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OBITUARIO

Henning Larsen, clásico de la arquitectura moderna

El proyectista danés abordó un registro sumamente diverso de retos constructivos

Anatxu Zabalbeascoa
Henning Larsen, arquitecto danés, en 2004.
Henning Larsen, arquitecto danés, en 2004.BJARKE ORSTED (EFE)

El arquitecto Henning Larsen (1925-2013) obtuvo hace unas semanas el último Premio Mies van der Rohe. Lo ganó con la sala de conciertos Harpa levantada en Reikiavik hace dos años. El edificio no era uno de los trabajos habituales de este proyectista, capaz de barajar estilos y materiales para conseguir dramáticos juegos de luz. En esa ocasión, su estudio buscó ir más allá y trató de acercar, temerosamente, el arte y la arquitectura de la mano del escultor islandés Olafur Eliasson. Fue el propio Eliasson, otro experto en luz, quien envolviendo el inmueble en gruesos pedazos de vidrio contribuyó a su visibilidad. Y acercó a un clásico de la arquitectura moderna como Larsen al peligroso juego que busca difuminar los límites entre el arte y la arquitectura.

Larsen falleció la noche del 23 de junio, mientras dormía en su casa de Copenhague. Tenía 87 años y vivía semirretirado desde que en 2009 cumpliera medio siglo de vida profesional. Descansaba pues de una trayectoria tan internacional y fructífera como llena de sacrificios, riesgos y premios. Aunque es cierto que, en 2004, tras concluir la Ópera de Copenhague —una especie de globo terráqueo coronado por una espectacular marquesina y ubicado junto a un dique, frente al palacio real danés— el reconocimiento internacional se disparó (en 2012 le concedieron el Praemium Imperiale japonés), también lo es que Larsen había comenzado a ganar concursos muy temprano y llegó a levantar más de un centenar de edificios de todas las tipologías (universidades, hospitales, salas de conciertos, viviendas, palacios de congresos, iglesias u oficinas) por todo el mundo: de la biblioteca de Malmö en Suecia (1997) a la Universidad de Plymouth, en Reino Unido (2007). En España, donde en 2009 ganó el concurso para el Palacio de Congresos de Lanzarote, no vio su obra comenzada.

Así, con tanta producción, tal vez lo mejor de Larsen fuese también lo peor. En Arabia Saudí demostró que no solo era un arquitecto moderno porque supiera manejar acero y vidrio para levantar inmuebles bien iluminados en climas nórdicos. Allí no dudó en trabajar con piedra, estuco y celosías y tanto su Embajada danesa en Riad (1988) como el edificio para el Ministerio de Asuntos Exteriores saudí (1984) lograron combinar la contención danesa con la frescura de la mejor arquitectura islámica. Fueron esas intervenciones las que en 1989 le valieron otro reconocimiento más, el Premio Aga Khan. Sin embargo, a lo largo de los años, Larsen llegó a acumular proyectos tan dispares en estilo, intención y consecuencias como el caricaturesco edificio de apartamentos The Wave —con forma de doble ola— en el fiordo de Vejle (2009) y la exquisita vivienda unifamiliar en Vejby (2005), ambos en Dinamarca. Un abanico tan amplio de registros solo se explica por la desmesurada ambición de un proyectista o por el tamaño que alcanza su estudio. Con todo, Larsen se preocupó también por difundir la arquitectura y así, además de dar clase toda su vida, fundó la revista Skala en 1980 y una galería con el mismo nombre. Ya en el siglo XXI levantó el edificio que alberga en su ciudad el Museo del Diseño cerca de donde había restaurado la Carlsberg Glypotek, un ejercicio de reparación y respeto en el que manejó el paso atrás como fórmula arquitectónica. Tal vez con el mismo ánimo, para 2001 decidió legar parte de su patrimonio a una fundación que lleva su nombre. Esos fueron, al final, los premios que más disfrutó: las becas que él mismo concedía, y entregaba personalmente, cada 20 de agosto, el día de su cumpleaños.

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