El infortunio de un presidente
Rob Reiner, en decadencia creativa desde mediados de los noventa, se acerca a la personalidad de Lyndon B. Johnson en su mejor película en años
Hundida en su día por la sangría de Vietnam, por no poder ganar una guerra imposible en el exterior y aún más irresoluble en el interior de su sociedad, la figura de Lyndon B. Johnson, presidente de Estados Unidos entre 1963 (cuando sustituyó a John F. Kennedy tras su magnicidio) y 1969, ha ido experimentando en las últimas décadas un creciente prestigio. Entre otras vertientes, en la cinematográfica, auspiciada además por sendos cineastas de corte progresista y liberal que, en la parte final de sus carreras, se han adentrado en la categórica personalidad de un político de la estirpe de los que, en principio, nunca llegan a la cima por su falta de carisma y sus incontrolables bríos, pero que se antojan imprescindibles en el sostenimiento del complejo arte del ejercicio del poder.
A LA SOMBRA DE KENNEDY
Dirección: Rob Reiner.
Intérpretes: Woody Harrelson, Michael Stahl-David, Richard Jenkins, Jeffrey Donovan.
Género: drama político. EE UU, 2016.
Duración: 98 minutos.
En su último largometraje antes de su muerte, el formidable director que fue John Frankenheimer realizó en Camino a la guerra (2002) un soberbio telefilme con el que, además de matizar la responsabilidad de Johnson en el continuo cúmulo de despropósitos alrededor de Vietnam, apuntaló una figura esencial en un momento en el que el país se desangraba también interiormente por el racismo. Y ahora es Rob Reiner, otro veterano, ya septuagenario y en decadencia creativa desde mediados de los años noventa, el que se acerca a la personalidad del mandatario en su mejor película en muchos años: A la sombra de Kennedy, que viene a tratar de un modo exhaustivo la época inmediatamente anterior a la desarrollada por la de Frankenheimer, su continua lucha con los Kennedy desde las primarias de 1960, como sorprendente vicepresidente de JFK, y en sus primeros instantes como presidente tras el asesinato de Dallas. Es decir, A la sombra de Kennedy termina más o menos cuando empieza Camino a la guerra, convirtiéndose ambas en un imprescindible díptico sobre el iracundo, inteligente, franco, culto y deslenguado Johnson.
Notablemente escrita por el novel Joey Hartstone, repleta de frases rotundas de tanto calado como sentido del humor (“¡Los Kennedy no hablan sureño y los sureños no hablan kennedy!”), con El ala Oeste de la Casa Blanca como más que probable referente ético, la película de Reiner tiene, sin embargo, una lacra inicial que, aunque detalle menor, puede hacer dudar al espectador en el primer tercio del relato: un maquillaje dudosamente efectivo y quizá innecesario, al menos en determinados papeles, que puede hacer que durante un tiempo (hasta que su excelente actuación se impone) se vea a Woody Harrelson como figura chanante, en lugar de como intérprete de LBJ. Un defecto en el que, de forma muy llamativa, reincide Reiner, pues en Fantasmas del pasado (1996), el principio del declive de una hasta entonces inmaculada carrera, ya cometió ese mismo error con el personaje de James Woods.
Sin embargo, la condición de Reiner como experimentado narrador prevalece finalmente sobre los defectos de una película que, aunque a veces peque de poner en boca de los personajes improbables frases escritas desde el conocimiento del presente, siempre se mantiene interesante. En el respeto hacia JFK, en la crítica hacia su hermano Bobby, y en el apasionante trabajo de los fontaneros del poder, donde siempre estuvo Johnson antes de ser arrollado por las circunstancias que lo llevaron a la cúspide.
Babelia
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