A la reconciliación por el tocino
El protagonista, el pobre pescador que atrapa al animal, parece a ratos un cruce islámico entre Charlot, Keaton y Nino Manfredi
Ambientada en la franja de Gaza, escrita y dirigida por un uruguayo nacionalizado francés y coproducida entre Francia, Alemania y Bélgica, Un cerdo en Gaza tiene algo casi español tanto en su punto de partida, que recuerda al de Felices Pascuas (1954), tercer largometraje de Juan Antonio Bardem, como en su uso de un macguffin animal para proponer un mensaje de reconciliación, en la línea de La vaquilla (1985) de Luis García Berlanga. Dos ficciones españolas cercanas a la poética hambruna del Carpanta dibujado por Escobar, que aquí tiene su correspondencia en la figura del humilde palestino Jafaar, desdichado pescador de un cerdo vietnamita que el contexto religioso y cultural de su microcosmos conflictivo imposibilita transformar en pasaporte para paliar la miseria. La película de Sylvain Estibal también podría ser la respuesta palestino-israelí al conflicto de clase que planteaba un brillante guion de Alan Bennett en la notable Función privada,de Malcolm Mowbray, donde otro cerdo se convertía en objeto de conflicto en una Gran Bretaña de posguerra marcada por el racionamiento y la vigencia de las jerarquías sociales.
UN CERDO EN GAZA
Dirección: Sylvain Estibal.
Intérpretes: Sasson Gabai, Baya Belal, Myriam Tekaia, Gassan Abbas, Khalifa Natour, Lofti Abdelli.
Género: comedia. Francia, 2011.
Duración: 98 minutos.
Un cerdo en Gaza es un manjar que no solo no puede ser comido: tampoco puede ser tocado si el creyente quiere salvaguardarse de la impureza. La estrategia de Estibal es, pues, respetable, pero arriesgada: una herencia de la comedia neorrealista, que a su vez bebía de la farsa del desamparo inmortalizada por Chaplin en los orígenes. Jafaar, encarnado por Sasson Gabai, parece a ratos un cruce islámico entre Charlot, Keaton y Nino Manfredi, con su comicidad resignada y la picaresca de baja intensidad como motor de sus acciones. Estibal toma la legítima decisión de hacer comedia humanista a partir de la claustrofobia existencial palestina en territorio ocupado y de las estrategias de supervivencia de los humillados. Su atrevimiento (o la lógica y honestidad de su discurso) le lleva a incorporar el terrorismo islámico en la ecuación y ahí es donde el conjunto empieza a perder el equilibrio.
Interesante, pero desigual, Un cerdo en Gaza sucumbe a la ingenuidad cuando usa una telenovela y un baile callejero como pedestres metáforas de la reconciliación.
Babelia
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