Tomatito: ir atrás sin volver
El guitarrista almeriense inauguró este martes el festival Suma Flamenca de Madrid con un espectáculo que viene a ser un ensayo de retrospectiva de su vida musical
Los hay que regresan allí donde nunca estuvieron. Es habitual que los que lo hacen recuerden el lugar nunca visto y comprueben que todo sigue igual. Tomatito (Almería, 1958) lo hizo este martes en el recital que abrió el festival Suma Flamenca de Madrid en los Teatros del Canal.
El espectáculo (“estreno absoluto”, rezaba el cartel) se llama De la Plaza Vieja a Santa Ana, es decir, de Almería a Madrid, haciendo incidencia en la geografía en tanto la Suma tiene como motivo aglutinante de esta edición ...
Los hay que regresan allí donde nunca estuvieron. Es habitual que los que lo hacen recuerden el lugar nunca visto y comprueben que todo sigue igual. Tomatito (Almería, 1958) lo hizo este martes en el recital que abrió el festival Suma Flamenca de Madrid en los Teatros del Canal.
El espectáculo (“estreno absoluto”, rezaba el cartel) se llama De la Plaza Vieja a Santa Ana, es decir, de Almería a Madrid, haciendo incidencia en la geografía en tanto la Suma tiene como motivo aglutinante de esta edición el “Madrid Flamenco”; la ciudad donde, al decir de Camarón en una entrevista de 1987, “el artista, igual que el torero, igual que el futbolista, se hace”.
El recital apenas sí tuvo que ver con la topografía, la apelación a los lugares era un macguffin. De haberlo estado, tendría que haber consistido en una sucesión de evocaciones de Almería, Granada, Madrid, Nueva York, Japón, de nuevo Almería… y no lo fue. El forzoso guiño a Madrid, de hecho, lo resolvió con unos caracoles, estilo de cantiña cuya letra clásica es alusiva a esta ciudad.
Y poco más con relación ni al título del espectáculo ni al tema convocante (lo que, por otra parte, ni es problema alguno ni se lo supone a nadie). Acompañado de su hijo, José del Tomate, la percusión de Piraña y el compás y cante de Morenito de Íllora y Kiki Cortiñas (autor también de la mayor parte de las letras que jalonaban los toques del Tomate), la hora y media de recital quiso ser una sucesión de homenajes a sus maestros en la guitarra; así lo declaró él mismo. Pero tampoco lo fue.
El concierto comenzó con una versión extensa y muy libre de la rondeña de Ramón Montoya, con su reconocible discordatura en la sexta cuerda (que se afina un tono más bajo, pasando de mi a re). La rondeña dio lugar, sin solución de continuidad, a unas bulerías. Tras estas, y todavía sin usar la afinación ordinaria (lo que permitía escuchar en algunos momentos ciertos acordes con sonoridades poco habituales), llegaron unas cantiñas (en las que aprovechó para insertar los citados caracoles justificativos). Ya con una afinación normal, hizo, junto a su hijo, una versión del Too Much que grabara con Michel Camilo en Spain. Después, más bulerías y turno para un solo de su hijo José, que ejecutó la zambra de Niño Miguel, tío de Tomatito, Embrujo y magia (también con discordatura en la sexta cuerda…), precedida de unos compases de la Nana del caballo grande de Camarón. Vuelta la formación al completo, afrontaron una versión de La leyenda del tiempo, tras ella, una del adagio del borbónico Concierto de Aranjuez bajo una atmósfera muy similar a la versión grabada también junto a Camilo (para la que la familia de Joaquín Rodrigo sí dio su permiso, al contrario de lo que le ocurrió a Rycardo Moreno), versión rematada con una rumba en la que el Piraña tomó un peso central. Ramillete de tangos y más bulerías, en las que José del Tomate dejó de tocar para permitir que su padre acompañara con total libertad al cante. Tras los ininterrumpidos aplausos, los músicos se vieron impelidos a salir de nuevo e invitaron al Niño Josele, que andaba entre el público, a tocar otras bulerías como bis.
Lo que, sin mucho disimulo, se ocultaba bajo de este repertorio no era ni una topografía ni homenaje alguno, sino un “ensayo de retrospectiva” de la carrera musical de Tomatito. El artista pareció anoche querer volver a visitar esa trayectoria, y lo hizo evitando exhibir una empalagosa muestra de nostalgia: acompañamiento estricto al cante, como en su época de Camarón y la Peña el Taranto de Almería, constantes citas y guiños a Paco de Lucía, una colección de variaciones de sus concatenaciones melódicas y falsetas propias, sus bulerías de aire tan reconocible… Pero también las harmonías de aire pop insertas en los cantes, herederas de sus primeros discos en solitario desarrollados junto a los Carmona, La leyenda del tiempo, el Concierto de Aranjuez, acordes de paso de corte jazzístico, desarrollados en su trabajo con el pianista Michel Camilo…
En Tomatito está todo tan entreverado ya, los aires del flamenco, el pop y el jazz, que en todo momento parecían estar todos en juego haciendo imposible cualquier retrospectiva en sentido estricto. Incluso cuando se estaba “limitando” a acompañar al cante por tangos o bulerías, resultaba impensable que lo pudiera hacer como en su época, por ejemplo, de Camarón, evitando las cadencias pop, el compás siempre al borde de la rumba. Y es que esas aportaciones supuestamente externas al flamenco y que, con el tiempo, el Tomate ha ido aprendiendo en sus “excursiones” musicales no se han quedado fuera cuando éste volvía.
Hablar —no solo a estas alturas, sino siempre— de pureza, es una impostura moral, ya que no existe un grado cero. También lo es hablar de hibridación, que es un concepto que solo multiplica geométricamente la impostura moral.
Tomatito lo sabe, pero, aún con ello, aun sabiendo que es una música cambiante (“es una música que está siempre en movimiento; siempre se están creando cosas y sigue moviéndose”, dice en una entrevista para Canal Sur), sigue siendo el lugar seguro al que volver. ¿Pero no es, acaso, ese perpetuo movimiento un signo de inestabilidad, de inseguridad? Tomatito no lo cree. Confía en que la criba la haga una especie de orden natural, el mismo orden natural que ha hecho que Chacón, Torre, la Niña de los Peines y Caracol sean las figuras incontestables: “Luego se queda lo que se queda y lo que no se queda no se queda; pienso que no hay que discutir tanto”, sigue en la misma entrevista.
Pero el movimiento indica lucha, habla de peleas por lo que entra, por lo que sale, por lo que se queda y lo que se va. Ese filtro providencial automático no existe. Eso significa que el flamenco no es un lugar seguro, es más, es un lugar altamente conflictivo, de los que más en la actualidad: la tensión es un corolario a los intereses que pone en juego, al perpetuo movimiento.
A Tomatito esas peleas no le han perjudicado: La leyenda del tiempo está en el canon, el nuevo flamenco de Mario Pacheco también, las fusiones con el jazz latino gozan de enorme prestigio. Pudo no ser así. Y entonces ensayos de retrospectiva como el de anoche estarían llenos de melancolía, no podrían aunar todo el pasado como presente. Serían retrospectivas reales que sí volverían a lugares donde se estuvo: lugares muertos. Y es que a otros con talento similar y propuestas con enorme músculo las mismas interesadas peleas les han dejado fuera.
Hay quienes regresan allí donde nunca estuvieron y comprueban que nada de todo lo que no fue ha cambiado. Lo escribía Giorgio Caproni: “He regresado allí/donde nunca estuve./Nada de lo que no fue ha cambiado./Sobre la mesa (sobre el hule/a cuadritos) en el medio reencontré el vaso/nunca llenado. Todo/permanece aún como nunca lo había dejado”.