Antonio Colinas, premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
El poeta español obtiene el máximo galardón de poesía en lengua española
“Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración”.
El temblor de la vida siempre ha acompañado a Antonio Colinas y lo ha plasmado en versos como estos. El entonces niño que un verano se abismó a la muerte por una enfermedad y el joven que a los 16 años empezó a conquistar su porvenir al escribir su primer poema. Estaba en Granada. 54 años después de aquel fulgor que no ha cesado, Colinas recibe ahora el 25º Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante de su género en lengua española y portuguesa.
El poeta viajero, que empezó pronto su periplo por España y siguió por el mundo, recibió la noticia en carretera. Iba en coche, de Salamanca, donde vive, hacia Valladolid, para grabar un disco con sus poemas. Era pasado mediodía. Al principio no se lo creía mucho. Varias veces su nombre había sonado para este premio. Una vez en Valladolid, dijo por teléfono el poeta, lo primero que pensó fue que “también se premia una vida que ha sido fiel a la poesía desde la adolescencia. En mi caso, poesía y vida son proyectos y vivencias que van fundidos, porque no puedo separar mi vida de la creación”.
Eso es este poeta, narrador, ensayista y traductor español nacido en La Bañeza (León) el 30 de enero de 1946. Esa fusión de vida y escritura se aprecia en obras como Poemas de la tierra y de la sangre, Preludios a una noche total, Sepulcro en Tarquinia, Noche más allá de la noche y Canciones para una música silente, y en el reciente libro Memorias del estanque (Siruela). Este galardón, concedido por Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca (dotado con 42.000 euros), será entregado en noviembre en Madrid.
Una vida de fidelidad
“Colinas empezó muy joven, completó la generación de los novísimos”, ha dicho Luis Alberto de Cuenca, miembro del jurado. Lo dice porque Colinas no formó parte de la famosa antología de Josep Maria Castellet. “Sus poemas están llenos de cultura, ha traducido a Leopardi y siempre ha reconocido que bebe mucho de Virgilio; además de estar influido por la tradición mística de Juan de la Cruz”, recordó De Cuenca. “Es emblema de una generación que va desde la trinchera del culturalismo hasta el existencialismo. Su obra es de una limpieza de sentido literario, con ritmo y sonoridad inigualables”.
Es una herencia de los autores que ganaron a Colinas para la causa de la poesía y que acuden ahora a su memoria. “Son dos escritores españoles, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado; uno latinoamericano, Pablo Neruda, a quien entrevisté en 1972 para Revista de Occidente; y uno europeo, uno checo, Rilke, precisamente porque en él siempre me asombró ese misterio de vida y poesía, de vida y soledad, de soledad dolorida; ese sentido de los viajes, sobre todo de su vida que es un viaje interior. En definitiva, la escritura”, dice emocionado el poeta. Luego llegarían Vicente Aleixandre y María Zambrano.
Pero hay un segundo momento en esa conquista poética, aclara Colinas: “Es en torno a los 20 años, cuando regresé de Italia. Cuando la vocación derivó hacia la profesión. Es ahí cuando empieza mi verdadera fidelidad a la poesía y sus anexos, la traducción, la crítica literaria de poesía, la narrativa, los ensayos. Pero siempre la poesía ha sido el sustrato de todas mis obras”.
Más de medio siglo de escritura de estirpe clásica imbricada de culturas. Esa exploración física y literaria le permite lamentar que en Europa se haya perdido el sentido primordial de la palabra. “Es una pena”, afirma, “que se haya intelectualizado demasiado la poesía. La poesía no es lo que es en otras zonas del mundo”. La pregunta es por qué. ¿Por qué en un mundo “civilizado” pasa esto? Colinas tiene la respuesta al instante: “En Europa nos hemos venido desprendiendo de qué es la poesía. De la misma manera de qué es la pintura, el arte. ¡Tenemos que volver a los conceptos! En esencia la poesía es algo más que un género literario; es más que unas palabras unidas a otras; es más que un juego, es una experiencia muy poderosa fundida con la vida. La poesía nació en la calle y hemos perdido el sentido oral de la palabra vida”.
Soledad, silencio y vaciado de contenido por prejuicios o ideas malentendidas sobre la expresión de emociones y sentimientos. Miedo a expresar los sentires reales, piensa Colinas. “El poema es una fusión de sentimiento y pensamiento. Es verdad que el poeta le da muchas vueltas al poema y quiere pensar más que sentir, y es ahí cuando surge el poema fallido. El misterio, el milagro es ese texto que el autor lee como una revelación y se asombra al verlo escrito. La poesía siempre es palabra nueva”.
Su faceta de traductor es muy relevante. Entre sus trabajos del italiano destacan las de Giacomo Leopardi y Salvatore Quasimodo. Como novelista ha publicado Un año en el sur, Larga carta a Francesca, Días en Petavonium, El crujido de la luz y Huellas.
“Misiones pedagógicas”
Las penúltimas palabras de Colinas han sido sobre el debate de que los creadores deben renunciar a la pensión en caso de recibir dinero extra por cuestiones como los derechos de autor. Se limita a recordar que muchos escritores tienen una vida con “misiones pedagógicas, visitas a pueblos, colegios, escuelas por amor a la literatura sin tener ninguna remuneración, desinteresadamente. Sin embargo, eso la Administración no lo tiene en cuenta. Hay un desconocimiento de lo que es la cultura y el arte en profundidad. De un trabajo que hacemos sin respuesta económica alguna”.
Una prueba de que Antonio Colinas no ha ido donde él ha querido, sino donde la vida lo ha llevado. Ese trayecto vital y poético tras la armonía y la estética lo relata en Memorias del estanque donde se le escucha desde la primera página:
“Yo fui un niño muerto. El agua me devolvió a la vida. Ardía el aire de agosto y ardía mi cuerpo a causa de la fiebre. Me humedecían los labios levemente con un algodón. Pero no bastaba: el cuerpo no respiraba. Todos lloraban. Sin embargo, llegó la tormenta de agosto. Llovía con fuerza y la humedad se posó en mis ojos y en mis labios: hasta mi piel. El niño muerto se levantó sin ayuda del lecho. Y sonreía...”.
25 ediciones del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
1992 Gonzalo Rojas (Chile)
1993 Claudio Rodríguez (España)
1994 João Cabral de Melo Neto (Brasil)
1995 José Hierro (España)
1996 Ángel González (España)
1997 Álvaro Mutis (Colombia)
1998 José Ángel Valente (España)
1999 Mario Benedetti (Uruguay)
2000 Pere Gimferrer (España)
2001 Nicanor Parra (Chile)
2002 José Antonio Muñoz Rojas (España)
2003 Sophia de Mello Breyner (Portugal)
2004 José Manuel Caballero Bonald (España)
2005 Juan Gelman (Argentina)
2006 Antonio Gamoneda (España)
2007 Blanca Varela (Perú)
2008 Pablo García Baena (España)
2009 José Emilio Pacheco (México)
2010 Francisco Brines (España)
2011 Fina García Marruz (Cuba)
2012 Ernesto Cardenal (Nicaragua)
2013 Nuno Júdice (Portugal)
2014 María Victoria Atencia (España)
2015 Ida Vitale (Uruguay)
2016 Antonio Colinas (España)
Babelia
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