Nazareth Panadero: un dúo hacia el invierno
La bailarina y coreógrafa estrena en Madrid un espectáculo donde despliega todo su talento de madurez en una rica experiencia poética acompañada por Michael Strecker
Fue el coreógrafo y director Aurelio von Milloss quien, en una de sus múltiples y ricas elucubraciones sobre filosofía y estética de la danza dijo que, quizás, todos los creadores coréuticos están siempre haciendo el mismo ballet, que el discurso es uno, monologal y visualizable como una línea vertical por la que se quiere ascender dándole los valores y las características de una particular escalera de Jacob. Y esto es lo primero que acude como referencia a la interpretación del espectador cuando se enfrenta a la obra creativa de Nazareth Panadero (Madrid, 65 años) interpretada por ella misma y, en este caso, acompañada en escena por el artista Michael Strecker (Hannover, 45 años), ambos procedentes de la compañía original de Pina Bausch (Tanztheater Wuppertal).
Se trata de dos coreografías enlazadas por un breve intermedio donde se ve un filme tan hilarante como despiadado cuyo fondo sonoro son los primeros compases del acto tercero de Die Walküre (Cabalgata), una música que no por manoseada deje de impactar y cumplir como una especie de enmarcado de lo trágico que puede, a fuerza de extremos, volverse cómico (o tragicómico).
Nuestro héroe, al que llaman Mijail, casi antihéroe wagneriano, navega en torno al perfil teatral modelado en todos sus detalles y desarrollado por Panadero como una implacable caminante que busca una salida que no existe, o que, de existir, solamente está dentro de los márgenes recurrentes de la fantasía. La fantasía es una tabla suelta en medio del oleaje a la que los personajes logran asirse con desesperación. Y en ese tramo a contracorriente discurren las dos coreografías, que acaso son una, o partes de una proposición mayor.
“Vive y deja vivir” es una frase hecha, de esas a la que se le puede sacar mucha lasca, tan elocuente como todas las que proceden de la filosofía de barra del bar, de la universidad de la calle, de la mejor escuela que siempre está a disposición del receptor: la experiencia vital. Cuando Mario Meunier recrea el paseo de Sócrates hacia la nada y dice que “en el tránsito, solo mirando, aprendía más que discutiendo” nos plantea lo mismo que los personajes creados y encarnados por Panadero y Strecker: esos girones de vida recreados o relatados, con generosa sinceridad, es todo lo que les queda; entregan su deuda moral e instintiva al espectador no como un legado, sino como una lección: al teatro lo separa de la vida lo mismo que los une: no sabemos qué hacer con ello. Y esa asunción hace que no haya en este espectáculo nada banal. Subvertir las reglas es seguirlas. La poesía intrínseca de estas piezas es a la vez su diapasón elevado, pero distante. No hay melodrama, sino la manifestación aséptica de unas situaciones dramáticas en sí mismas, imaginarias, pero plausibles. El ritual es lo que Freud llamaba “el siniestro envés de la hoja marchita”.
Nazareth Panadero recuerda a una actriz trágica memorial, su medular instinto, junto a su histrión, es el de una ya legendaria Petrof ballerina, incombustible, respetada en su imponente presencia y en su estilo, un gran piano afinado a perpetuidad. En ella hay siempre algo retador (¿brechtiano?) y distanciado, pulimentado. El tema es uno, y como decía Milloss, la búsqueda es vertical.
El contraste entre los dos bailarines es hábilmente desarrollado: él, elegante, dando densidad a su pausada luz interior (lleva en sí mismo el empaque y manual de instrucciones que le transmitieron Bausch, Minarik, Förster); ella, expansiva y al borde de un precipicio catártico, comandando, como una walkiria, llevando a Mijail en su alforja.
La gran pregunta final es ¿ya están ambos muertos en las dos coreografías? ¿Es solamente evocación desde el imaginario remanente? Son tangentes al público, guiñan la acción, envuelven el reclamo de un futuro dudoso, ignoto. Ellos, como taxidermistas, abren el cadáver de la convivencia y lo rellenan con la fantasía, lo vuelven aparente, aceptable. La gestión del absurdo y sus asociaciones los libera y los deja flotando en un particular, intenso y lírico “Winterrreise”.
VIVE Y DEJA VIVIR
Two Die For / Mañana temprano
Coreografía, interpretación y escenografía: Nazareth Panadero y Michael Strecker.
Música: Max Richter, Ryuichi Sakamoto, Mohammad Reza Mortazavi, Ólafur Arnalds, Walter Schumann y violinista ucrania en el metro de París.
Teatros del Canal, sala negra. Madrid. Hasta el domingo 27.
Babelia
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