Fútbol insostenible, Vallecas siempre
La Comunidad de Madrid y la propiedad del Rayo buscan un estadio para el equipo fuera del barrio que lo alimentó durante años y que se resiste a perder uno de sus grandes monumentos
Fede Valverde cogió el rechace, le pegó con toda su alma y la metió. La metió en el balcón de unos vecinos del tercer o cuarto piso de uno de esos edificios de Vallecas que se asoman a la portería del estadio del Rayo donde no hay fondo. Sucedió el año pasado. Pero esta temporada volvió a pasar algo parecido y un balón terminó en la calle. Un cortocircuito que rompe ese espejismo suave y artificial en el que transcurre el inmaculado espectáculo del fútbol televisado. Y esa es parte de la gracia de esta cancha. El fútbol de los inicios, imperfecto, crudo... pero en Primera División. Un campo ho...
Fede Valverde cogió el rechace, le pegó con toda su alma y la metió. La metió en el balcón de unos vecinos del tercer o cuarto piso de uno de esos edificios de Vallecas que se asoman a la portería del estadio del Rayo donde no hay fondo. Sucedió el año pasado. Pero esta temporada volvió a pasar algo parecido y un balón terminó en la calle. Un cortocircuito que rompe ese espejismo suave y artificial en el que transcurre el inmaculado espectáculo del fútbol televisado. Y esa es parte de la gracia de esta cancha. El fútbol de los inicios, imperfecto, crudo... pero en Primera División. Un campo hoy sin un mantenimiento digno, pero único todavía para los espectadores, para el barrio y para los jugadores.
El Rayo era una de las pocas cosas que nos quedaban. Y ahora quizá no podrá ni jugar en el barrio que lo hizo grande. “Cada vez es más insostenible que siga en Vallecas”, dijo la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Insostenible, más bien, parece este fútbol. Insostenible parecía colocar la fortaleza de los Power Rangers en mitad de la Castellana, y ahí está el nuevo Bernabéu. O que un club en el estado económico del Barcelona pudiese hacerse un nuevo estadio —perdón, Espai Barça— por 1.472 millones, aunque fuera a costa, entre otras cosas, de dudosas condiciones laborales de quienes lo construyen. Insostenible no debería parecernos que un club que alimenta y se alimenta del ecosistema de una comunidad tenga que largarse de ese entorno para favorecer una operación urbanística. Sí, ya sabemos, el estadio está fatal —bastaba ver las imágenes de la granizada de este sábado—, esto le permitirá subsistir, ganar dinero. Pero dejará sin sentido una de las principales misiones sociales del club y no garantiza ningún éxito deportivo. Que se lo pregunten al Espanyol, que tiene un campo precioso estilo inglés en Cornellà y un equipo en Segunda División.
En Vallecas “muchos se consideran antes vallecanos que madrileños”, escribía Ignacio Pato en su estupendo Grada popular (Panenka, 2022). El mismo autor lanza en abril No es fiera para domar (Altamarea), un libro sobre el Rayo en el que también toca este asunto de la geografía canchística desde el mismo prólogo, obra de Aitor Lagunas. Algunos campos decían mucho del barrio donde estaban, y de las aficiones que los poblaban. Sarrià, Les Corts, Atocha,… Pero ni esa gente vive ya ahí, ni la que va a mudarse atraída por un viejo entorno obrero dominado ahora por cafeterías cool tiene interés en ese asunto ni en que en los baños del estadio no haya papel higiénico. Se llama gentrificación. Dos de los distritos donde más ha subido el precio de la vivienda en Madrid: Puente de Vallecas y Villa de Vallecas, donde viven 350.000 habitantes, los mismos que en Bilbao. Y Valdecarros, el lugar donde debería mudarse el Rayo, en los confines del distrito, es el desarrollo urbanístico más grande de España.
Una cadena humana rodeó el estadio este fin de semana pidiendo que el equipo no se mueva. Pero no parece que ni la propiedad del club ni las administraciones estén por la labor. Al palco de Vallecas no ha ido nunca la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso: viste menos que el Bernabéu o el Metropolitano. Y tiene un aire demasiado político e incómodo. Sí fueron, en cambio, Santiago Abascal y Rocío Monasterio, quizá por ese mismo motivo. Y porque era el día que volvía al campo Roman Zozulya, un delantero ucranio que fichó por el Rayo en 2017, pero que nunca llegó a debutar con la camiseta rayista por sus flirteos con la ultraderecha. Visto el panorama, como escribe Lagunas, uno pensaría que lo único insostenible es que el Rayo no siga en Vallecas. Les tenemos acorralados, como le dijo John Rambo al Coronel Trautman antes de que se lo llevaran a una cárcel militar.
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