Experimento de Super Bowl en el Bernabéu
En 1958, el estadio del Real Madrid acogió un encuentro de fútbol americano entre la sorpresa y el desconocimiento
Mañana, fútbol americano en Chamartín, titulaba Marca en primera, tercera noticia del día, el sábado 15 de noviembre de 1958. El reclamo aportaba una foto del entrenamiento de los contendientes en el propio estadio.
Edificado en 1947, ampliado por primera vez en 1954 cuando se elevó hasta un tercer anfiteatro la lateral contraria a La Castellana, el Nuevo Chamartín (rebautizado como Santiago Bernabéu en 1955), fue en su día un suceso por sus dimensiones. En sus primeros años se le dio un amplio uso fuera del fútbol. Recibió la llegada de la Vuelta a España en 1948, hubo boxeo de alto rango, la fase final del Campeonato de España de Béisbol, que tuvo su punto, partidos de balonmano a 11, ya desaparecido, atletismo, los Harlem Globetrotters y hasta una exhibición de aeromodelismo. Pero nada causó un impacto tan singular como el fútbol americano, que no se sabía qué cosa era.
Santiago Bernabéu se hacía un márketing de paleto para atraer a las clases populares, pero era un tipo muy cultivado que leía a Kant y Heidegger en alemán, hablaba francés y llegó a defenderse en inglés. Aspiraba a universalizar el nombre del Real Madrid. Y también a mostrar el mundo exterior al viejo poblachón manchego en el que se avecindó.
Por eso trajo el fútbol americano. Como era cosa tan rara, lo colocó justo después del Madrid-Valencia de fútbol, que aseguraba llenazo. Lo que vino no eran equipos profesionales, sino de dos bases de Fuerzas Aéreas americanas en Europa, rescoldos aún de la Guerra Mundial: los Togers de Toul (Francia) y los Tacooners de Giebelstadt (Alemania). Varios periodistas acudieron viernes y sábado a los entrenamientos y fueron instruidos en los arcanos del juego. Marca publicó una breve información sobre las reglas: dos tiempos de 30 minutos, cada 15 cambio de campo, descanso entre tiempo y tiempo… A diferencia del rugby, se puede placar al que no lleva el balón y se puede pasar hacia delante…
El domingo la gente que acude a las 16:30 al Madrid-Valencia recibe una octavilla que anuncia el espectáculo posterior y repite esas indicaciones. En cuanto acaba el fútbol (3-0 para el Madrid) y según se retiran los jugadores, salta una tropilla de operarios que monta en un santiamén las porterías y las líneas que marcan las zonas del campo. De inmediato saltan los jugadores (30 por equipo, lo que choca, los Tacooners de blanco, los Togers de azul), percibidos, según describe la prensa del día siguiente, como una turba de marcianos por su aparatosa indumentaria, precedidos de los árbitros con extravagante uniforme rayado, mientras suena el himno de Estados Unidos. La impresión del aficionado es la de haber sido abducido a un planeta lejano. El coronel Ernest Hardin, segundo jefe de la Base de Torrejón, agradece a Bernabéu la iniciativa y le entrega una copa.
Y a jugar.
Lo que se ve causa primero curiosidad, luego extrañeza, y finalmente aburrimiento. Dos retazos de la crónica de Hernández Rivadulla en Marca dan idea de cómo se percibió:
“Se reúnen los once en un rincón del terreno dando la sensación de que se están citando para luego sin que se entere nadie más que ellos. Luego sabemos que es para que el capitán dé las órdenes sobre la jugada que van a hacer”.
Y más adelante:
“Creemos que la exposición más clara, más concreta y en menos palabras que se puede dar al rugby americano es que se parece horrores a un juego que todos hemos practicado en el colegio, con la desesperación de padres y maestros, y este juego se llamaba ¡a la ropa, que hay poca! y que, para los que ya lo hayan olvidado, se trataba de tirar al suelo al más infeliz y luego irle amontonando encima a todos los compañeros que pasaban por allí cerca”.
También lamentaba que no hubiera un servicio de megafonía describiendo las jugadas y explicando los porqués.
En el primer cuarto de hora no se movió nadie. Luego ocurrió como en esos exámenes difíciles en los que en cuanto sale el primero muchos le siguen. Al descanso todavía había media entrada, pero cuando salió la banda de la Fuerza Aérea, que ya había tocado en el descanso del fútbol y que durante el partido americano se aplicó a subrayar con sus sones las jugadas supuestamente vibrantes, la deserción fue masiva. Apretaba el frío, todo era incomprensible y ganaban los blancos por 26-6, así que para qué esperar.
Ya no se movió más el marcador. El segundo tiempo lo resistieron Bernabéu, el coronel Heiden y unos pocos neólatras.
No se repitió el experimento.
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