Take Kubo, la culpa y la responsabilidad
Me pregunto por qué estamos tan bien equipados para entender la autocrítica, la culpa ante la derrota, pero nos vestimos con la piel de los humildes sensatos cuando tratamos con la victoria
Lo dijo Take Kubo al final del partido: “Me siento culpable del gol de Mbappé”. El excelente delantero japonés de la Real Sociedad hacía una confesión pública de culpabilidad que, contradictoriamente, no tenía nada que ver con su eficacia como delantero, o con algún gol cantado enviado al limbo o un penalti fallado, sino con no haber atendido como él creía las tareas defensivas, esas que le habían llevado a defender a Mbappé —vaya regalo— a la salida de un córner mientras Traoré, el defensor asignado, estaba siendo tratado por un golpe fuera del terreno de juego.
Kubo se ponía en su mochila el error en el marcaje que permitía al PSG abrir un partido que la Real había manejado mejor que bien, demostrando que si está en octavos de Champions es porque juega muy bien al fútbol.
Unos minutos después, Luis Enrique, entrenador del PSG, declaraba que la Real se lo había puesto muy difícil, que ellos lo habían hecho muy mal en los primeros 45 minutos y que todo ello auguraba una vuelta en Donostia muy complicada, muy intensa, muy difícil.
Y pareció que esos momentos de sinceridad eran dignos de elogio, que ya era hora de que se hablase con normalidad —¿sinceridad?—, que está muy bien que los protagonistas asuman sus responsabilidades de forma pública, que era enriquecedor que no se escudasen en excusas vagas o capas de niebla esas incertidumbres y disfunciones que siempre tiene el fútbol.
En todo caso, para mí, tanto Kubo como Luis Enrique se podían sentir responsables de lo que había sucedido, de no haber previsto lo que podría suceder, responsables por tener un segundo de distracción defensiva en el caso del atacante, un instante de percepción en que el plan ideado no era el mejor y había que buscar otras soluciones en el caso del entrenador. Porque también sabe Kubo, mucho más como excelente delantero, que su segundo de despiste hubiera quedado en nada si ese depredador que es Mbappé no hubiera imaginado que la pelota podía caer por aquellos lares (cuántas veces habrá cazado ese mismo balón el japonés), como sabe Luis Enrique que los problemas de su equipo venían de una Real que había convertido París en un barrio de Donostia.
Pero también pensaba yo mientras escuchaba estos alegatos sinceros cómo nos tomaríamos esa misma actitud, esa sinceridad, si, por ejemplo, Kubo hubiera marcado dos goles en París y hubiera declarado que la Real había podido ganar porque él había estado al nivel de los mejores, o si Luis Enrique hubiera confirmado que su equipo había arrollado a la Real porque su planteamiento había sido brillante y había descubierto todos los trucos de Imanol. Vamos, como si Lunin hubiera salido de Leipzig diciendo que el Madrid había ganado por su excelente trabajo. Bueno, y también porque Brahim había tenido 15 segundos de inspiración maradoniana.
Me pregunto por qué estamos tan bien equipados para entender la autocrítica, la culpa ante la derrota, pero nos vestimos con la piel de los humildes sensatos cuando tratamos con la victoria. ¿Es cultural, religioso, educativo? ¿Es preventivo por si mañana me equivoco? ¿Es timidez y falta de valor para aceptar los elogios? Porque ya les digo que esto viene de mucho antes que las redes, los likes y los haters. Se diría que viene en nuestro ADN. O no, que también anda por ahí más de uno muy liberado de estos pesos y estas mochilas.
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