El Prado que camina hacia el futuro
El museo, que ha cambiado más en el siglo XXI que en los 181 años anteriores de su historia, apuntala su revolución tecnológica por dentro, con los últimos modelos en herramientas de restauración, y por fuera, con nuevas aplicaciones para ofrecer al visitante una experiencia personalizada y vídeos en directo para mostrar las obras del museo a su medio millón de seguidores en Instagram
Son las 9.50 de la mañana, una notificación de Instagram llega al teléfono: “@museodelprado ha iniciado un vídeo en directo. ¡Míralo antes de que termine!”. El Museo del Prado tiene unos 479.000 seguidores en esta red social, así que la pinacoteca es susceptible de meterse en todos esos móviles solo con que sus dueños toquen la pantalla. En un segundo uno está entre sus muros y disfrutando de una visita guiada gratuita. Sin importar el lugar del mundo en el que se esté, la única diferencia será que quizá en esa parte del globo no faltarán 10 minutos para las 10 de la mañana.
Una voz familiar saluda a todos los que desde el primer momento le empiezan a enviar parabienes a la manera de Instagram, es decir, con forma de corazón, de caritas sonrientes... Ni el museo ha podido resistirse a estos nuevos lenguajes y ha creado un emoticono para celebrar sus dos siglos: basta teclear #Prado200 en Twitter (el hashtag del bicentenario) para que inmediatamente detrás salga una de las manos más famosas de la historia del arte: la de El caballero con la mano en el pecho, pintado por El Greco hacia 1580. Un motivo del siglo XVI utilizado en una red social del siglo XXI, ¿quién lo hubiera predicho?
No hay que irse tan lejos. El perfil del Prado data de 2008 y tampoco se podía adivinar el giro que ha dado en poco más de 10 años. Ha pasado de ser una cuenta anquilosada que no publicaba más información que la que ya se podía encontrar en su web, a ser dinámica, proactiva y a interactuar con sus seguidores. De ahí, que el pasado abril consiguiera el Premio Webby del público en la categoría de redes sociales –para The New York Times estos galardones son el mayor reconocimiento en Internet– por unirse a la iniciativa #10YearChallenge con retratos de diferentes personajes históricos que cuelgan en sus paredes. Mostraban, por ejemplo, cómo la pequeña infanta Margarita que retrata Velázquez en 1656 pasa a ser la triste adolescente de negro riguroso, por la muerte de su padre Felipe IV, que pinta Martínez del Mazo una década después.
#10YearChallenge La infanta Margarita retratada por Velázquez a los 5 años en "Las meninas" en 1656 y por Martínez del Mazo en 1665-1666, poco antes de casarse con su tío el emperador Leopoldo I. Fallecería a los 21 años por las secuelas de su cuarto parto #Prado200 pic.twitter.com/ZcSTUNACoE
— Museo del Prado (@museodelprado) January 24, 2019
Si se hiciera un #10YearChallenge de diferentes publicaciones en redes sociales del museo, el cambio sería al contrario que el de la infanta: la sobriedad se ha convertido en sonrisa. Esto responde al “dar cariño” al que alude de manera natural durante la charla que mantiene con EL PAÍS Javier Sainz de los Terreros, técnico de gestión de comunicación digital y la voz familiar para los muchos que, desde el verano de 2017, siguen los directos de Instagram del Prado. Es una forma sencilla de explicar las intenciones del museo para el futuro y en la que coinciden departamentos como el de Educación y Seguridad y Atención al visitante. Hasta Restauración, que a priori es un área que trabaja más cercana a las obras que al público, piensa en los espectadores. “Trabajamos para establecer la conexión del artista con ellos, para que la imagen que quiso ofrecer llegue sin interferencias”, explica Lucía Martínez Valverde, restauradora de pintura del museo.
Nadie aventura el futuro, se construye cada día
La vida de la pinacoteca ha cambiado más en lo transcurrido del siglo XXI que en los 181 años anteriores. Durante el siglo XIX y hasta pasada la mitad del XX las variaciones eran lentas, pero a partir del último cuarto del siglo pasado y, sobre todo, en este, la velocidad de las relecturas de la colección, la ampliación del arquitecto Rafael Moneo en 2007 y la que está por llevarse a cabo del Salón de Reinos, el aumento de público (el número de visitas se ha incrementado en un millón en la última década, hasta alcanzar un total de tres millones en 2018), el cambio de concepto de público –en singular– a públicos cada vez más plurales, el avance de la tecnología… llevan a que ninguno de los trabajadores con los que ha hablado este periódico se atrevan a aventurar el futuro. Lo construyen cada día.
Ridley Scott en 1982, con Blade Runner, dibujó un 2019 que dista mucho del verdadero, y Marty McFly en Regreso al futuro II se movía por 2015 con un aeropatín y sí, los monopatines y patinetes están en boga pero siguen necesitando ruedas. Scott deja caer una lágrima por la mejilla de Sean Young y ahí, al apelar a las emociones, coincide con el Prado. Virginia Garde, coordinadora general de desarrollo de públicos y seguridad, trabaja para que el visitante encuentre un vínculo emocional con la pinacoteca: “Cuando eso se logra es cuando el museo se convierte en importante para alguien y quiere volver”. La tarea es ardua.
Algunos días de la pasada Semana Santa, el Prado recibió unas 15.000 visitas. Esto da una idea de la diversidad de las personas que pasean por sus salas y galerías. La mayoría de ellas entran allí por primera vez y es muy posible que no regresen pronto, más de la mitad proceden del extranjero. Las intenciones y objetivos de este público son muy diferentes de los de los madrileños o a quien siente el museo como algo cercano, como suyo, quien tiene ese vínculo emocional al que ser refería Garde. Ella, como el resto de los trabajadores, busca el equilibrio para que el Prado, que por su condición de institución pública es de todos, sea también para todos. Algo a lo que Miguel Falomir, el director, alude con frecuencia. Sin ir muy lejos, el 30 de abril, tras saber que habían sido galardonados con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades dijo que era “un regalo para todos los españoles” y que querían conseguir que “cada vez más gente sintiera el Prado como suyo”.
Para que estas buenas intenciones pasen a ser realidades ya están trabajando en lo que denominan Puerta Digital, un conglomerado de aplicaciones que ofrecerá lo que el visitante necesite para conseguir una experiencia grata. Cada uno la suya, la que busque. Habrá quien quiera recorrer las obras icónicas, y, también, a quien le apetezca disfrutar de esas salas a las que solo llega el que se pierde y contemplar las pinturas más desconocidas en soledad. Para esto, el museo cuenta con su experiencia, los datos recopilados durante años y la información que quiera proporcionar el visitante, recabar datos cualitativos y cuantitativos, sin denostar estos últimos. No se puede olvidar que cada entrada es dinero. En 2018, percibió en torno a 19,2 millones de euros por la venta de estas. Esta iniciativa todavía está en una primera fase. Noelia Ibáñez, jefa del servicio de Análisis y Estadística, espera que en un plazo de cinco años ya esté asentado y la Puerta Digital sea una experiencia que vaya más allá de comprar una entrada a través de la web.
El ojo de los restauradores
Este proyecto de innovación tecnológica es un claro ejemplo de otra idea que sobrevuela el museo: tecnología, sí, pero no per se. La tecnología, al servicio del visitante y no al contrario. Hace hincapié en eso Martínez Valverde, que a las preguntas sobre los últimos avances en el campo de la restauración se señala el ojo y muestra un escalpelo y un isopo (palito con la punta de algodón). Explica que la mirada experimentada de los restauradores del taller del Prado y los instrumentos “de toda la vida” son sus materiales de trabajo y, sobre todo, el compartir los conocimientos, las decisiones consensuadas por el departamento. Muestra preocupación por el futuro de los materiales que están acostumbrados a utilizar: “La legislación europea va a cambiar nuestra metodología. Usamos disolventes cada vez más limitados por su toxicidad, dentro de poco no los podremos comprar. Nuestros pinceles son de pelo de marta cibelina y esto tampoco podremos hacerlo”. Encontrarán la manera.
Aunque la mirada y la mano de un restaurador no las pueda sustituir una máquina, estas llegan a lugares donde no alcanza el ojo, al dibujo subyacente, por ejemplo (el que realiza el artista pero luego queda tapado por las capas pictóricas). Así, en el sótano del museo se encuentra el búnker (una sala protegida con las paredes emplomadas) y, allí, la máquina de radiografías y de reflectografía infrarroja (último modelo), regalada por los Amigos Americanos del Museo. “Una ventaja, así no tuvimos que esperar el lento procedimiento de los cauces habituales de petición de este tipo de material”, comenta Ana González Mozo, técnico superior del Área de Restauración. La falta de agilidad de la burocracia de la Administración General del Estado y los presupuestos constreñidos siguen siendo una asignatura pendiente.
González Mozo explica que durante mucho tiempo han usado maquinaria diseñada para la industria y la medicina que adaptaban para las piezas del museo. “Ahora, después de toda la experiencia acumulada, conocemos los límites que tienen los dispositivos y estamos en el punto de desarrollar equipos que cubran las necesidades que todavía tenemos” ¿Cuáles son esas necesidades? “La más urgente: desarrollar sensores que no den respuesta a materiales que hoy no detectamos”. ¿Por ejemplo? “Si el dibujo subyacente está realizado en blanco o en negro, no hay problema porque la reflectografía lo muestra. Pero si es de color ocre, o tierra, o rojizo, como la sanguina, no lo detecta y sabemos que tiene que estar ahí pero no lo podemos ver. Ocurre lo mismo con algunas tintas”.
Las dos expertas del área de restauración aluden constantemente al trabajo en colaboración con otras instituciones: la National Gallery de Londres, el Louvre, distintos museos italianos, universidades como la Sorbona de París. Ese también es su futuro: el conocimiento y el intercambio con otros especialistas. En definitiva, la formación.
Y si de formación se trata, no se puede obviar el departamento de Educación. Ellos son los que más tiempo dedican a los visitantes del futuro (pero no solo a ellos). Esos pequeños que apenas levantan un metro del suelo y que ya recorren el museo, esos que con la esperanza de vida en constante aumento —en España es de 80,9 años de media— visitarán el museo a finales de este siglo o, incluso, a principios del XXII.
Ana Moreno, la coordinadora general de Educación, tiene clarísimo que su trabajo siempre es hacia el futuro: “Sembramos y para recoger necesitamos tiempo. Entre compañeros decimos que en educación los tiempos son geológicos. Nuestra labor se verá en dos generaciones”. Están en constante cambio y observación del contexto social. “Detectar lo que ocurre fuera del museo para meterlo dentro, que la institución no esté alejada de la realidad del visitante. Ir construyendo el futuro”, añade. “Implicar a los públicos, que sepan que el museo está dispuesto al diálogo, ya no es él quien impone el conocimiento único, el que da una única lectura”. Los 200 años de vida que cumplirá en noviembre han hecho a esta pinacoteca un ser más sabio porque escucha. Se podría versionar el refrán popular y decir que el Prado sabe más por viejo que por museo, ya que ahora los museos no imponen su saber.
De los años venideros habla Marina Chinchilla, directora adjunta de Administración, que destaca los planes de actuación en los que han trabajado desde 2002. Van por el quinto, que termina en 2020, pero esto no significa que pongan un punto y aparte. Hay una continuidad, “ya estamos con el siguiente, que será el que abarque de 2021 a 2025”. En este periodo el proyecto estrella es la ampliación del Salón de Reinos (esto ya está siendo una revolución para la que está trabajando todo el centro. Afecta a las tres patas del museo: la colección, el edificio y el público).
Una vez que empiecen las obras serán 30 meses más el plazo para equipar museográficamente las nuevas salas. Chinchilla no se atreve a dar una fecha de finalización, para no ajustarse demasiado dice: “Entre 2023 y 2024”. Este nuevo espacio solucionará uno de los problemas que tiene el Prado del siglo XXI: que la entrada a la tienda y a la cafetería no sea independiente al acceso al museo y haya que pasar por taquilla. Otros, de los que Sainz de lo Terreros estará muy enterado porque algunas quejas se exponen en las redes sociales, son la falta de un buen wifi abierto en las salas y galerías. Esto dificulta que los posibles cómplices de la pinacoteca, con interés por compartir algún aspecto durante su visita, la difundan y así hacer que el Prado se expanda por diversísimas vías. Por ahora, y sin previsión de que varíe la política, tampoco se pueden publicar fotos. Está prohibido hacerlas.
Hay tiempo para que todo cambie, los museos han de ser inmortales y si hubiera que apostar, es más seguro hacerlo a que los velázquez, goyas, tizianos, rubens, grecos, boscos... van a estar ahí esperando a los visitantes del siglo XXII para contarles historias e historia que a que el ser humano llegue a Marte. Hagan juego.