El amor imposible de dos pandilleros gais
‘Imperdonable’, corto grabado en una prisión de El Salvador, muestra una cara desconocida de las maras
“Uno no llega a una cárcel esperando encontrarse amor”. Y menos si ese uno es Carlos Martínez (San Salvador, 41 años), un periodista que lleva casi dos décadas retratando con sus palabras la crueldad de las pandillas que han convertido a El Salvador en uno de los países más violentos del mundo, y si el penal del que habla es el de San Francisco Gotera, donde conviven más de 1.600 presos rivales de la...
“Uno no llega a una cárcel esperando encontrarse amor”. Y menos si ese uno es Carlos Martínez (San Salvador, 41 años), un periodista que lleva casi dos décadas retratando con sus palabras la crueldad de las pandillas que han convertido a El Salvador en uno de los países más violentos del mundo, y si el penal del que habla es el de San Francisco Gotera, donde conviven más de 1.600 presos rivales de la mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18. Para esos grupos, el amor entre hombres se paga con la muerte. Por eso, cuando en abril de 2019 Martínez llegó a un módulo de máxima seguridad de esa prisión y encontró a unos pandilleros que tenían prácticamente cada centímetro de su piel tatuada queriéndose y protegiéndose, le pareció algo “casi imposible”.
“Era extraordinario y se me ocurrió, francamente, que era muy difícil poder contarle esto a esta sociedad a punta de letras y de descripciones. Y, literalmente, saliendo de la prisión, le hablé a la mejor cineasta que conozco en el mundo”, explica Martínez. “Me interesa muchísimo”, le dijo al otro lado del teléfono Marlén Viñayo (León, 1987), una documentalista española afincada desde 2013 en El Salvador, donde creó la productora La jaula abierta. En poco más de un mes, el periodista y la documentalista, que son pareja, estaban dentro de la cárcel en una carrera contra reloj para contar una historia extraordinaria, la de Geovanny. Él es un joven que con solo 12 años ingresó a la pandilla donde se hizo un sicario despiadado y que, con poco más de 25, cumple una pena de más de tres décadas en la cárcel, el lugar donde se convirtió a la iglesia evangélica y donde encontró el amor.
La cinta retrata los dilemas de un grupo de hombres condenados por crímenes violentos y a los que descubrir su sexualidad les enfrenta a su religión, a su pandilla, a los prejuicios de la sociedad y a sí mismos. “Yo pienso que matar a una persona sí es malo, pero no es tan difícil, pero amar a otro hombre es algo fuera de lo natural”, dice Geovanny en la frase clave del documental, en torno a la cual los creadores de Imperdonable dieron forma a la historia. A Martínez y Viñayo, el cortometraje de 35 minutos les supuso un trabajo intenso para deshacer ideas preconcebidas y explorar una realidad desconocida en la que los protagonistas consiguen ser libres en una celda de aislamiento diminuta.
Allí filmaron durante 12 días Viñayo y Neil Brandvold, el director de fotografía, con el reto de “desaparecer” para intentar que su presencia no alterara la cotidianidad de los presos. “La realidad nos regaló desde casi los primeros días escenas poderosas”, afirma la directora. Hoy Imperdonable está en camino a ser la primera representante de El Salvador en los Oscar y se ha llevado los halagos de reconocidos cineastas, como el estadounidense Barry Jenkins, quien la definió como “la película del año”.
Jenkins es el director de Moonlight, una historia de amor que se desarrolla en Miami entre dos afroamericanos pobres, uno de ellos también pandillero, y que en 2017 se llevó tres Oscar, entre ellos a la mejor película. Gracias a los premios que ha conseguido en el circuito de festivales internacionales, Imperdonable, que se podría definir como la versión latinoamericana de ese romance, ya tiene las calificaciones necesarias para optar a uno de esos galardones. “Estamos inscritos. En febrero publican la lista de 10 finalistas, en marzo los cinco nominados y en abril es la ceremonia”, señala Viñayo.
EL PAÍS conversó con la directora y el guionista del documental, Marlén Viñayo y Carlos Martínez, sobre los entresijos de la historia y los retos de la grabación. Esta es una versión reducida de esa entrevista.
Pregunta. Carlos, usted lleva años cubriendo el fenómeno de las pandillas. ¿Qué pensó al encontrarse con este módulo de pandilleros gais?
Carlos Martínez (CM). Tengo una década más o menos de ser responsable de intentar traducir el complejísimo fenómeno de las pandillas y de la violencia que eso implica. Una de las primeras cosas que uno aprende es que las pandillas tienen tanto arraigo y raíces tan profundas en nuestra sociedad porque son en esencia nosotros. Son una reproducción en fucsia de las sociedades en las que prosperan. Gente de la mara Salvatrucha o del Barrio 18 han ido a Barcelona, a Estados Unidos, han estado en Madrid, pero no son sociedades fértiles como para que este fenómeno prospere. Aquí prosperan porque reflejan de manera fucsia, resaltada, criminal, quiénes somos.
Las pandillas están compuestas mayoritariamente por gente joven, como nosotros; pobre, como nosotros; excluidos y producto de enormes brechas entre la opulencia y la miseria, que es lo que describe a este país. Son homófobos, como nosotros; son machistas, como nosotros; son violentos, como nosotros. Y una de las cosas que eso implica es que consideran la homosexualidad una especie de condición vergonzante y humillante. Por lo tanto, no solo desprecian la homosexualidad y a los homosexuales o cualquier otra expresión de identidad sexual o de género, como la sociedad salvadoreña, [sino que lo hacen] en fucsia. Es decir, los asesinan y los asesinan mediante la tortura. Y es de las primeras cosas que queda muy claro cuando uno conoce el fenómeno pandillero. Si sospechan de que alguien es gay o que tienen conductas que consideran gais los matan de una forma terrible. Encontrar que había un grupo de muchachos con la cara manchada, con los números y las letras con las tintas de esa guerra florida que habían decidido vivir de una forma abierta su homosexualidad me pareció poco menos que imposible. Y estaban mezclados. Es difícil desde fuera imaginar lo que eso significa: gente de la mara Salvatrucha y del Barrio 18 no solo no matándose sino queriéndose, protegiéndose; y era extraordinario.
P. Marlén: en su anterior proyecto, Cachada, estuvo meses grabando y conviviendo con las protagonistas, cinco madres y vendedoras ambulantes que deciden llevar sus vidas al teatro. Imperdonable se filma en 12 días y en un espacio muy limitado y con muchas normas. ¿Cómo enfrentó esos retos?
Marlén Viñayo (MV). La primera duda fue: ¿vamos a conseguir el permiso? Teníamos muy poco tiempo porque cuando Carlos conoció a los protagonistas fue en abril de 2019 y el 1 de junio cambiaba el presidente, entraba Nayib Bukele. Y sabíamos que, a partir de ese momento, no íbamos a poder conseguir ningún permiso. Hubo que actuar muy rápido, armar el equipo muy rápido y fuimos a pedir permiso a la Dirección General de Centros Penales, con la sorpresa de que nos dieron 15 días. Con el permiso venía el otro reto. Como dices, en Cachada yo estuve filmando por más de año y medio y podía ir a filmar siempre que quisiera, a cada ensayo, a cada casa de las protagonistas, y mi estilo de documental es mucho estar en el lugar observando y retratando la realidad sin intervenir. Y a través de eso, la realidad te da para construir un relato. Entonces, aquí, con solo 12 días, era un reto. Y el otro, es que cuando empezamos a filmar no sabíamos de qué iba esta historia.
CM. Ni cuando terminamos (se ríen).
MV. No sabíamos de qué iba la historia. Simplemente teníamos ideas de cosas que nos interesaban. Por ejemplo, a mí me llamaba mucho la atención intentar entender por qué estas personas deciden formar parte de una organización criminal que los odia por ser quienes son. Otra de las ideas es que, cuando Carlos los conoció, en algún momento uno dijo que en esa celda diminuta se sentía libre. De hecho, el primer título provisional de la película era Libres, pero todo esto sin haber entrado a filmar. El reto era llegar y aprovechar esos 12 días estando alerta, escuchando, oyendo la realidad para ver qué nos tenía que contar. Y así fue el proceso de rodaje. Con mucha incertidumbre.
P. ¿Y cómo fue la selección de los protagonistas, esos personajes tan potentes, de Geovanny y su novio Steven, con todos los dilemas que tienen?
CM. Marlén me pidió que parte del proceso de preproducción consistiera en hacer una primera aproximación a estos personajes y entrevistarlos, lo cual ofrecía varias cosas: un primer contacto con sus propios dilemas, con su propia existencia, pero además, con la soltura o la locuacidad que pueden tener los personajes a la hora de salir delante de una cámara. Y fue casi natural porque este muchachito, Geovanny, se hace llamar a sí mismo Fresita. El tipo era un sicario. Dentro de la celda, todos están ahí por homicidio y decían: “El malo es este cipote”. Este tipo hizo cosas que no tienen nombre, es terrible. Pero al mismo tiempo es bien difícil asociar la palabra ternura a un sicario de una organización criminal, y Fresa era como profundo.
MV. Y estaba profundamente enamorado de Steven y ahí veíamos que había un conflicto. Su historia y poder incluir su conflicto con Steven, que era un personaje superinteresante por los conflictos internos que él mismo tenía, fue lo que nos llevó a elegirlo a él como protagonista.
CM. La intensidad con la que este muchacho se había enamorado y había experimentado esta suerte de locura que es enamorarse era visible. Este tipo miraba a Steven y se le abrían los ojos y era evidente que se querían y que había ahí en medio un conflicto capaz de decir muchas cosas, de retratar en esa relación y la manera en la que vivían esa relación discursar sobre un montón de cosas. Nos gusta pensar que lo que descubrimos a través de la historia de amor, lo que hay ahí, es una sociedad con la brújula moral pervertida, rota, enloquecida. A estas conclusiones, que hoy vemos claras, nos costó meses llegar. Discutimos con Marlén meses, al borde del divorcio, y era un proceso fascinante, exquisito, divertidísimo, de decir qué putas hemos hecho. Qué tenemos en esas imágenes, qué cuento contamos. Durante el rodaje íbamos intuyendo. Nos quedábamos en un hotelito cerca de la prisión y llegábamos a decir qué pasó ahora y a contar anécdotas.
P. En el documental, Geovanny pide el traslado a otra cárcel. ¿Lo consiguió? ¿Han podido mantener contacto con los protagonistas?
MV. No hemos podido tener comunicación con ellos desde el último día del rodaje. Lo que sabemos es que a Geovanny no le aprobaron el traslado y luego hubo una serie de traslados masivos y cambiaron muchas cosas con el nuevo Gobierno del sistema penitenciario. Y a la gente que estaba en Gotera la trasladaron a otro penal y la última noticia que tenemos es que tanto Geovanny como Steven están en un penal que se llama Izalco y están dentro de la iglesia evangélica.
P. ¿Cuál ha sido la reacción en El Salvador a este documental que está consiguiendo tantos premios pero que retrata temas muy complejos y aún tabú para la sociedad?
CM. Una de las casas productoras es [el medio digital] El Faro, asociado con Jaula Abierta y eso pone un contexto en este país. Estamos en un momento en El Salvador donde el surgimiento de un caudillo personalista, que es el presidente, que ha decidido que nos detesta y que El Faro es uno de sus adversarios. En ese contexto, casi cualquier cosa que esté asociada con el periódico parte de un contexto para un montón de gente que ama y que cree en este caudillo.
La película aborda dos de los temas más sensibles para los salvadoreños. Por un lado las pandillas, que han hecho un daño profundo a la sociedad, y por otro lado la homosexualidad. Este es un país, como gran parte de América Latina, profundamente homófobo. Mezclar las dos cosas en una película es como la forma perfecta para la polémica. Por un lado, hay quienes están muy contentos de que se pueda subir la vara y probar, como ha probado Marlén, que se puede hacer cine de alta calidad desde El Salvador. Y eso ha suscitado en la comunidad de cineastas mucha expectativa. Por otra parte, hay mucha gente interesada en el relato. El tráiler tiene más de cinco millones de reproducciones y un montón de comentarios que van desde las felicitaciones, los insultos, la perplejidad. Hay mucha gente que nos dice que habiendo tantas cosas bonitas en el país, nos vamos a una cárcel a retratar mareros que además son homosexuales.
MV. También hay muchos comentarios de sorpresa, que dicen que qué necesario era contarlo. Hay mucha gente que se ha conmovido con el tráiler. Les toca alguna fibra que les hace conectar. Y a mí también me ha sorprendido mucho el apoyo y el interés que ha despertado a nivel internacional.
P. Este es su primer trabajo conjunto y cada uno llegaba con una perspectiva diferente: Carlos, de contar las pandillas a través del periodismo, y Marlén de buscar el rostro de las violencias cotidianas en Cachada. ¿Qué han aprendido de esta experiencia?
MV. A mí me interesa muchísimo explorar e intentar explicar la complejidad del ser humano. Con Cachada, la realidad me enseñó que los seres humanos no somos buenos perfectos o malos perfectos, sino que todo es mucho más complejo. Y este proyecto me lo enseñó al completo: una persona que ha sido asesino y que ha hecho cosas horribles, pero después de conocer su historia y estar con ellos 12 días me reafirmó en que el ser humano es muy complejo y que no es cuestión de buenos perfectos o malos perfectos.
CM. Este documental me mandó a la casa con la sorpresa saltando en la cabeza de ¿qué hemos hecho, qué sociedad hemos construido?; ¿cómo pudimos construir una manera de habitar el mundo en la que, de manera tan clara, no cabemos todos de una forma igual?; ¿cómo es posible que un niño de 12 años se convierta en un asesino?; ¿cómo es posible que hayan abusado sexualmente de un muchachito?; ¿cómo es posible que este tipo haya cometido actos criminales tan tremendos? Y sobre todo, ¿cómo es posible que amar se pueda pronunciar a la par de matar? No deja de sorprenderme la realidad y la exploración de sociedades tan complejas, tan lastimadas, tan traumadas y tan diseñadas para la crueldad.