Marsé ya descansa con Balcells
La hija del escritor, que este sábado cumpliría 89 años, recuerda que su padre siempre quiso que el 10% de sus cenizas fueran entregadas a su agente. Desde diciembre, reposan en el pueblo donde ella está enterrada
Cada 8 de enero mi padre [el escritor Juan Marsé] solía buscar en las páginas de este periódico algún pequeño guiño escondido, con motivo de su aniversario, porque aquí escribían y aún escriben muchos de sus amigos. A ellos me dirijo ―a sus colegas y a sus amigos en particular, y a sus lectores en general― para contarles algo que imagino les gustará saber, y que probablemente no encontrarán colgado en las redes sociales.
Veamos, el pasado mes de diciembre mi hermano y yo hicimos entrega del 10% de las cenizas de nuestro padre a Luis Miguel Palomares, hijo de Carmen Balcells, al timón de la agencia literaria desde que ella falleció en 2015. Cumplíamos así con la palabra dada por nuestro padre a su agente “de toda la vida, de ésta y la de más allá”, haciendo suya una de las geniales ocurrencias de Groucho Marx. No le importaba el 90% restante de las cenizas, por él como si las arrojábamos al váter, decía, y tirábamos luego de la cadena. No creía en nada, pero en ella sí. Creía en Carmen Balcells. También creía en Groucho Marx.
Se lo oímos decir tantas veces, en broma y en serio, en público y en privado, sobrio y menos sobrio, pero el caso es que al final ella se fue cinco años antes, y del tema no se volvió a hablar. Fue durante este pasado mes de julio, preparando el homenaje que le dedicó el Ayuntamiento de Barcelona al año de su muerte, cuando tuve que volver a escuchar su discurso en la ceremonia de entrega del Cervantes, y allí se lo oí decir de nuevo, alto y claro: “Querida Carmen, me has dado tantas alegrías que tengo ordenado, para cuando me muera, que me incineren y te entreguen el 10% de mis cenizas”. Vale, entendido, me dije esta vez. Por qué no.
Fue el martes 14 de diciembre, en Santa Fe de Segarra, el pueblo donde nació Carmen Balcells, y donde está enterrada. Luis Miguel nos recibió con su generosidad y sensibilidad habituales: una taza de caldo que nos había preparado de madrugada, un agujero cavado en la tierra gélida, y un árbol listo para ser plantado, un madroño, puesto que al algarrobo, árbol elegido como primera opción, no le van los climas tan fríos ni las heladas… Bien, pues con cuatro grados de temperatura nos pusimos manos a la obra. De testigos entre la niebla, la troupe de la Agencia Balcells al completo, de los más nuevos a los ya jubilados. Luego comimos y bebimos, lloramos y reímos, celebramos la vida y la muerte, juntos durante un rato en ese espacio tan fascinante por raro, cada vez más difícil de encontrar, ese territorio tan exótico que se llama intimidad.
Juan Marsé cumpliría hoy 89 años.
Babelia
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