Bartomeu paga, manda y calla
Rousaud se ha equivocado como portavoz de los críticos y a juicio de muchos ha acabado por avalar la tesis del presidente de que le movía la silla
El drama del Barça es que hoy Josep Maria Bartomeu no sabe mandar, ayer Emili Rousaud no supo dimitir y mañana no se sabe qué hará Sandro Rosell. El club no pasa precisamente por su mejor momento con vistas a las elecciones de 2021.
A Rousaud puede que le haya podido la vanidad después de fiscalizar con la precisión y frialdad de un empresario moderno la obra de Bartomeu. Hay una generación de directivos-gestores muy bien formados a los que les sobra talento para mandar, les cuesta obedecer y les falta humanidad para gobernar clubes como el Barça. A la mayoría les traiciona el subconsciente cuando apelan a los valores del club después de escrutar los números del Camp Nou. La mayoría de argumentos de Rousaud son razonables: teme por la salud financiera de la entidad, es partidario de aplazar el Espai Barça, le parece que a los jugadores se les debería exigir que se rebajaran más el sueldo, quiere saber qué sabía el presidente y cuándo lo supo sobre el Barçagate y es partidario de celebrar lo antes posible los comicios ahora previstos para 2021.
Hace bien en sospechar, y más si comparte la inquietud con el también dimitido Enrique Tombas, un directivo serio y cabal que cuidaba precisamente de la caja fuerte, acechada por comisionistas, intermediarios y pájaros de mal agüero en el Camp Nou. La firma de Tombas, así como las de Josep Pont, Silvio Elías, Maria Teixidor y Jordi Calsamiglia, dio empaque a la carta de renuncia que presentaron en bloque y avalaba hasta cierto punto el liderazgo y la locuacidad de Rousaud.
A falta de control social, y sin una oposición formal partidaria de medidas duras como una moción de censura —el precandidato Víctor Font parece de momento más partidario de proponer que de pleitear—, la actitud de Rousaud de pedir explicaciones era una oportunidad única para saber de verdad y desde dentro si la salud del Barça era tan mala como se decía en las afueras del Camp Nou.
A Rousaud, sin embargo, se le calentó la boca —habló de corrupción—, se desdijo —se negaba a irse de la junta mientras no se conociera el resultado de la auditoría por el contrato de I3 Ventures y al día siguiente renunció— y se mostró como un aspirante a la presidencia que necesitaba publicitar un cartel curiosamente discutido en el seno del propio consejo después de la renuncia de Jordi Cardoner.
Rousaud se ha equivocado como portavoz de los críticos hasta el punto de que alguno de sus compañeros se ha desmarcado de la denuncia y, a juicio de muchos barcelonistas, ha acabado por avalar la tesis del presidente de que le movía la silla para prepararse para las próximas elecciones a la presidencia del Barcelona.
Bartomeu encontró un motivo para continuar por más que no sepa mandar después de que Rousaud no supiera dimitir, una situación difícil de digerir incluso en un club tan acostumbrado a las crisis como es el Barça. Nadie pitará en cualquier caso al presidente que paga, manda y calla mientras no haya fútbol en el Camp Nou.
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