“Imagina que Trump es normal”
El cómico argentino publica ‘Disparen al humorista’, una reflexión sobre los límites de la risa en estos tiempos de chistes brutales
Darío Adanti (Buenos Aires, 1971) publica Disparen al humorista (Astiberri), o sea que lo disparen a él. En el libro escribe y dibuja sobre los límites del humor. Publica sus historietas en Clarín y Mongolia, revista que fundó y con la que se pasea, junto a Edu Galán, por media España llenando teatros y montando el pollo con un musical sin música.
Pregunta. ¿Todo hace gracia?
Respuesta. Yo cuento chistes sobre Videla en el show. Un día uno que me reconoció por la calle me contó un chiste sobre desaparecidos. Yo no tengo problema en que se cuenten esos chistes, pero pensé: “Este tío, qué desubicado”. Imagínate que mis padres fueran desaparecidos. Y caí en esta conclusión: yo no tengo padres desaparecidos, pero amigos y amigas que sí, y me preocupo por lo que a ellos les preocuparía. Es el mecanismo perverso que tenemos instalado. Me sentía incómodo por otros como si esos otros no tuvieran las mismas condiciones que yo a la hora de incomodarse y expresarlo si quieren.
P. Preocuparía si no tuviésemos esa alarma.
R. Y salta. La comedia y el humor en el siglo XX empiezan a mutar hacia formas más directas y más brutas. Las clases populares arrastramos un poco esa parte de la herejía popular y carnavalesca de faltarle al respeto a todo e invertir la realidad. Tenemos necesidad de emociones más fuertes. Lo decía Jordi Costa: en tiempos duros se necesitan carcajadas fuertes. Y no recuerdo qué filósofo decía que él valoraba la sonrisa porque era la risa sofisticada: porque contenía el éxtasis primitivo de la risa pero a la vez la contención intelectual de no ofender. Esa era una visión muy siglo XIX de la intelectualidad. Y el siglo XX fue otra cosa.
P. Si se habla de los límites del humor es por eso.
R. Tenemos cada vez más miedo y hemos caído en un pensamiento mágico según el cual si controláramos las palabras nos pasarían menos cosas. Y los que más defienden el cuidado con el uso de las palabras son muy poco precisos ellos a la hora de usarlas: enseguida te puede caer “fascista” sin ningún tipo de matiz cuando a ti te están culpando por haber usado una palabra sin matices. Por eso digo que la corrección política es la hamburguesa McDonald’s que nos han vendido para creernos buenas personas.
P. ¿Y la incorrección para no decirse a sí mismo lo que se es ideológicamente?
R. Es lo perverso del sistema: cierta derecha prehistórica está utilizando la incorrección política como bandera, con lo cual se está instalando que la incorrección política es de derechas y la corrección política es de izquierdas. Esa derecha se dice incorrecta, pero solo es incorrecta despreciativamente y con los que ellos consideran inferiores.
P. Trump.
R. El humor tiene mucho que ver con el sexo; de puertas adentro hay prácticas consensuadas y un pacto íntimo entre quienes lo practican, ¿verdad? Y entra desde la violencia a la humillación. El humor también es un acto íntimo que no tiene límites, en cambio, lo que hace Donald Trump es un acto público. Hay una diferencia fundamental. Yo hago un acto íntimo en el humor aunque sea en un teatro con 1.000 personas, porque los que me están viniendo a ver me están viendo como humorista: saben que aquello es un período de ficción. Y además empatizan contigo en un montón de cosas y saben cuándo dices una cosa o dices otra. En cambio, Trump no. Es un personaje público que habla en público. Si yo, que soy humorista, le suelto chistes a mi jefe cuando estamos en una reunión de trabajo, me echan porque soy humorista sólo en el contexto humorístico. Por otro lado, hay que agradecer la incorrección política porque imagínate un mundo donde Donald Trump fuera normal, hablara de puta madre y luego hiciera estas mismas políticas. Entonces, ¿hasta qué punto es malo saber que Donald Trump es así de animal? El problema que viene ahora es que nos demos cuenta de que la anormalidad de Trump es la pauta de normalidad para gran parte de los pobladores de Occidente. Ese es el miedo.
Babelia
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