Esa felicidad efímera y una foto firmada de Carlos
No se elige ser de un equipo pequeño, se hereda, como el tamaño de las orejas. Pero en el fútbol no hay nada más bonito que 90 minutos de David contra Goliat
Como era Nochevieja, iba de esmoquin; probablemente, se dirigía a alguna fiesta. Mi amiga María Martín y yo lo vimos por la calle y no nos atrevimos a decir nada porque éramos dos niñas tímidas y muy bien educadas. Pero Pili, la madre de María, le pegó un grito: “¡Caaaarlos! Y Carlos Muñoz, el 10 del Real Oviedo, el que metía goles hasta con las orejas, se dio la vuelta y se acercó. Le oímos hablar con Pili – verle no podíamos, porque mirábamos al suelo con todas nuestras fuerzas-. Ella nos delató enseguida: “No sabes cómo ...
Como era Nochevieja, iba de esmoquin; probablemente, se dirigía a alguna fiesta. Mi amiga María Martín y yo lo vimos por la calle y no nos atrevimos a decir nada porque éramos dos niñas tímidas y muy bien educadas. Pero Pili, la madre de María, le pegó un grito: “¡Caaaarlos! Y Carlos Muñoz, el 10 del Real Oviedo, el que metía goles hasta con las orejas, se dio la vuelta y se acercó. Le oímos hablar con Pili – verle no podíamos, porque mirábamos al suelo con todas nuestras fuerzas-. Ella nos delató enseguida: “No sabes cómo están contigo. ¡Qué tontas! Decidle algo, ¿no?”. Pero nosotras -que una vez habíamos llegado a dejarle una carta en el buzón de su casa mientras nuestros padres estaban de vinos- ese día no podíamos hablar de la pura emoción. “Qué pena que no llevemos algo para que se lo firmes”, dijo entonces Pili, ya desanimándose. Ahí fue cuando me armé de valor y confesé: “Bueno, yo tengo una foto”. Era lo único que había en mi bolsito: una foto de Carlos. ¿Qué más puede necesitar una niña de 10 años? Puso: “Con todo cariño, para Natalia”. Aún la guardo. Y les prometo que solo al reescribir todo esto me ha vuelto a latir el corazón como esa nochevieja donde no era capaz de escuchar mis propios pensamientos del jaleo que tenía dentro del pecho.
O sea, a cara descubierta: soy del Real Oviedo, un equipo que ahora está en segunda– en rigor, desde 2001, con unos añitos en tercera-, pero que entonces jugaba en primera división y de vez en cuando le daba un disgusto al Barça (un 3-0 en el año 2000, por ejemplo); o al Real Madrid (2-3 en el Bernabéu en 1995). Creo que en el fútbol no hay nada más bonito que eso – 90 minutos de David contra Goliat- y las remontadas.
No se elige ser de un equipo pequeño. Es hereditario, como el tamaño de las orejas. En mi caso, el asturiano es mi padre y me hizo carbayona pese a ser gallega deliberada – mi madre se desplazó desde Oviedo hasta A Coruña expresamente para dar a luz-. Estoy convencida de que habrá pedagogos que me apoyarán en esto: aquello no era una condena, era una lección de vida. Siendo de un club, como dicen, “de provincias”, aprendías -quizá un poco antes de tiempo-, que todo cuesta, que hay que sudar (la camiseta) y que la recompensa es mucho mayor después del esfuerzo. Era esfuerzo, ganas, y mucha fe, lo que hacía que de repente arrancáramos 3 puntos -hasta la temporada 95-96 eran dos- en catedrales como el Camp Nou, donde cabía casi la mitad de la población de Oviedo.
Los no creyentes no entenderán, pero el fútbol provoca a veces una felicidad extraña, que muere o se renueva cada siete días. Es miércoles, por ejemplo, estás trabajando o haciendo algún recado, notas de repente que estás contenta, no sabes por qué. Y es eso: que hace cuatro días ganó tu equipo. Esos nervios al entrar en el estadio, la piel de gallina cuando suena la música de Desafío Total- en mi cabeza será para siempre la banda sonora del partido del plus-, o la voz de Michael Robinson… todo eso permanece. Te haces mayor cuando los futbolistas son más jóvenes que tú- aún queda uno de mi quinta: Joaquín, te abrazo desde aquí-, pero el fútbol es la última ilusión que resiste cuando ya has dejado de creer en los Reyes Magos o la meritocracia, que viene a ser lo mismo. Cuando parece que las hazañas se abaratan -hay días de colas en el Everest-, nos queda esa: seguir siendo niños (o niñas de diez años) una vez a la semana.
A Pili, in memoriam
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