Ultra Trail del Mont Blanc: la salida de los sueños
La carrera reina del UTMB pone en liza a los mejores ultrafondistas del mundo y premia la odisea personal de 2.300 corredores
El circo del Ultra Trail del Mont Blanc desborda Chamonix en la salida de la prueba reina, la odisea de 171 kilómetros y casi 10.000 metros de desnivel positivo. Los 2.300 corredores, sus acompañantes y un sinfín de aficionados hacen que cada metro sea tan cotizado como esos dorsales con los que tantos sueñan. Mientras los favoritos dan un paso adelante en la primera fila, detrás espera el momento cumbre de tantos anónimos, los que llenan las arcas de las marcas que les patrocinan...
El circo del Ultra Trail del Mont Blanc desborda Chamonix en la salida de la prueba reina, la odisea de 171 kilómetros y casi 10.000 metros de desnivel positivo. Los 2.300 corredores, sus acompañantes y un sinfín de aficionados hacen que cada metro sea tan cotizado como esos dorsales con los que tantos sueñan. Mientras los favoritos dan un paso adelante en la primera fila, detrás espera el momento cumbre de tantos anónimos, los que llenan las arcas de las marcas que les patrocinan. Un sentimiento que tiene banda sonora, ‘La conquista del paraíso’, de Vangelis. La melodía que el speaker tararea durante una hora hasta que la megafonía desata lágrimas en rostros envejecidos. Es una explosión de épica que los favoritos –Jim Walmsley, Tom Evans, Petter Enghdal, Pau Capell, Matthieu Blanchard o Miguel Heras– concluirán a eso de las dos de la tarde del sábado.
Para el furgón de cola serán 46 horas y 30 minutos –el límite del reglamento– y dos noches dando la vuelta a la manzana de la montaña sagrada de los Alpes. Son dos formas de ver el mundo; mientras Capell flexiona las rodillas y pega el último trago de agua antes de salir disparado –la salida del pueblo parece un sprint– cuando llega el fragmento principal de la banda sonora, minutos después llegan los corredores con palo selfie, los que levantan el puño tras cruzar el arco de salida como si fuera el de meta con esa eterna sonrisa que solo da el presente, ajena a dolor que espera cuando se ponga el sol.
La mayoría de los corredores en la parrilla de salida podrían consensuar una respuesta unánime al por qué: “No estoy seguro”. El francés Matthieu Despeisse tiene a sus hijas en París porque el curso escolar empieza el lunes, un arsenal menos en su mochila. Se ha gastado 400 euros en el alojamiento, 100 en el viaje, 600 en material o 100 en nutrición para la carrera más larga de su vida. Espera llegar sin dormir a Courmayeur y echar a partir de ahí dos o tres siestas cortas de 15 minutos para llegar en torno a las 40 horas. “Lo hago por el logro, por decir que he podido y tener batallas para contar a la familia. Estar en la salida es un sueño, el 20% del trabajo está hecho, pero es importante acabar”.
Mientras él busca un hueco para ir al baño, Brice Faucheux, de 45 años, posa con su familia, que le seguirá en los cinco puntos de asistencia del recorrido. Se siente preparado tras correr los 100 kilómetros de la CCC el año pasado pese a una lesión que le ha tenido parado entre enero y mayo. No tiene montañas en Luxemburgo, así que ha viajado dos veces a Chamonix para completar el recorrido en cuatro etapas. Su deporte principal es la escalada, otro mundo. “Ahí lo tienes que dar todo en cinco minutos y vives muchas veces con el fracaso. En el trail es todo más lento, piensas mucho”. En los momentos buenos, es un hedonista del paisaje; en los malos, busca ejemplos de superación como su abuela, que sobrevivió a un campo de concentración en el nazismo. “Si ella pudo lograrlo, yo también puedo. Ese pensamiento es mi último recurso, espero no necesitarlo”. Planea hacerlo en 35 horas, sin dormir.
Josu Millán, de Bilbao, es ambicioso: “Bajar de 30. ¡Se puede eh!” Su embutida mochila tiene bidones, barritas, geles, sales, dos frontales, chubasquero impermeable, camiseta térmica, móvil, 70 euros, DNI, vaso de plástico, guantes, gorro, venda elástica o tijeras. “Tengo el dorsal desde la pandemia, este año se me acababa y tenía que hacerla una vez en la vida. Pero no soy muy partidario de este circo, voy a hacerla una vez y me largo de aquí”. No las tiene todas consigo para llegar a meta porque se lesionó el soleo en julio. “Soy duro de cabeza. Intentaré salir suave, no volverme loco por esta gente”. Detrás de su dorsal hay 15 horas de entrenamiento semanales, un tiempo que le roba a sus padres o a sus hijos. “Será uno de mis últimos retos, hay que bajar distancias. No hay tiempo para entrenar y en casa hay gente a la que quiero”.
Al igual que Josu, el sueco Andreas Wikstrand viene solo. Se declara como un afortunado porque el tocó el dorsal a la primera sin apenas tener piedras clasificatorias en su historial. Dejó la bicicleta de montaña por lesión y habla del compromiso con un plan. “Son seis meses de tu vida programados para este momento, es importante”. Habla de una “enfermedad” y de su carácter reincidente. “Cuando llego a meta, siempre digo, nunca más. Y a las dos semanas estoy buscando otro objetivo”. Su objetivo, las 40 horas.
La brasileña Andrea Ferreira es la calma en la tempestad de corredores inquietos. Es su sexta visita a Chamonix y por fin debuta en los 171 kilómetros. “Es el mejor lugar del mudno”. Mientras, su marido está corriendo la CCC. No entrenan juntos porque él es “mucho más rápido”, pero sí comparten gastos: unos 8.000 euros para un viaje de una semana. Para esta abogada, de 46 años, compensa: “Siento cansancio, tristeza, alegría… todo”. Lo cuenta sentada en la plaza, como una aficionada más, a minutos de entrar en otra dimensión.
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