Festival de Rosendal: la mejor música de cámara del mundo rodeada por ovejas, senderos y cascadas
La séptima edición del paradisíaco festival noruego, creado por el pianista Leif Ove Andsnes, circunda la obra de Brahms y celebra el centenario de Ligeti
En 1992, el pianista noruego Leif Ove Andsnes (Karmøy, 53 años) visitó Rosendal para tocar en la mansión de su baronía, construida en el siglo XVII. “Di un recital en el Gule Sal (salón amarillo) con el histórico Pleyel, de 1860, ante unas setenta personas, y me fascinó experimentar la intimidad de la música en ese entorno histórico y natural”, confesaba a EL PAÍS, ayer lunes, 14 de agosto, mientras contemplábamos una vista admirable del fiordo de Hardanger. “Poco después, me propusieron organizar un festival, pero entonces había comenzado otro en Risør”, admite.
Tras abandonar aquel festival ubicado en la costa sur de Noruega, en 2010, y dedicar varios veranos a su familia, regresó la idea de Rosendal, una pequeña localidad de 800 habitantes, próxima a su natal Karmøy y a dos horas en barco de su casa en Bergen. “Realizaron un proyecto para convertir el aprisco para las ovejas de la baronía en una moderna sala de conciertos, me pidieron asesoramiento para conseguir una acústica idónea e hicimos muchos análisis con los técnicos para encontrar la mejor solución”, recuerda. El espacio era alargado, aunque demasiado estrecho y reflectante. Y las intervenciones acometidas derivaron en una acústica muy seca.
“Entonces optamos por implementar el sistema Constellation de Meyer Sound, que fue una solución radical y no aceptada por todo el mundo, aunque a mí me resulta plenamente convincente”. El pianista noruego se refiere a la disposición en la sala de 34 micrófonos manejados por un ingeniero que altera el entorno acústico en tiempo real por medio de 145 pequeños altavoces que rodean toda la sala. “Podemos escuchar un espacio acústico completamente mejorado y no simplemente música por altavoces”, insiste Andsnes para aclarar que no se trata de una mera amplificación. Una acústica coloreada que contrasta con la natural reverberación de Kvinnherad, la iglesia del pueblo del siglo XIII que alberga la otra parte de los conciertos.
La nueva sala se inauguró, el 11 de agosto de 2016, con el concierto de apertura de la primera edición del festival, y se bautizó como Riddersalen (sala de los caballeros). “La idea era programar un festival breve y compacto: diez conciertos en cuatro días, al más alto nivel, con un grupo de músicos que pudieran trabajar conjuntamente, y con un tema que animase al público a profundizar”, asegura. Ese tema fue 1828, el año en que falleció Schubert, le siguieron ediciones dedicadas a Mozart, Shostakóvich y Dvořák, e incluso a conmemorar el centenario de la Primera Guerra Mundial. El año pasado se recuperó la edición de 2020 dedicada a Beethoven, cancelada por la pandemia, y este año todo se ha focalizado en Brahms, coincidiendo con un aniversario tan peculiar como su 190º cumpleaños. Once conciertos, entre el 10 y el 13 de agosto, que se han repartido por ambas sedes musicales, tanto la iglesia de Kvinnherad como el antiguo aprisco de Riddersalen.
Al musicólogo Erling E. Guldbrandsen le correspondieron la mayor parte de las charlas previas para explicar el programa de cada concierto, aunque casi todas las dictase en noruego. Este mismo profesor de la universidad de Oslo redacta, en el programa de mano, un amplio perfil del siempre paradójico Johannes Brahms (1833-1897). Del hombre con pocos estudios que se convirtió en un autodidacta; del ser arisco y reservado que derramaba expresividad a raudales en sus partituras; del ciudadano de clase baja que ascendió socialmente, aunque nunca cambió de hábitos; del eterno soltero, platónicamente fiel a Clara Schumann, que frecuentó prostitutas durante toda su vida; y especialmente del compositor considerado por muchos un clasicista y un conservador, pero que Schumann reivindicó como una especie de mesías y Schönberg le atribuyó las bases del modernismo musical.
Hubiera sido interesante incidir, además, en la intensa relación de Brahms con la naturaleza y en su condición de compositor estival. De hecho, cada mañana, durante el trayecto de unos veinte minutos por los senderos de Rosendal para asistir al primero de los conciertos, la sucesión de montañas, cascadas, riachuelos y ovejas servía como introducción a una música elaborada tantas veces a partir de estímulos naturales. Composiciones esbozadas tras paseos matutinos por parajes no muy diferentes a este paraíso natural noruego.
El programa de este año también ha circundado la obra de Brahms, con varios interesantes añadidos. Es el caso del Trío con piano, op. 17, de su adorada Clara Schumann, pero también del Romance para clarinete y piano, de su mecenas Marie Elisabeth de Sajonia-Meiningen, o incluso de su admirado Robert Fuchs, con el Cuarteto con piano núm. 2, op. 75, una composición que fascina particularmente a Andsnes, y que tocó admirablemente el pasado domingo: “Adoro haberla añadido a mi repertorio, pues la encuentro muy sugerente y con una cierta inclinación francesa”.
En esta edición también se conmemoró el centenario del compositor húngaro György Ligeti (1923-2006). Y para ello se sirvió de la más obvia conexión con Brahms: sus respectivos tríos para violín, trompa y piano. Ambos estuvieron entre lo mejor de estos días y contaron con el excelente trompista francés David Guerrier, que también mostró fugazmente su habilidad con la trompeta. En Brahms, el domingo en la iglesia, Guerrier creó junto al violinista James Ehnes y el pianista Bertrand Chamayou planos sonoros sobrecogedores en el adagio mesto. Y el sábado sonó en la Riddersalen la composición de Ligeti, de 1982, que le permitió superar su bloqueo creativo tras la ópera El gran macabro. Fue una interpretación de referencia, de nuevo con Chamayou al teclado y con la violinista Guro Kleven Hagen, con una passacaglia final que sumió al público en un silencio atronador. Aquí pudimos comprobar la magia acústica del sistema Constellation, pero también en la temprana Musica ricercata (1951-53), del húngaro, que fue lo mejor del viernes. Un Chamayou pletórico y empeñado en escrutar cada detalle ambiental de sus once piezas, como la famosa núm. 2, indicada como mesto, rigido e cerimoniale, e incluida en la banda sonora de Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick.
Las cancelaciones han afectado a la programación de esta séptima edición del Festival de Rosendal. El insustituible trompetista sueco Håkan Hardenberger, que tocó en el concierto inaugural, el pasado jueves, tuvo que retirarse al día siguiente aquejado de neumonía. Y fue necesario sustituir las obras de Takemitsu, Hindemith, Florent Schmitt y Betsy Jolas que iba a interpretar. “Por supuesto las cancelaciones son preocupantes, pero también son una oportunidad para ser creativos”, reconocía Andsnes. “Con músicos tan talentosos a veces sucede que el nuevo programa concebido a toda prisa resulta más interesante que el inicialmente previsto”, asegura.
Y así fue el viernes con el pianista y compositor sueco Roland Pöntinen, al idear una maravillosa suite, que tituló Brahms y más allá, en torno a su contemplativo y tardío Intermezzo núm. 1, op. 119. La abrió con Für Alina, de Arvo Pärt, y añadió, tras la pieza brahmsiana, la nostálgica Wasserklavier, de Berio, y una pieza propia titulada Prélude d’automne inspirada en las bandas sonoras de Thomas Newman. Andsnes, que siempre mantiene un discreto segundo plano en su festival, aportó una intensa versión de la narrativa sonata pianística 1.X.1905, de Janácek. Y también hubo hueco para descubrir la música del noruego Bjarne Brustad y del británico Edmund Finnis.
No obstante, la cancelación más problemática fue la del barítono Matthias Goerne, en el concierto de clausura, el pasado domingo, donde iba a cantar el ciclo La bella Magelone, de Brahms, con Andsnes. “Me puso muy triste esta cancelación, pues Matthias y yo habíamos trabajado juntos con mucha intensidad esta obra y era la primera vez que la íbamos a interpretar”, admite el pianista. Resultaba imposible encontrar un cantante disponible con esa obra en su repertorio y con tan poco tiempo. Por tanto, Andsnes tuvo que improvisar una solución in extremis: un recital de poesía del actor noruego Henrik Mestad (Jefe Olav, en Norsemen de Netflix) alternado por obras de Ysaÿe, Messiaen, Schubert y Brahms. Una solución que propició el momento más inolvidable de esta edición del festival: escuchar completo el poema Schubertiana, del sueco Tomas Tranströmer, seguido por la bellísima Fantasía en fa menor para piano a cuatro manos D. 940, de Schubert, con Andsnes y Chamayou.
Los dos pianistas exhiben una sintonía ideal haciendo música juntos y especialmente cuando el noruego asume el primo y el francés el secondo. Quizá no haya mejor descripción de lo escuchado que releer el inicio de la parte final del poema de Tranströmer (en la traducción de Roberto Mascaró publicada por Nórdica), donde alude a esta misma composición de Schubert: “Nos apretamos frente al piano y tocamos a cuatro manos en fa menor; dos cocheros en el mismo carruaje, resulta un poco ridículo. / Las manos parecen cambiar de sitio objetos tintineantes de acá para allá, como si tocásemos los contrapesos, en un intento de afectar el terrible equilibrio de la balanza: alegría y sufrimiento pesan exactamente igual”.
A pesar de todo lo dicho, Brahms ha sido el verdadero protagonista de esta edición. Se han escuchado 12 de sus 24 composiciones de cámara entre dúos, tríos, cuartetos, quintetos y sextetos. Una selección perfectamente equilibrada donde se ha visto el potencial que tiene combinar a una docena de grandes solistas. El único conjunto estable escuchado fue el estadounidense Cuarteto Dover, que está en pleno proceso de transformación al cambiar próximamente por segunda vez de viola en poco tiempo. Su Brahms expresivo pero con poca intensidad dramática funcionó mucho mejor, el sábado, en el Cuarteto op. 51/2, que el viernes, en el Quinteto con clarinete op. 115, que tocaron con Sharon Kam, una intérprete de bello sonido pero con poco vuelo. También fue discutible que, en el Sexteto núm. 1 op. 18, la obra más temprana del catálogo camerístico brahmsiano, se optase por dejar la segunda viola a Tabea Zimmermann. De hecho, la violista alemana marcó la diferencia en cada una de sus intervenciones. Lo comprobamos en el Cuarteto con piano núm. 3, op. 60, el sábado en Riddersalen. Y todavía más en el Quinteto para cuerda núm. 2 op. 111, ese mismo día en la iglesia de Kvinnherad, con un conjunto de una intensidad y musicalidad arrolladora en donde destacó la violonchelista Julia Hagen.
La hija de Clemens Hagen (Salzburgo, 28 años) ha sido una de las revelaciones de esta edición del Festival de Rosendal. Una intérprete de poderosa técnica, que exhibió el viernes, en cinco de los Diez preludios para violonchelo solo, de Sofia Gubaidulina. Pero también con una sugerente imaginación musical y con un carácter imponente sobre el escenario. Su intensidad atacando el contrapuntístico movimiento final, de la Sonata núm. 1 op. 38, el viernes por la mañana, le llevó a romper la primera cuerda de su chelo Francesco Ruggieri, de 1684. Y exhibió un sonido tan poderoso en Brahms como vaporoso en Messiaen; en España la podremos escuchar tocar Boccherini, como solista con la Orquesta Nacional, el próximo febrero.
Las combinaciones camerísticas de solistas a veces revelaron curiosos acoplamientos. Lo experimentamos, el viernes, escuchando el Trío con piano op. 87 a tres músicos completamente diferentes: un intachable y poco dúctil James Ehnes al violín, el piano elegante aunque algo irregular de Yoel-Eum Son y el violonchelo dialogante y extremadamente musical de Sheku Kanneh-Mason. El violinista canadiense dejó momentos más destacados como solista, como su imponente versión de la Sonata núm. 3 “Balada”, de Ysaÿe. La pianista surcoreana mostró su mejor versión en una excelente interpretación de la Sonata para clarinete y piano, op. 120/2, que fue lo mejor también de Sharon Kam. Y el popular violonchelista británico se mostró como un camerista superdotado en todas y cada una de sus intervenciones; lo veremos en España como solista, en noviembre, para tocar Elgar con la OCNE.
El programa más atractivo conceptualmente lo protagonizó, una vez más, el pianista y compositor Roland Pöntinen, el sábado por la tarde, en Riddersalen. Una combinación de varios estudios pianísticos de Ligeti, con modernistas y atmosféricas páginas de Liszt, como Bagatelle sans tonalité y Nuages gris, y el preludio de la electrónica Artikulation. Una composición que permitió lucir el equipamiento técnico de la sala y se combinó con la proyección de la partitura de Ligeti. Y el toque popular lo añadió el conjunto Zum Roten Igel, el mismo nombre de la taberna que solía frecuentar Brahms. Una agrupación formada por clarinete, violín, violonchelo, acordeón y cimbalón que tocó, el sábado por la noche, un atractivo recital en torno al Quinteto con clarinete brahmsiano, aderezado por melodías de los Cárpatos, música klezmer, y piezas populares rumanas y moldavas. Fue una forma de completar el poliedro musical del mundo brahmsiano, a la espera de la propuesta temática para 2024. ¿Para cuándo una edición dedicada a Haydn?
Babelia
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