Superman López, primer rey del Gamoniteiru

El escalador colombiano del Movistar se proclama primer ganador en la nueva gran cima de la Vuelta, mientras Roglic mantiene con superioridad el maillot rojo sobre Enric Mas

El colombiano Miguel Ángel López, durante la etapa de este jueves.Manuel Bruque (EFE)

Es el crepúsculo de la Vuelta. El tiempo retrocede un siglo en Asturias. No tan lejos, entre el Nalón caudaloso y el Trubia, aún se funden obuses y cañones y se ensamblan copiando los modelos rusos, tan fluidos y suaves. Hay osos en las laderas de piedra y bosques del Gamoniteiru interminable, 14 kilómetros desde Lena, 51 minutos, y por su antiguo asfalto vertical, bacheado, su cinta estrecha en la que tropiezan coches y motos ruidosos, algunas bestias salidas del canto de Neruda ascienden en crescendo alegre de sirtaki, ...

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Es el crepúsculo de la Vuelta. El tiempo retrocede un siglo en Asturias. No tan lejos, entre el Nalón caudaloso y el Trubia, aún se funden obuses y cañones y se ensamblan copiando los modelos rusos, tan fluidos y suaves. Hay osos en las laderas de piedra y bosques del Gamoniteiru interminable, 14 kilómetros desde Lena, 51 minutos, y por su antiguo asfalto vertical, bacheado, su cinta estrecha en la que tropiezan coches y motos ruidosos, algunas bestias salidas del canto de Neruda ascienden en crescendo alegre de sirtaki, felino como el fuego devorador en el ramaje, como el puma. Es la pelea de los machos alfa, y todos los ciclistas lo quieren ser, buscan deslumbrar, buscan la admiración de los demás, de sus compañeros, la primera, que la gente se quede con la boca abierta viéndolos pasar atacando, y que durante años las leyendas se escriban con sus nombres. Para ello se dejan años de vida con el absurdo corazón acelerado en la subida, como, orgulloso y agotado, canta en la meta el andaluz Juan Pedro López, uno de los jóvenes españoles que llegan. La victoria es un añadido.

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La pelea, el camino, es la belleza. Egan Bernal, eganesco, volcánico, y Primoz Roglic, implacable, codo a codo again, celosos uno de otro, como la víspera. Lo que tiene uno lo desea el otro. Se persiguen mientras persiguen a Superman López, quien vuela y se funde con la niebla que sube hacia las antenas de la cima, sale de la tierra y le envuelve, y a su paso le agitan banderas de su Boyacá, blancas, rojas, verdes, y compatriotas con sombrero vueltiao que se sujetan con la mano para que no se les vuele con el viento que azota la cara de los corredores corren a su lado, y le dan su aliento. Aún es de día cuando se corona campeón, el primer ganador en la nueva gran cima de la Vuelta, que ya corre hacia su final. Su ganador, seguro, Roglic, su maillot rojo terso, como recién estrenado, llega segundo, y unos metros detrás, Enric Mas, que, como su compañero López, ha honrado a su patrón, José María Álvarez Pallete, el presidente de Telefónica que le paga el sueldo y que va en coche detrás, feliz porque su equipo gana una etapa y porque, detrás del imbatible esloveno, el segundo y el tercero de la general llevan el maillot de su empresa. “Una etapa fabulosa. El equipo representa nuestros valores y cuenta con toda nuestra confianza y todo nuestro apoyo”, declara Pallete. También los empresarios quieren ser machos alfa. Tanto como los ciclistas quieren ser campeones.

Y también lo quieren ser los mejores gregarios, y los aficionados les regalan su admiración a su gloria, y hablan de ellos emocionados, y en sus pueblos les hacen subir al balcón del ayuntamiento, y les aplauden. Son los generosos, los sacrificados, los más cercanos al alma del pueblo, que siempre da. Son Imanol Erviti y Nelson Oliveira, por ejemplo, que, a medias con los del Bahrein tan trabajadores toda la Vuelta, mantienen controlada la locura del australiano Michael Storer, quien se marcha solo subiendo la Cobertoria, a 70 kilómetros de la meta. Los ataques de Lagos, la fantasía de Egan, la locura de Roglic, los celos, buscaban ganar la Vuelta. Los del día siguiente se calculan, se miden, se ejecutan, pensando solo en la victoria de etapa. Y se concentran en lo más duro del Gamoniteiru, cuando se abandona la carretera asfaltada en dos direcciones (o en la misma dirección pero en sus dos sentidos, precisan) y se entra en la cinta estrecha, en la que David de la Cruz, quien ha atacado a 12 kilómetros de la cima, nada más salir de Lena, y ha adelantado a Storer agotado, pasa el primero con apenas medio minuto de ventaja. Un sueño imposible la victoria. Le quedan seis kilómetros por delante, los más duros de la más gigante de las subidas asturianas, y, quizás, ibéricas. Los que van detrás, los que calculan, miden el viento, conocen sus piernas, solo esperan su momento para atacar sin perdón. Lo hace Egan, el primero, y en su cabeza se repiten las sensaciones y la emoción de la víspera. Dale. Con toda. Ataque, soy ataque, soy Egan. Roglic, como el día anterior, le envidia la gloria, y va a por él. Le frena. Quedan menos de cinco kilómetros. El frenazo lo rompe Superman a cuatro kilómetros. Se va, y se va tan veloz, como solo él sabe, es una exhalación, fino como el oxígeno, y nadie va a por él. “Si voy yo, seguro que me siguen, porque estoy más cerca [a 2m 22s estaba entonces; a 2m 30s, después, contabilizadas las bonificaciones] por eso decidimos ganar la etapa con Superman”, dice Enric Mas, quien, con hormigas en las piernas, se aguanta las ganas de atacar. “No fui a por Superman porque me quedé vigilando a Mas”, dice Roglic, quien solo siente amenazado su orgullo, no su tercera Vuelta. “A por Egan fui porque estaba a su rueda cuando atacó, y a la rueda de López no estaba…”,

Desde el coche, por la tele, en Asturias solo se ve ciclismo antiguo. Descendiendo la Cobertoria, la carretera ayer seca y las curvas que un día de lluvia del siglo pasado hicieran caer a Zülle y sus gafas empañadas, y el suizo compuso en un flash, instantáneo, el gran haiku del ciclismo –”agua en curva / culo y bicicleta /en flores. Pican”--, y el Cordal y su temible curva de la mina, en la parte más empinada del penúltimo puerto, los aficionados dan hojas de periódico a los ciclistas que persiguen, a Caruso, el italiano del Bahrein que en Velefique, desierto, caluroso, creía estar en su Sicilia, y se las introduce entre el maillot de aparentes materiales sintéticos que escupen el sudor y evitan el frío, y baja como nadie, sin coger frío en la tripa, y “arden en él los ojos alcohólicos de la selva”, como canta Neruda a las bestias y la música la pone Theodorakis.

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