Jaque mate de Cristiano en el Camp Nou
Un imperial Madrid llega a la final tras hacer trizas a un Barcelona sin mando y con un Messi ausente
La bandera blanca ondea en el Camp Nou de la mano de Cristiano Ronaldo, hoy emperador del fútbol, látigo de un Barça desfigurado, destronado de la Copa. El equipo del 7 es mejor que el del 10 de Messi. Ahora es tiempo de rayos y truenos, de riguroso invierno, del fútbol poderoso e imperial del Madrid. Ya pasaron la primavera y el otoño, la lluvia fina de cuando cantaban Xavi y Messi, el martes fuera de juego. El delicado fútbol azulgrana se perdió por la ausencia del 10, por la vulnerabilidad de sus centrales, descuajaringados por Ronaldo y Varane, y por la falta de mando en el Barcelona.
El fútbol pertenece a los jugadores, y al equipo de Messi se ha entregado el Barça en un ejercicio consentido de una autogestión bien entendida o forzada por la situación de provisionalidad de su cuerpo técnico y especialmente por la ausencia de Vilanova, que dirige con el mando a distancia desde Nueva York. No es demérito de los técnicos ni es un capricho del vestuario, sino la consecuencia de la enfermedad de su entrenador y de tener a un plantel que rebosa talento. No es una mala solución siempre que enfrente no esté el Milan o el Madrid. Ayuda a ganar los partidos menores, no a superar los más exigentes.
BARCELONA , 1 – R. MADRID, 3
Barcelona: Pinto; Alves, Piqué, Puyol, Jordi Alba; Xavi (Thiago, m. 74), Busquets, Cesc Fàbregas (Villa, m. 59); Pedro (Tello, m. 71), Messi e Iniesta. No utilizados: Valdés; Adriano, Mascherano y Song.
Real Madrid: Diego López; Arbeloa; Varane, Sergio Ramos, Coentrão; Xabi Alonso (Essien, m. 63), Khedira; Di María, Özil (Pepe, m. 78), Cristiano e Higuaín (Callejón, m. 70). No utilizados: Adán; Modric, Kaká y Benzema.
Goles: 0-1. M. 13. Cristiano, de penalti. 0-2. M. 57. Cristiano. 0-3. M. 68. Varane. 1-3. M. 87. Jordi Alba.
Árbitro: Undiano Mallenco. Amonestó a Piqué, Arbeloa y Puyol.
Unos 95.000 espectadores en el Camp Nou. Se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de Antoni Puyol, expresidente de la Federación Catalana de Fútbol.
El poder de los jugadores azulgrana se nota en las palabras de Jordi Roura, cuando en la previa pone en juego al árbitro, y también en las alineaciones en el momento en que comparecen Cesc e Iniesta. Los mejores partidos exigen la formación más grandilocuente, que no necesariamente es la más conveniente como ya se ha visto, de manera que ante el Madrid formaron los 11 que se saben de memoria cualquier contrario. También el club blanco tiene un contencioso con su entrenador Mourinho. El equipo, sin embargo, ha hecho causa común con Cristiano Ronaldo.
A diferencia de los jugadores del Barça, que se han juntado por necesidad, los del Madrid forman de manera más diseminada, divididos en función de sus relaciones con el técnico, reunificados en cambio alrededor de Cristiano en las situaciones de máxima exigencia y solemnidad como la del Camp Nou. El líder es el 7, omnipresente en la cancha, punto y final del juego, un coloso en el Camp Nou, un estadio en el que ha dejado siete goles en sus últimas seis visitas. Las rupturas y diagonales del portugués descuajaringaron a los zagueros del Barça y rebajaron la actuación sobresaliente de Iniesta y la determinación de Pedro.
No se discutió el penalti de Piqué a Cristiano de la misma manera que pareció punible la carga de Xabi Alonso a Pedro. Undiano, sin embargo, solo pitó la falta del Barça y se hizo el longuis con la del Madrid. A favor de marcador, los madridistas defendieron bien y contragolpearon mejor, dominadores de los espacios, sabedores de que cerrarían la semifinal con un segundo tanto. Mejorado respecto al Milan, menos rutinario que en San Siro, al Barça le faltó presión, luz y organización, para alcanzar su mejor versión, la que personaliza Messi, ahora desafinado.
No atinó el 10 en dos remates francos y tampoco tuvo suerte en sus llegadas el intenso Iniesta. Empeñado en calzar a Cesc, anoche desaparecido, al Barcelona le faltaron jugadores y fútbol para combatir al Madrid. Los blancos fueron madurando el partido a su gusto y lo resolvieron como estaba escrito. Nada les viene mejor para tirar su contragolpe que el ataque del Barça. Así firmó su acceso a la final, después de una ocasión de Busquets, en una carrera de Di María, que despedazó a Puyol. Aunque Pinto rechazó el tiro del argentino, no perdonó Cristiano.
Resuelta la semifinal, la única duda estaba en saber hasta qué punto competiría el Barcelona, ya con los cambios de Villa y Tello, y golearía el Madrid. La contienda fue justa entonces con Varane, sensacional en el Bernabéu, goleador de nuevo en el Camp Nou en un cabezazo a la salida de un córner, y también con el Barça, que dejó el gol del honor en una jugada de Alba.
El delicado fútbol azulgrana se perdió por la ausencia de Messi, por la vulnerabilidad de sus centrales, descuajaringados por Ronaldo y Varane, y por la falta de mando en el Barcelona.
Un triste epílogo para un equipo azulgrana que siempre fue a remolque del partido. Una vez perdido el control de la información después de cuestionar al árbitro, perdió también el gobierno de la alineación y del partido y ahora se discute si no le han quitado también su jerarquía en el fútbol. Le avala el liderazgo de la Liga y le aguarda la vuelta con el Milan. Mientras, en cualquier caso, el Madrid le ha ido comiendo terreno, cada vez más amo del Camp Nou, hasta conseguir una lucida goleada: 1-3.
Jugó bien el Madrid, que se inflama en el estadio azulgrana, mientras el Barça no se parece en nada al Barça, difícil de identificar, falto de tensión dramática y de juego, mal defensivamente, ofuscado ofensivamente, quebrado en el repliegue, víctima del politiqueo en el vestuario, necesitado de un amo que no sea Messi. El Camp Nou claudicó ante el Madrid en la Copa como el año pasado le pasó en el Liga y en la Champions contra el Chelsea. El jaque al Rey fue Jaque Mate.
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