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“En Nicaragua rebosó la copa de la iniquidad”

La escritora Gioconda Belli dedica su último libro a la lucha feminista y lamenta que la revolución sandinista acabara en la "dictadura" de Daniel Ortega

La escritora Gioconda Belli, el pasado sábado, en Madrid.
La escritora Gioconda Belli, el pasado sábado, en Madrid. Carlos Rosillo
Juan Cruz

Hay una historia escalofriante de esta mujer, Gioconda Belli (Managua, 1948) poeta desde los 18, ocurrida en 1978, cuando el sandinismo revolucionario luchaba en Nicaragua contra el somocismo criminal. Ella fue a buscar la ayuda de Omar Torrijos, el general que presidía Panamá, él quiso acostarse con ella, ella resistió, y rabiosa salió corriendo de la mansión en la que el militar era cuidado por un harén.

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Lo cuenta en sus memorias (El país bajo mi piel. Editorial Txalaparta, 2015) y lo decía de viva voz este sábado, a un mes de la revuelta en Nicaragua, en la Librería Contrabandos, en el barrio madrileño de Lavapiés, rodeada de ejemplares de su último libro, Rebeliones y revelaciones (Txalaparta), dedicado en gran parte a su lucha por la revolución de la mujer, que inició al tiempo que apareció su primer libro. Quiere hablar más de Nicaragua que de este volumen. Su país (“mi país portátil”), por el que combatió como sandinista, ahora está en manos de “un dictador, Daniel Ortega, que ya es otro Somoza”.

Pregunta. En este libro usted dice que soñó “un matrimonio perpetuo” con su país y ahora reniega “de los despojos” de su “familia política”, el sandinismo que maneja Ortega.

Respuesta. Lo que quedó vivo de la revolución es lo que estamos viviendo ahora. Pensamos en arrepentirnos y hasta hace unos meses, ante los despojos que Ortega deja, nos preguntamos si valió la pena tanto sacrificio, mi juventud, la de Sergio [Ramírez], la de Ernesto [Cardenal]…, para que hayamos terminado con este hombre y esta mujer subidos al poder, creando todos los mecanismos para no bajarse nunca. Y de pronto surge esta situación espontánea, la rebelión de los jóvenes. Un país que parecía embrujado se quiebra en mil pedazos desde que la gente ve la represión contra los muchachos. Lo vimos, todos vimos cómo la policía los pateaban. Fue la gota que colmó la copa de la iniquidad.

P. Ahí ve de nuevo la revolución.

R. En lo que significa la revuelta: no queremos otra tiranía. Matan a los chicos, y la gente sale a la calle con consignas que fueron sandinistas: “Patria libre o morir”, “Que se rinda tu madre”. Todos los símbolos, menos la bandera sandinista, que se la apropió Ortega como si fuera suya.

P. ¿Cuál fue su error?

R. No respetar la libertad de la gente, olvidar que el país es de todos y no de un partido. Nosotros, tras la revolución, cometimos el mismo error, pero no de forma tan arrogante. Ellos sienten que tienen todo el poder. Ese fervor contra la tiranía es lo que queda de la revolución.

P. ¿Por qué los jóvenes?

R. Porque son los que resienten más profundamente la falta de libertad. Recuperaron las universidades, se enfrentaron a los burócratas matones que se habían apropiado de ellas, afrontaron manifestaciones por la dejadez de Ortega ante sucesos graves, políticos y ecológicos. Así rebosó la copa de la iniquidad. Un símbolo de la resistencia ha sido la destrucción de los arbolatas [árboles de lata que la vicepresidenta, Rosario Murillo, esposa de Ortega, esparció por Managua], iconos del poder. Han destruido dieciocho de 125.

P. ¿Cómo debe de ser el ánimo de Ortega?

R. El miércoles se juntó con los jóvenes; fue como a una guerra, apoyado por helicópteros. Cuando empezó a hablar un muchacho le dijo que habían ido a escuchar los términos de su marcha, porque habían asesinado a jóvenes, “no queremos otra dictadura”, gritó… Y luego una muchacha fue gritando los nombres de los asesinados, y todos gritaban: “¡Presente!”. Respondieron a la protesta siguiendo el guion venezolano: mandaron matones a saquear las tiendas.

P. Ha escrito un libro de dos luchas: la de la revolución moribunda y la revolución de la mujer. ¿A qué se debe en este momento?

R. No hay separación. Las luchas colectivas tienen que pasar por luchas individuales. Se repiten las historias, y ahora vemos a Ortega convertido en otro Somoza. Me da cólera ver la bandera sandinista, que para mi significó tanto, junto a la bandera de Nicaragua. Creo que todas las revoluciones están llamadas a fracasar si no van acompañadas de esas revoluciones que tenemos que hacer en las relaciones humanas, contra la explotación. Y ahí entra la inexcusable lucha de la mujer.

P. Ahora se hace bandera de lo que usted lleva diciendo desde que era una muchacha.

R. El cuerpo es el campo de batalla de la desigualdad entre el hombre y la mujer. Destapar ese costo que la mujer ha tenido que pagar en silencio por el esquema de la dominación es un avance muy importante para entender la psiquis femenina y para que el hombre entienda también cómo se lee su propio comportamiento dominante.

P. Marido y mujer coinciden compartiendo la presidencia de su país… ¿Qué le produce esa simbiosis?

R. Son una pareja poco pareja. Es una pareja política, porque no lo son en términos afectivos. Hicieron un pacto terrible entre una madre que aceptó que su marido violara a su hija y a cambio le pide una cuota de poder. Es una pareja enferma de poder.

Resistir el acoso de Torrijos

Gioconda Belli recuerda perfectamente la noche en que acudió a pedirle ayuda al general Omar Torrijos, entonces presidente de Panamá, y acabó huyendo de él.

“Era 1977. Fuimos a pedirle auxilio para los sandinistas. Nos llevó a su mansión. Yo tenía un mensaje para él: necesitábamos pasaportes. Era tarde ya y los despididió a todos. ‘Tú te quedas’, me dijo. Inocente paloma que era, me quedo y me dice que quiere tener un hijo mío. Por allí andaba su harén. Yo le expliqué que eso no era posible. Entonces me obligó a escribirle un poema a su hija. Y más tarde una de las chicas me llevó a su cuarto. A su lado había un camisón para mí. ‘Ponte ese camisón y acuéstate, no te voy a tocar’. Salí despavorida. Al fin me pusieron a dormir en un trastero. ¡Por la noche me pregunté si tenía que sacrificarme por la patria, imagínate! Después le escribí reprochándole el terrible acoso. Él me mandó luego una excusa con un compañero sandinista”.

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