La urgencia de recuperar la esperanza

Pese a que los agoreros del pesimismo pretendan hoy convencer a las personas de que todo lo que sintieron estuvo mal, la gente salió a manifestarse para exigir cambios, en su gran mayoría de manera pacífica

Manifestantes se reúnen durante una protesta en la Plaza Italia en Santiago, Chile, el martes 22 de octubre de 2019.Cristobal Olivares (Bloomberg)

La tarea de caracterizar el estallido social, sus causas, aciertos y yerros sigue abierta. Ese debate es bueno y necesario para nuestra democracia. La sociedad salió a manifestarse contra los abusos y el aprovechamiento de la elite. También contra una política que durante décadas no escuchó, y luego fue incapaz de dar respuestas ante la fuerza de la voz de la ciudadanía.

El rol de la política, como la concebimos en el Frente Amplio, es cambiar la realidad y no solo interpretarla. Este hito en nuestra historia reciente debería servir para fijar prioridades como país, definir un rumbo y conectar con las necesidad de la ciudadanía.

No voy a discutir en esta columna con quienes aún sostienen la tesis del estallido delictual, la conspiración de los infiltrados cubanos, ni el complot de la izquierda para derrocar al presidente Piñera. Quienes defienden esos disparates buscan esconder el problema para que todo siga igual. Son los mismos que no lo vieron venir, los de la invasión alienígena y de la defensa de privilegios que fueron sobrepasados por la manifestación masiva y mayoritariamente pacífica del pueblo de Chile en octubre de 2019.

Por ello, más bien, quiero profundizar en dos planteamientos que se postulan como abordajes del malestar desde la derecha: el crecimiento y una noción restrictiva de la seguridad.

En primer lugar, siendo muy importante abordar el rol que cumple la economía en este problema, hay quienes han reducido el diagnóstico a un asunto de estancamiento económico. Y si bien crecer es central para construir prosperidad, vale volver a la pregunta de quién crece cuando Chile crece. La gran mayoría de la población sólo veía desigualdad. Por eso hoy más que nunca es imprescindible contar con un nuevo modelo de desarrollo, en que la innovación, el desarrollo productivo, el emprendimiento y la generación de conocimiento sean el impulso de los próximos 50 años. El rol que Chile está cumpliendo en el mundo respecto a la electromovilidad, al desarrollo de la inteligencia artificial, el reconocimiento del valor de los cuidados y la industria del hidrógeno verde, son solo algunos ejemplos del camino correcto que ya hemos emprendido.

En segundo lugar, siendo la seguridad una preocupación profunda en nuestra población —como lo es para el Gobierno— debería ser vista de manera integral. Las personas se sienten solas y desprotegidas y es deber del Estado estar presente para ellas. La seguridad significa no tener miedo a salir de noche a la calle, ni que el poder del narco, las armas o de la corrupción nos abuse. Significa también tener la confianza de que una enfermedad no nos dejará en la quiebra, y que en el trabajo se tenga la posibilidad de crecer y ser tratado con dignidad. Significa implementar políticas que pongan el bienestar de las personas al centro y se fortalezca la presencia del Estado.

Por ello es fundamental reconectar con la esperanza de cambio que vivimos en las calles de todo el país en esos días. Pese a que los agoreros del pesimismo pretendan hoy convencer a las personas de que todo lo que sintieron estuvo mal, la gente salió a manifestarse para exigir cambios, en su gran mayoría de manera pacífica. No fue un arrebato de locura colectiva. Y es por eso que reducir toda esa fuerza a una mera expresión delictual es una trampa irresponsable con el futuro. Los habitantes de nuestro país quieren cambio y aún conservan la esperanza de que ese cambio es posible. Que esa esperanza le gane a la polarización y la mirada cortoplacista. En el debate político también.

Chile necesita urgentemente una política a la altura de los desafíos de presente y futuro. Que no retrase los cambios por obstrucciones mezquinas al gobierno ni se subordine al poder del dinero, que ponga por delante las necesidades de la gente y que esté disponible para que el país avance.


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