El yate 'Irmao' ardiendo en la costa de Formentera visto desde el chiringuito Es Ministre.

Un funeral vikingo en Formentera

El hundimiento del yate ‘Irmao’ en llamas, incendiado frente a la concurrida playa de Illetes, pone un colofón espectacular a tres semanas de vacaciones en la isla

El otro día nos fue dado en Formentera observar el espectáculo más parecido a un funeral vikingo marino que pueda imaginarse. Como si estuviéramos en Kattegat y no en las Baleares y todos fuéramos Snorri Sturluson. Un barco ardía violentamente en el ocaso frente al gigantesco telón del cielo. Las llamas ascendían desde la embarcación y se convertían en una enorme nube de humo que enmarcaba al rojo sol poniente sobre las aguas. Sólo faltaba oír música de Wagner o la banda sonora de Trevor Morri...

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El otro día nos fue dado en Formentera observar el espectáculo más parecido a un funeral vikingo marino que pueda imaginarse. Como si estuviéramos en Kattegat y no en las Baleares y todos fuéramos Snorri Sturluson. Un barco ardía violentamente en el ocaso frente al gigantesco telón del cielo. Las llamas ascendían desde la embarcación y se convertían en una enorme nube de humo que enmarcaba al rojo sol poniente sobre las aguas. Sólo faltaba oír música de Wagner o la banda sonora de Trevor Morris para la serie Vikingos. Guardábamos todos un silencio pasmado, tragando saliva. Qué imagen más salvaje. Allí, a bordo, podían estar el Einar de Kirk Douglas, el conde Haraldson de Gabriel Byrne (esclava degollada incluida) o el rey Scyld Scefyng, “otorgador de anillos”, cuyo entierro se narra en el poema Beowulf: “Sus queridos camaradas lo llevaron al mudable mar, lo depositaron en el seno del barco, gloriosamente junto al mástil, y lo entregaron a Océano para que lo acogiese”.

El barco que ardía no era un drakkar vikingo, ni había nadie, vivo ni muerto, en la incendiada cubierta. Se trataba del Irmao, un pinturero yate de 27 metros de eslora (dimensiones similares a los de un longship, un barco de guerra vikingo corriente, aunque no el Ormen Lange, el Gran Serpiente de Olaf Tryggvason, de supuestamente 56 metros). Se había incendiado la tarde del sábado 12 de agosto cuando estaba anclado frente a la costa de Es Cavall d’en Borràs, donde se encuentran los renombrados chiringuitos Tiburón y Beso Beach, al inicio de la popular playa de Illetes. Los ocupantes de la nave, cinco tripulantes y 12 pasajeros, se pusieron todos a salvo saltando al agua, de donde fueron recogidos por otras embarcaciones, según explicó el Diario de Ibiza.

La secuencia final de 'Los vikingos' de Richard Fleischer.

El yate (de 1996, modelo Astondoa 90 GLX B3, según Forbes, y que se alquilaba a partir de 7.250 euros al día) fue entonces remolcado mar adentro para alejarlo de las otras embarcaciones y de la playa por medio de la lancha de Salvamento Marítimo procedente de Ibiza Salvamar Acrux. Se dejó al Irmao frente a la Punta de Sa Pedrera donde, vigilado, ardió como una tea —incluidos sus siete camarotes suite, su jacuzzi y su donut de agua— durante horas hasta hundirse, coincidiendo melodramáticamente con la caída de la noche en un Gotterdammerung que parecía sacado de la escena final del Excalibur de John Boorman.

Me pareció que la ocasión merecía estirarse un poco y nos instalamos en el chiringuito Es Ministre, de proverbiales cuentas, para observar con mi catalejo el impresionante espectáculo. Acabamos pagando 20 euros por un gin tonic sencillito y un café con hielo, con lo que pasamos de la serie de vikingos a Black Sails, la de piratas. Pero bueno, un día es un día. Si llega a ser un funeral vikingo completo igual nos cobran el doble, y no quiero imaginar lo que costaría ver arder a Einar con langosta. El caso es que el Irmao (o lo que queda de él: hay que ver lo que puede arder un barco) yace a 58 metros de profundidad y las esperanzas de rescatarlo son escasas. Igual se anima alguien a ir a verlo en minisub, como al Titanic. El desgraciado suceso, que no es el primero de su clase, no provocó solidaridad en las redes, sino más bien al contrario, lo que da la pauta de cómo están en la isla los ánimos de algunos con el turismo de posibles. Han sido numerosas las voces que se han alzado para criticar la, a juicio de los comentaristas, insostenible masificación náutica en la zona de Illetes que da un significado especial a la expresión “muros de madera” de Temístocles.

El penacho de humo del yate 'Irmao' hundiéndose en llamas desde Illetes.

Las embarcaciones de recreo que se amontonan en esas aguas turquesas en esta época (se han contabilizado hasta 800 barcos fondeados en la franja costera de la Savina a Espalmador) son percibidas poco menos que como una depredadora flota vikinga, precisamente, susceptible de causar daños en un área especialmente protegida. Aunque al parecer no ha habido contaminación por combustible del Irmao, hay quienes piden que se regule con más rigor (y se restrinja) el fondeo en Illetes y otras zonas de la isla.

El incendio y hundimiento del Irmao ha puesto el colofón a tres semanas de vacaciones en Formentera de las que no hay mucho más que contar a excepción de que Alex ha visto una agresiva morena buceando (no una chica sino un pez, la Muraena helena, como el congrio pero moteada). También ha sido noticia que ya no te venden el inhalador Ventolín sin receta en la farmacia porque se ha detectado su “uso recreativo”; que se sigue luchando para que se reconozca oficialmente al conejo ibicenco, que se convertirá la finca de Ses Ferreres, en el Pilar de la Mola, en observatorio astronómico (y no en bar italiano) y que todo el mundo se queja de la iniciativa del payés de los campos al inicio del camino hacia el Pelayo y el Sol y Luna de poner escalofriantes grabaciones a todo volumen para ahuyentar la plaga de torcaces. A destacar asimismo la interesante y conmovedora exposición fotográfica Historias de nuestro mar en la plaza de la Constitución de Sant Francesc, que incluye la historia de amistad de un buceador con la pulpo (o pulpa) Angélica o la tan triste de la ballena jorobada de 14 metros que librada de la red de deriva en la que estaba completamente enredada acabó muriendo.

Calamares en una foto de la exposición de MARE 'Historias de nuestro mar' , en la plaza de la Constitución de Sant Francesc en Formentera.

Los últimos días he releído (qué importante es hacerlo) El pez escorpión, del gran viajero suizo Nicolas Bouvier (Altaïr, 2011), varado siete meses en Ceilán, “isla de magos, encantadores y demonios, emergida del fondo del océano bajo el reinado de malos planetas”, donde descendió a infiernos existenciales directamente opuestos al paraíso formentereño. Es estupendo ver cómo lo pasa mal alguien mientras tú estás tan ricamente en Sa Platgeta, en Migjorn, dando cuenta de una dorada, aunque, claro, lo de Bouvier en Ceilán fue mucho más productivo literariamente. No recordaba la arrebatadora y desoladora historia de su amor perdido: la carta en que ella le comunica que se casa con otro y le despide enviándole una participación para la boda y un pequeño pez de oro. “Me había ido demasiado lejos y por demasiado tiempo”, reflexiona Bouvier entre escolopendras, termitas, escorpiones, escarabajos y fantasmas que le roen el alma. “Todo lo que había podido escribirle no me había impedido convertirme en una sombra”. Y remata: “Si uno supiera a lo que se expone, nunca se atrevería a ser realmente feliz”.

Imagen de barcos aliados atacados durante la Operación Pedestal para reforzar Malta durante la Segunda Guerra Mundial.

El regreso a Barcelona no ha estado exento de la habitual épica de viajar en ferry (doble, Balearia hasta Ibiza y Grande Navi Veloce, GNV, de ahí a la capital catalana) con un viejo jeep Suzuki de 40 años que se recalienta como los Seat 600 de antaño, la casa a cuestas, incluidas las maletas de las niñas (que van ellas en avión), seis máscaras de buceo Easybreath, un cargamento de libros digno de la Biblioteca de Alejandría, la red de vóley (sin usar), las bicis y el gato Charly, que se niega a quedarse en el piso cuando en Formentera está hasta Leonardo DiCaprio. Es verdad que no hemos llegado al extremo de Conchita, que una vez se llevó hasta la Thermomix, además de los kayaks. En el viaje de vuelta hemos podido por fin disfrutar (sobre todo él, Charly) de “camarote Pet” para mascotas (billete clase Amici 4 zampe), al haber sido capaces esta vez de no perder el barco como a la ida. Hemos viajado en el trayecto largo, 8 horas convertidas mágicamente en 9, en el GNV Sealand de la compañía italiana que ha empezado a cubrir la ruta.

Viajar en un navío italiano, botado en Venecia, tiene su encanto, sobre todo si lo haces pensando en la singladura del maltrecho convoy aliado de la Operación Pedestal para aprovisionar la asediada Malta los mismo días de agosto de 1942 y que se vio atacado, componiendo imágenes de navíos ardiendo y hundiéndose como las del yate Irmao, por las fuerzas conjuntas del eje, entre ellas la Supermarina (!) italiana, a la sazón entonces la quinta flota del mundo en tamaño, mayor que la de alemana o la rusa —seis acorazados, 20 cruceros, 61 destructores y un centenar de submarinos, que pelearon muy valientemente, sin olvidar las lanchas rápidas de las escuadrillas MAS (motoscafo armato silurante),y las fuerzas especiales de hombres rana a las que dedicó Arturo Pérez-Reverte su emocionante novela El italiano.

El mar desde la cubierta inferior del 'Sealand'.

Es cierto que era una flota muy elitista y mal equipada, con superabundancia de almirantes y escasez de todo lo demás. Lo cuenta maravillosamente Max Hastings en su libro sobre la operación (Collins, 2021), en la que junto a la épica consustancial al asunto (y a su prosa) tiene detalles tan interesantes como que el almirante Alberto de Zara de la Séptima Escuadra de Cruceros no sólo era el más respetado de los mandos de su país, sino que tenía reputación de playboy y de haber seducido a la Duquesa de Windsor cuando aún era Mrs. Wallis Spencer. El caso es que subí al Sealand con emoción parecida a embarcar en el crucero Muzio Attendolo de la campaña contra Pedestal (abreviada por los Aliados como Ped, lo que coincidía venturosamente con mi camarote Pet) para encontrarme con un navío moderno, limpio y eficaz, aunque eché a faltar artillería y menos pretensiones en los platos del autoservicio.

Pero lo que resultó emocionantísimo fue no sólo la singladura en un mar prístino (qué hermoso es navegar en el Mediterráneo en verano cuando van bien dadas y no te torpedean) imaginando que cada vez que nos cruzábamos con otro barco (cruceros de placer, cargueros y ferris de otras compañías) era el preámbulo a un combate, sino el inesperado encuentro en la rampa de vehículos, en la maniobra de carga, con un joven oficial de puente impecablemente uniformado de inmaculado blanco, esbelto y elegante. “Recia y alta, como él, era también su voz, y en su porte destacaba una especie de ceñudo aplomo que nada tenía de agresivo”. Efectivamente: el tipo era puro Lord Jim. ¡Un insólito Tuan Jim italiano! Subí al buque evocando Bombay, Calcuta, Rangún, Penang, Batavia, y aquella lejana empalizada en Patusán, hojeando entusiásticamente mi baqueteado ejemplar de la novela de Conrad y pensando que con semejante compañía en la magnificencia del mar, y tantas referencias aventureras, vaya travesía íbamos a tener.

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