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puro teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cráneos privilegiados

En 'La calavera de Connemara', negrísima comedia de Martin McDonagh, hay un mano a mano de Pol López y Oriol Pla que merece pasar a las antologías

Marcos Ordóñez
De izquierda a derecha, Pol López, Oriol Pla y Xavi Sáez, en 'La calavera de Connemara'.
De izquierda a derecha, Pol López, Oriol Pla y Xavi Sáez, en 'La calavera de Connemara'.
david ruano

¡Qué falta me hacía reír como la otra noche con La calavera de Connemara, de Martin McDonagh, en La Villarroel! ¡Y qué gusto ver al público reír también y aplaudir puesto en pie! McDonagh se dio a conocer en los noventa con una serie de exitosas comedias negras que exacerbaban los clichés irlandeses, cosa arriesgada tratándose de un autor de doble nacionalidad, nacido de padres irlandeses pero crecido en Londres. Acorde a esa dualidad, parecían inspiradas en la anárquica locura de Brendan Behan, pero estaban más cerca de la ferocidad del británico Joe Orton, y McDonagh declaró más tarde que sus mayores influencias procedían del cine, con el primer Tarantino y el primer Scorsese en lo alto de su pedestal. Los irlandeses de la “trilogía de Leenane” y la “trilogía de las islas de Aran” suelen ser gente desballestada, cerril y violenta, a menudo macerados en whisky (o en poteen de bañera, según su pecunio), aunque hay que descartar una animadversión territorial: su retrato de los paisanos de Lancashire en la reciente Hangmen, ambientada en Oldham, es igualmente salvaje.

Aquí hemos visto buena parte de su teatro, desde La reina de belleza de Leenane, que Mario Gas montó en 1998, hasta El cojo de Inishmaan, dirigida por Gerardo Vera en 2013, pasando por El teniente de Inishmore (a cargo de Josep Maria Mestres en el TNC, 2003) o las dos versiones de El hombre almohada, una fábula centroeuropea de acentos kafkianos que firmaron Denis Rafter (2007) y Xicu Masó (2009).

La obra es un triunfo del estilo, con una estructura de relato que avanza hacia una gran culminación grotesca, casi shakespeariana

La historia de La calavera de Connemara quizás no tenga la pegada de La reina de belleza de Leenane o la poesía casi onírica de Escondidos en Brujas, memorable película de McDonagh, pero es un auténtico triunfo del estilo, con una estructura de relato que avanza hacia una gran culminación grotesca, casi shakesperiana, donde la ambigüedad y la emoción se dan la mano, a lomos de unos diálogos llenos de malicia, pródigos en análisis delirantes (¿Qué es peor? ¿Ahogarse en vómito o en orina?) y en insultos demoledores que los protagonistas dejan caer como quien habla del tiempo. Para montar a McDonagh hay que tener un oído musical y un afinadísimo sentido del ritmo. Su director, Iván Morales, está sobrado de ambos, y en su puesta en escena de La Villarroel, sobre brillante versión catalana de Pau Gener, no da una nota falsa. El escenógrafo Marc Salicrú ha unificado los espacios en una verde pradera que solo tiene de bucólica la apariencia.

Mick Dowd (Pol López), viudo solitario y hosco, que no sabe ni en qué mes vive, es el encargado de vaciar las tumbas del exiguo camposanto local cada siete años. El párroco le envía a un ayudante, el zumbado Mairtin Hanlon (Oriol Pla), para que haga algo de provecho. No es plato de gusto tener que trizar el esqueleto de Oona, la esposa de Mick, muerta en extrañas circunstancias, según se rumorea en el pueblo. Y tampoco es agradable descubrir lo que Mick y Mairtin descubren.

Marta Millà encarna a la vecina de Mick (y tía de Mairtin). Los nortes de su vida son el alcohol (de gorra), la religión (siempre y cuando haya fuego eterno), la maledicencia y el bingo. Ah, y estafar a los turistas yanquis contándoles que en su casa se rodó El hombre tranquilo. El cuarto en discordia es Thomas Hanlon (Xavi Sáez), hermano mayor de Mairtin, un poli rural sin excesivas luces, que quiere ser el Colombo de Connemara. Los cuatro intérpretes están impecables de principio a fin, aunque la parte del león se la lleva Oriol Pla como el joven Mairtin, un fool alegre y piradísimo, algo así como una versión irlandesa de Beavis y Butthead (sí, de los dos) cruzado con el Johnny Boy de Malas calles. La culminación grotesca antes mencionada es la larga y portentosa escena de la mesa y los cráneos, cuando Mick y Mairtin deciden rematar a lo grande su tarea, borrachísimos y con la versión de Nothing Compare To U de Sinéad O’Connor a guisa de himno. No acaba ahí la función, pero permítanme detenerme en ese tour de force. Pol López, que hasta entonces había calzado imaginarios zapatos de plomo para dar la sonámbula amargura de Mick, echa a volar como un personaje de Father Ted, y Oriol Pla se convierte en un arrasador Stan Laurel lisérgico. Los dos no pueden estar mejor conjuntados como clown y augusto, y su número debería formar parte de cualquier antología de la comedia, pero el trabajo de Pla, uno de los grandes talentos aparecidos en los últimos años, me dejó babeante. Calificarle de “explosivo” es quedarse corto: “atómico” sería más adecuado. Siempre es magnético, haga una criatura dostoievskiana como el Solerás de Incerta glòria, en la película de Villaronga, o en el rol de Mairtin, que, siendo desaforadísimo, no pierde nunca la humanidad. No se pierdan ustedes La calavera de Connemara.

‘La calavera de Connemara’, de Martin McDonagh. La Villarroel (Barcelona). Director: Iván Morales. Intérpretes: Pol López, Marta Millà, Oriol Pla, Xavi Sáez. Hasta el 29 de octubre.

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