De qué fútbol me habla usted
Cada día me siento más hastiado de tanto negocio, tantos colores brillantes y tanta vedete de verano
Desde que colaboro en los medios he notado que mis vecinos me tratan de manera diferente, con más respeto. Esto puede parecerle una estupidez al lector habitual de periódicos –en realidad lo es- pero tiene su importancia cuando uno dedicó media vida a arbitrar el usufructo del papel en un pequeño bar de pueblo. Así quedaría una pequeña dramatización de aquellos días, fíjense: “Gerardo, llevas toda la mañana con el AS y un café: le toca leer a Arturo”. Pues bien. Todo aquello ha derivado, hoy día, en una especie de aura sobrenatural por la cual yo entro en el mismo bar y los mismos clientes –los que quedan, vamos- me miran como si los lunes cenara con Messi, los martes con Florentino, los miércoles con Guardiola… Así toda la semana, como si no tuviera yo otra cosa que hacer más que cenar con toda esa buena gente un día sí y otro también.
“El fútbol, qué”, me asaltan sin apenas tiempo a dar los buenos días. Es lo que en Galicia se conoce como la pregunta total, o la pregunta perfecta. La popularizó el mítico periodista coruñés Moncho Viña y, años más tarde, cierto anuncio de una cadena de supermercados. “Arsenio, qué”, le preguntó Viña al de Arteixo, que comenzó a desgranar lo sucedido sobre el terreno de juego sin necesidad de más teatrillos. Yo, que por desgracia no soy Arsenio Iglesias ni nada que se le parezca, me limito a trampear las respuestas porque casi nunca sé qué decir para no decepcionarlos. “¿De qué fútbol me habla usted?”, improvisé el otro día. Sin querer resultar pretencioso, aquello les hizo reflexionar.
Porque el fútbol, nos guste o no, ya no es hoy lo que hace unos años, cuando le pedía a mi abuelo que me comprase prensa extranjera para leer a Vázquez Montalbán y a Ramon Besa, que no eran un producto de consumo habitual en el margen derecho de la ría. Casi podría decirse que aquello me convirtió en un precursor de lo que hoy es el nuevo fútbol: un negocio en el que impera, sobre todo, lo que los antiguos modernos denominábamos “hacerse el guay”. Y claro, si de hacerse el guay se trata, ahí los que dominan son tipos como Neymar, Pogba, Raiola o Al-Khelaïfi. Ese es el fútbol actual radiografiado en corto –hay más huesos pero para observar una buena fractura basta con cuatro-, un espectáculo constante en el que los grandes protagonistas tienden a brillar cuando las luces del estadio se apagan.
Una vez escribió Nacho Carretero que con el fútbol había que ser retrógrado “y totalitarista”, añadió. Cada día me encuentro más alineado con esa postura, hastiado de tanto negocio, tantos colores brillantes y tanta vedete de verano. Lo hago, en parte, porque ahora tengo una cierta credibilidad entre mis vecinos, una cierta responsabilidad para con ellos, y ese fútbol por el que me preguntan ya no merece ni el esfuerzo de temporizar las horas de lectura a los clientes de un bar. “Neymar, qué”, me pregunta Paco, que vive el barcelonismo como ya le gustaría vivirlo a muchos socios del club. “¿En nombre de qué valores?”, le respondo recordando el cierre de la última columna de Sergi Pámies. Lo bueno de robar a los mejores es que uno siempre encuentra algo sensato que decir.
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