Una guitarra con ‘soul’ y una flauta de voz rasgada
Pepe Habichuela y Jorge Pardo se suben juntos al escenario del Círculo de Bellas Artes de Madrid en una noche única de flamenco y jazz
Silencio y destellos dorados neobarrocos adornan la noche de sábado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. El murmullo del patio de butacas se apaga cuando una silueta cargada de años marca los pasos serenos en el escenario. Y entonces, la profundidad sonora de la cuerda de una guitarra flamenca rasga la noche, y el público despierta en aplausos ante un Pepe Habichuela que afina a golpe de escala andaluza. El guitarrista es la primera vez que se sube al escenario en solitario al lado de Jorge Pardo, y la ocasión es excepcional.
Arranca el concierto el granadino con una taranta en la que el guitarrista no levanta la cabeza de las seis cuerdas en ningún momento, ensimismado en esas bordaduras que son la versión popular de aquellos melismas interminables de los cantorales de las catedrales. En la soleá, la guitarra quiere acercarse a la alegría del tanguillo, pero nunca llega a alcanzarlo. Es esa tristeza inagotable, ese drama de campo andaluz baldío de otros tiempos, de aquellos “andaluces de relámpagos nacidos entre guitarras, y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas”, que decía Miguel Hernández.
Sigue solo el guitarrista, y presenta a un cantaor especial para esta noche: Jorge Pardo. El alumno de Sabicas y el magistral flautista de jazz se miran con emoción para afrontar una seguiriya que tiene de fondo el eco sordo de los nudillos desnudos que marcan el compás sobre la mesa y que se torna taranta de nuevo. Pardo lleva la melodía como un pájaro flamenco: tiene el orgullo de haber introducido la flauta como instrumento para el toque y su instrumento se deja llevar como un cantaor que intenta domar el viento, mientras en su pasaje en solitario trata de marcar el ritmo con golpes certeros sobre las llaves metálicas de la flauta travesera.
Jorge Pardo sabe de música y de riqueza, de cruces entre la historia y lo nuevo e inesperado que da la improvisación, y en su discurso para que la bailaora se arranque aparecen el fuego fatuo de El amor brujo de Falla y la melodía universal del Bolero de Ravel. Mientras, la bailaora se recorta como una sombra sobre el fondo iluminado en una secuencia propia de película de Carlos Saura.
“Es para mí un honor estar sobre este escenario con este maestro de la guitarra que tanto nos ha acunado con su música”, dice Pardo sobre el granadino, que deja que Josemi Carmona lleve la voz cantante a la guitarra mientras el flautista mira a un punto fijo y toca los palillos casi en trance. De repente, Habichuela vuelve a tomar el control de la pieza, y con su primer rasgueo, Pardo despierta de sus pensamientos y vuelve la cabeza para dedicar una sonrisa a esa guitarra que le devuelve a La leyenda del tiempo, cuando todo estaba por hacer.
La noche recupera la alegría tornada en tangos con aplausos para el contrabajo, que traza una melodía de graves jondos cuando la guitarra y la flauta le dejan. Y de los tangos a la bulería, donde el guitarrista se siente como en casa y Jorge retoma la flauta después de varias piezas con el saxo. Jorge echa el resto, Pepe también. Y derrochan el virtuosismo y la inventiva que almacenan en unas manos curtidas por años sobre las tablas. Al final, todo acaba por fandangos, y la sombra de Enrique Morente planea entre las volutas doradas de las balconadas de la sala, mientras una mujer emocionada grita desde la platea: “¡Qué alegría y qué suerte ser contemporáneos vuestros!”.
Babelia
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