidad y a menudo con sonoras rupturas y disputas finales, como sus divergencias con el actor y director Josep Maria Flotats que le llevaron a dimitir, en 1992, como comisario del proyecto del Teatro Nacional de Cataluña y del Auditorio.
Cahner tenía ya un largo historial como activista cuando Jordi Pujol le nombró por sorpresa en 1980 consejero de Cultura en su primer gobierno. Por sorpresa, porque su figura parecía más bien encuadrada en la izquierda nacionalista. Prácticamente de la nada, Cahner diseñó un sistema público cultural completo —aunque no consiguió llevarlo a la práctica— inspirado en los modelos europeos, especialmente el alemán y el francés, que tan bien conocía.
En esa línea, atrajo intelectuales y personalidades culturales con gran proyección pública, aglutinó a sectores jóvenes del pensamiento catalanista aislados y desperdigados —es una figura clave en el nacimiento de la Fundació Acta, la primera plataforma que disputó la hegemonía cultural desde el catalanismo— y puso los fundamentos de la política lingüística de la Generalitat, a través en buena parte de Aina Moll. Desde el Teatre Nacional hasta el Museo de la Ciencia y la Tècnica, pasando por el primer embrión de medios de comunicación públicos de la Generalitat, las piezas de este diseño se han demostrado esenciales en la historia reciente de la cultura catalana. Ya fuera de la Generalitat, continuó con su activismo —diario Avui, estudios sobre la Gran Guerra, Revista de Catalunya (1986) — y en política fundó Acció Catalana, intento de aglutinar nuevos sectores del catalanismo intelectual, que acabó integrándose en Esquerra Republicana, con fugas individuales a CDC.
Cuenta la leyenda que, en la infancia, con algunos de sus amigos catalanistas, Cahner jugaba a inventar países. Les dibujaban un mapa, unos sellos, una moneda propia… La proyección es sugestiva, pero sería injusta. Para Cahner y su generación, Cataluña no era un país inventado, sino un país existente —aunque truncado por una guerra civil— que querían reconstruir. Un país real. Sobre dos bases: la memoria viva de la Mancomunitat y de la Generalitat republicana, encarnación del proyecto noucentista, y el modelo de las grandes culturas europeas modernas, de las que se sentían parte. Tenaz, inteligente, a veces huraño, omnipresente, a ello dedicó toda su energía y sus recursos a lo largo de toda una vida.
Vicenç Villatoro es escritor y exdirector del Institut Ramon Llull.
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