Los All Blacks emergen de la trinchera y derrotan a Sudáfrica
Nueva Zelanda alcanza su cuarta final tras doblegar a unos esforzados Springboks(20-18) y esperan a Los Pumas o a Australia
Bajo la lluvia londinense, los All Blacks añadieron una nueva circunstancia a su eterno currículum. Ante su rival más esquivo, capaz de ganarle el 39% de sus encuentros, Nueva Zelanda se olvidó de su impoluto juego de laboratorio y supo mantener la embarcación a flote entre los afilados pedruscos sudafricanos. En la pólvora que presidía la engalanada Twickenham, los Springboks vendieron cara la derrota de patada en patada, buscando la exclamación en cada placaje, en cada robo. Insuficiente para doblegar a un conjunto eterno que supo encontrar entre tantos empujones la ruta hacia la final.
Sudáfrica tenía claro su plan, el de no regalar nada y aceptar con una sonrisa los presentes ajenos. Su primera tentativa, cortesía de una meritoria escapada del centro Jesse Kriel, se saldó con tres puntos con gracias a dos fallas del rival, que pateó fuera desde su 22 y cometió falta al pelear la touch. En cuanto el árbitro señaló la ventaja, los Springboks canjearon las fichas con una patada azarosa que puso fin a la jugada. Ya solo quedaba que Handré Pollard desempolvara su bota.
Nueva Zelanda se exigía un desenlace rápido, que su talento desbordara el guión en la primera línea. Sudáfrica no entiende de cortos, gusta argumentos detallados, aunque impliquen errores propios. Después de su primer bingo, Pollard marraría una patada defensiva que sirvió de previa al primer ensayo de los All Blacks, firmado por Jerome Kaino tras una cesión magistral del Richie McCaw, convertido por un instante en jugador de baloncesto. Como cada punto se medía por quilates, Bryan Habana saldría disparado para interrumpir la conversión de Dan Carter, que anotaría a la segunda. Serían los últimos puntos en el primer acto de sus huestes, nada habituadas a ver el mismo número en su casillero durante más de media hora.
Los errores propios de la arriesgada apuesta neozelandesa pasan al primer plano si no fluyen los trazos que todo lo justifican. Los All Blacks campaban sin éxito en territorio rival, incapaces de percutir con frescura ante una línea llena de espinas, molesta a la hora de liberar cada balón, contundente en cada placaje. Sin réditos en su regreso a su terreno, las penalizaciones se tornaban decisivas. Nueva Zelanda concedería nueve golpes en los primeros 40 minutos, el triple que los Springboks. Pollard, tan imberbe como letal, ajustició cada oval entre palos mientras su veterano par, Carter, empezaba a dudar tras toparse con el poste y ver cómo un balón propicio se le escurría entre las manos. Tenían motivos para fruncir el ceño los All Blacks en su camino a vestuarios; no tanto por la recuperable ventaja sudafricana (12-7) como porque el rival había impuesto su lenguaje.
En esa tierra farragosa debían sobrevivir los campeones 10 minutos en inferioridad por la amarilla de Kaino al limpiar ilegalmente el ruck. No tendría oportunidad Sudáfrica de sacar el bisturí; Nueva Zelanda se plantó con orgullo en campo rival y logró reducir distancias con un drop de Carter antes de volver a la paridad numérica. Afectados por la losa de la oportunidad perdida ante un rival que seguía expulsando llamaradas, flaqueó Sudáfrica. Emergió la prodigiosa lectura de Carter, consciente de cada ráfaga, de cuándo había que virar. Así encontró a Ma’a Nonu, que supo acelerar cuesta abajo hasta que llegó la curva, el momento de asistir a la zambullida de Beauden Barrett hacia el ensayo.
Los que estaban ahora panza arriba eran los Springboks, con Habana castigado en el banco por su intromisión junto a los palos. Resistieron, evitando que las autopistas arrasaran un encuentro cerrado, peleado en cada esquina, y los cinco puntos que adeudaban al marcador se mantuvieron diez minutos después.
Ni con su eterno banquillo lograba Nueva Zelanda sentenciar. Patrick Lambie había recogido el 10 del esforzado Pollard, tan arquitecto como minero, y fabricó la que sería última tentativa de las camisetas verdes. El apertura encerró en su zona noble a los All Blacks, obligados a replegarse tras un balón perdido de Sam Cane. Enloquecía Twickenham y arengaba a sus soldados Habana; era una touch prometedora, la de los empujones infinitos antes del drop de la victoria, pero todo eso quedó en lo imaginario porque los Springboks se despidieron del oval en la banda. Saldrían de la encerrona los neozelandeses, capaces de agotar el crono en 22 rival. Apenas restaban segundos cuando Sudáfrica empezó su última aventura desde su línea de cinco metros, un reto imposible. Incluso en las trincheras, ganar a los All Blacks exige que no haya una sola bala de fogueo.
Nueva Zelanda, 20; Sudáfrica, 18
Nueva Zelanda: Joe Moody (Ben Franks m.69), Dane Coles (Keven Mealamu, m.67), Owen Franks (Charlie Faumuina, m.52); Brodie Retallick, Sam Whitelock; Jerome Kaino (Sam Caine, m.67), Richie McCaw (captain), Kieran Read; Aaron Smith, Dan Carter; Julian Savea, Ma'a Nonu (Sonny Bill Williams, m.52), Conrad Smith, Nehe Milner-Skudder (Beauden Barrett, m.49); Ben Smith.
Sudáfrica: Willie le Roux; JP Pietersen, Jesse Kriel, Damian De Allende (Jan Serfontein, m.80), Bryan Habana; Handré Pollard (Pat Lambie, m.65), Fourie du Preez (capitán); Duane Vermeulen, Schalk Burger (Willem Alberts, m.64), Francois Louw; Lood de Jager (Victor Matfield, m.60), Eben Etzebeth; Frans Malherbe (Jannie du Plessis, m.60), Bismarck du Plessis (Adriaan Strauss, m.53), Tendai Mtawarira (Adriaan Strauss, m.53).
Árbitro: Jérôme Garcès (Francia), asistido por su compatriota Romain Poite, John Lacey (Irlanda) y George Ayoub (Australia). Vieron amarilla Kaino y Habana.
Ensayos: Kaino (min.6) y Barrett (min.52) por Nueva Zelanda. Ambos fueron transformados por Carter.
Golpes de Castigo: Pollard (5) y Lambie (1) por Sudáfrica. Carter (1) anotó también un drop para Nueva Zelanda.
Primera semifinal, disputada en Twickenham ante la presencia de 89.090 espectadores.
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