Las guaridas del duende
Madrid no es la cuna del flamenco pero posee algunos de los mejores tablaos. La vuelta de muchos artistas a la capital por la crisis ha devuelto el esplendor a varios estos locales
Del flamenco se dice lo mismo que del pescado: el mejor pasa por Madrid. A pesar de que la cuna de esta disciplina esté comprendida en el triángulo formado por Jerez de la Frontera, Cádiz o el barrio de Triana en Sevilla, más cerca del mar, la escena flamenca de la capital es la punta de lanza para el resto del territorio nacional. Y hasta sus tablaos se acercan bailaores, cantantes y músicos de todas partes para darse a conocer y refrescar un movimiento artístico que continua vivo y en imparable evolución.
Sí, Madrid tiene duende. Más allá de las caricaturas con trajes folclóricos del Retiro o de los carteles que anuncian Flamenco shows en los soportales de la plaza Mayor, la ciudad posee varios de los tablaos con mayor repercusión mundial. En ellos late ese “poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica” al que invocaba Lorca en su Teoría y juego del duende. Un poder que alude al estilo y a la cultura que desarrollaron leyendas como Antonio Gades, Camarón, Lola Flores o el recientemente fallecido Enrique Morente.
“Sin Madrid, el flamenco no sería lo que ha sido ni evolucionaría como lo ha hecho”, asegura Juan Verdú, director del festival Suma Flamenca. Este “activista flamenco” señala que “Andalucía es la madre y Madrid la comadre”, y que ahora goza de un momento álgido gracias —entre otras cosas— a la crisis. “Ha mejorado porque muchos artistas han tenido que volver”, explica, “y siempre ha sido un nicho donde se movían los mejores, que luego hacían carrera en otros lugares”.
Es la conclusión que alcanza la mayoría de los entendidos. La bailaora Blanca del Rey, que regenta junto a sus hijos el Corral de la Morería, cree que actuar en los escenarios de la ciudad es como “torear en Las Ventas”. Su local, fundado en 1957, ha visto pasar por sus tablas a lo más granado del flamenco y por sus butacas a algunos de los personajes más ilustres del siglo pasado. Frank Sinatra, Dalí con su pantera o Ava Gardner han cenado acompañados de un taconeo que hoy sigue encandilando a miles de turistas.
Algo parecido a lo que sucede en Casa Patas. Este local, nacido hace más de cuatro décadas como una bodega, vio cómo se convertía en un centro neurálgico del flamenco en la capital. Martín Guerrero, arquitecto de profesión y aficionado a la fotografía, empezó a poblar las paredes con instantáneas de los grupos que pasaban por allí y ha terminado trenzando su afición por esta música con la responsabilidad del negocio familiar. “En la Movida había necesidad de un sitio en el que se reunieran los artistas flamencos”, recuerda quien albergó la comunión de Estrella Morente o se encontró hace unas semanas con John Malkovich en una de las mesas. Guerrero muestra con orgullo la zona dedicada a la comida mientras indica que se pensó para “el artista y el aficionado” y que “siempre fue un poco locura”.
No es de extrañar que lo nombre Santiago Auserón en el libro de Bruno Galindo que narra la gestación de Omega, uno de los discos que cambió la historia de este registro musical. “Nos seguimos viendo de vez en cuando en Casa Patas y en el Candela, vagando por Lavapiés con la tribu alegre de los nuevos flamencos”, rememora el compositor en alusión a Enrique Morente. “La tradición se vuelve inerme si no se enfrenta al reto de los tiempos”, sostiene.
El citado Candela muestra el lado más canalla de la profesión. Cada noche, una mezcla racial compuesta predominantemente por inmigrantes, gitanos y hippies de todo pelaje se junta en este garito para atravesar el umbral de la noche cuando la mayoría de pubs ya ha echado el cierre. El cante de fondo se solapa por el murmullo de los congregados, entre los que se presumen rostros conocidos que no hacen justicia a los retratos suyos que cuelgan de las paredes.
Dar palmas en cinco rincones
- Corral de la Morería. Calle de la Morería, 5. Es el tablao con restaurante más antiguo de Madrid.
- Casapatas. Calle Cañizares, 15. Comenzó como una bodega y se ha consagrada como un imprescindible.
- Café de Chinitas. Calle Torija, 7. Con más de 40 años, mantiene el aroma clásico de los tablaos andaluces.
- Cardamomo. Calle Echegaray, 15. Acoge espectáculos que continúan más allá de la medianoche.
- Las Carboneras. Calle del Conde de Miranda, 1. Ofrece dos pases diarios en un ambiente íntimo.
Lo mismo que ocurre a veces en el Cardamomo. En este tablao próximo a la Puerta del Sol la juerga desciende a menudo de la tarima y se instala en la zona de copas. “A veces vienen Diego o Raimundo y me la lían”, dice Cinthia Tutsumi, una de las camareras, refiriéndose a El Cigala y al mayor de los hermanos Amador. En el local, las dedicatorias de bandas de los noventa como Ketama o La Barbería del Sur se mezclan con otras de Pedro Guerra o Almodóvar.
Sin embargo, ¿qué espacio tiene este furor entre los ciudadanos? “Madrid tiene un número de gente afín, pero es pequeño con respecto a la población que hay, porque no está fomentado”, anota Mari Carmen Mira, dueña del Café de Chinitas. “Tampoco ayuda el IVA al 21%”, insiste enumerando los problemas que aquejan a los negocios en un momento de un descenso generalizado del poder adquisitivo. “Nosotros abrimos en 2000 y se nota el bajón, pero funciona”, comenta Quique Ponce de León, de Las Carboneras.
Lo cierto es que un amplio porcentaje del público que acude a estos rincones del arte flamenco es extranjero. “Fuera es como si fuésemos dioses. Aquí sólo se vende el sol y playa”, enfatiza Mira. “Si no eres gitano no lo descubres hasta los 30 años”, añade Ivana Portolés, del Cardamomo. “Es un arte maltratado”, concluye.
Lucía de Miguel y Jesús Fernández son dos jóvenes bailaores que vienen del sur y se conocen desde hace años. Ambos han tenido que pasar temporadas en Japón. Ahora atraviesan un buen momento laboral que les tiene reservado incluso un festival en México. Pero ninguno se fía de una estabilidad que no va con el gremio. “En Madrid están los mejores artistas y los mejores establecimientos, pero hay mucha competitividad y esta profesión no es estable”, opina Lucía.
Aún así, todavía es posible deleitarse en Madrid con la catarsis del taconeo, con el ritmo atávico de la percusión o con el hipnotismo electrizante del baile. Los tablaos presumen de buena salud y de una unión que mejora las relaciones entre ellos. Y surgen salas como El Juglar o Clan que incorporan este arte entre sus programaciones. “Hay que apoyarse. El que excluye pierde”, insiste Blanca del Rey, “y cuanto más flamenco haya, mejor”.
Patrimonio inmaterial de la humanidad
“El arte es un reducto de libertad”, afirma Blanca del Rey. Esta bailaora, ganadora del Premio Nacional de Flamenco en 1999, fue una de las personalidades que más abogó por que esta disciplina se reconociese como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En 2010, la Unesco lo incluyó en una lista donde también aparecen el mariachi o las sombras chinas. “Lo era de siempre porque todos los artistas han hecho patria de él”, subraya Del Rey.
Esta calificación, no obstante, ha pasado desapercibida en lo que a respaldo se refiere. Ivana Portolés, directora de la Fundación Cardamomo, que pretende fomentar el aprendizaje de la música en las escuelas, comenta escéptica que “en teoría supone un cambio, pero en la práctica no ha servido para nada”. “De puertas afuera el flamenco está supervalorado, pero hacia adentro no ha cambiado: ni se abren más salas ni se promociona”, zanja.
“Cada día se baila, se canta y se toca mejor”, sostiene Juan Verdú, “pero no hay escenarios donde mostrarlo”. El crítico defiende que todo es cíclico y que ahora pasa “como en los años 70”, lo que quiere decir que servirá de germen para nuevas tendencias. Aun así, se muestra duro con las instituciones: “Si no se apoya la cultura, que cierren el ministerio”.
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