La larga marcha de Cristiano
Gestionar el declive físico es la actividad más dura de todas, sobre todo para quien ha hecho todo por prolongarlo
Una de las imágenes de un Real Madrid-Bayern de Champions es la de Giovani Elber pegando un disparo bastante random, en plan “estoy aquí”, como cuando Juanito al sacar de centro tiraba un balonazo a la valla sólo para que hubiese ruido en el Bernabéu, y Casillas, tras tragarse el balón en una fenomenal cantada y encajar un gol, se levantó y le montó un pollo a la defensa por sabe Dios qué; no fue el primero ni tampoco el último porque el portero más decisivo de la historia del Madrid tenía unas manías importante...
Una de las imágenes de un Real Madrid-Bayern de Champions es la de Giovani Elber pegando un disparo bastante random, en plan “estoy aquí”, como cuando Juanito al sacar de centro tiraba un balonazo a la valla sólo para que hubiese ruido en el Bernabéu, y Casillas, tras tragarse el balón en una fenomenal cantada y encajar un gol, se levantó y le montó un pollo a la defensa por sabe Dios qué; no fue el primero ni tampoco el último porque el portero más decisivo de la historia del Madrid tenía unas manías importantes entre las que estaba levantarse después de un gol y quejarse al primero que viese, así fuese un defensa de su equipo o un señor de Leganés entre el público que trabaja en un taller y se le ocurrió reñirle en el campo de Butarque.
El foco es caprichoso. Dentro de los 90 minutos cualquier cosa puede ser noticia, sobre todo en el Real Madrid, pero fuera del partido todo se sobredimensiona. Por eso sorprende que el gesto de Cristiano Ronaldo, que es más ya un exjugador del Madrid de la Champions que un jugador del United, haya sido tan ruidoso. Para ser el primero que hace como afrenta. Por haber sucumbido a la debilidad de la frustración. Pero con 37 años, y después de haber construido su carrera con la eficacia con la que la ha levantado (basada en la obsesión por el entrenamiento y sus horas de más), ¿es necesario reprocharle tan gravemente su primer desplante (aun en los minutos intrascendentes), en su ocaso y precisamente por la ambición que le hizo grande?
No hay despedida feliz para quien ha hecho de su carrera el motivo de felicidad de millones de personas. Porque nunca se acostumbrará a perderla, y eso no es malo. Que con 37 años un jugador de su dimensión elija la Premier para competir ya es suficiente como para que, cuando la líe, haya cierta indulgencia después de tantos años, tantos títulos y, ahora, semejante cambio de estatus. Cuando todo el mundo está en Qatar, Arabia, Japón o Estados Unidos disfrutando de grandes sueldos, honores y plácida retirada, Cristiano pelea en la Premier y tiene el objetivo del Mundial. Si le diera igual calentar toda la segunda parte y acabar no saliendo no sería Cristiano; hacer lo que hizo tampoco es propio del jugador en el que los demás tienen la referencia (como dijo en su comunicado de disculpas).
Hay pocos momentos más duros en la vida que aquellos en los que uno tiene que bajar los brazos contra su voluntad. Pese a todo lo que ha hecho y todo lo que se ha cuidado. La biología manda. Y las décimas que se pierden en la élite son decisivas. Acostumbrarse es doloroso. Acostumbrarse casi a los 40 es un privilegio. Quizá Cristiano pensó que él era para siempre. Pero ni siquiera comiendo pollo cocido uno vence al tiempo. Gestionar el declive físico es la actividad más dura de todas, sobre todo para quien ha hecho todo por prolongarlo. Estrellas como él se retiraron cuatro o cinco años antes. Ese es el triunfo. Que con su edad haya muchos aficionados rivales riéndose de él porque esté en el banquillo. En el banquillo del United, no en el del Portonovo.
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