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Athletic
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Siempre nos queda el Athletic

Hoy es un día soñado durante muchos años. Los más talladitos nunca han olvidado lo vivido en el 83 y 84 y ansiaban repetir. Los más jóvenes, cansados de escuchar tanta batallita, suspiraban por tener esa experiencia que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo tintes casi mágicos

La gabarra, con los jugadores del Athletic, recorre la ría el 3 de mayo de 1983 tras proclamarse campeones de la Liga
La gabarra, con los jugadores del Athletic, recorre la ría el 3 de mayo de 1983 tras proclamarse campeones de la Liga.Santiago Jiménez (efe)

Llega el tercer advenimiento de la Gabarra, Santo Grial y mito rojiblanco por excelencia, junto a Iribar y San Mamés. Se espera más de un millón de personas tirando por lo bajo, todo un ejército compuesto por fieles seguidores con un inquebrantable sentido de pertenencia y orgullosos hasta casi la chulería de una singular filosofía, tan peculiar como maravillosamente anacrónica. Su relación sentimental con el Athletic es intensa e indestructible, forjada desde pequeñitos y que no tiene en cuenta edades, razas, géneros, recursos económicos o escalas sociales, ya que su transversalidad alcanza todos los rincones geográficos y sociológicos.

Hoy es un día soñado durante muchos años. Los más talladitos nunca han olvidado lo vivido en el 83 y 84 y ansiaban repetir. Los más jóvenes, cansados de escuchar tanta batallita, suspiraban por tener esa experiencia que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo tintes casi mágicos. Repetidores y debutantes, niños y niñas, jóvenes y adultos, todos se juntarán gozosos a ambas orillas del Nervión a celebrar no solo un título que se ha resistido demasiado, sino para reivindicar una vez más el profundo vínculo que existe entre el equipo y su afición. Muchos sentimientos compartidos donde sobresale un indisimulado y colosal orgullo de pertenencia que lo mismo crece con una victoria que viendo a varios de nuestros jóvenes jugadores, en lugar de esconderse, montan una conga en plena calle compartiendo con los aficionados la alegría que sienten.

Otra cuestión a resaltar para entender mejor el universo rojiblanco es que el aficionado del Athletic se mueve con gran soltura en el territorio de la exageración. Han sido tiempos de locura colectiva los vividos en estas últimas semanas y que van a concluir con el delirio de la gabarra. La fiebre fue tal, que se corría el peligro de que al final influyese en los jugadores. Afortunadamente la supieron manejar en los momentos decisivos. Marcó Ohian, paró Yulen, no falló Alex y con un estallido que debió de escucharse en la luna, concluyo la travesía del desierto. De golpe y porrazo cuatro décadas de sequía y unas cuantas frustraciones parecieron un precio razonable por disfrutar de una felicidad plena, extrema e inenarrable. Y en medio de los gritos, abrazos y lloros, muchos nos acordamos de nuestros ausentes, que todos los tenemos.

El mío se llamaba Pablo. Hace unos años andaba atravesando un momento muy difícil de su vida, metido en una dolorosísima separación con hijos por medio. En medio de la zozobra, el Athletic disputaba una eliminatoria de Copa en Valladolid. Y allí se fue con su bufanda al estadio de la pulmonía, sólo, entre semana y en pleno invierno. El partido fue horrible, el viento inclemente, el frío, polar, y el resultado ni me acuerdo. Al día siguiente, le pregunté cómo se encontraba. “Bien. Menos mal que siempre queda el Athletic” me respondió. Qué razón tenías hermano. Y es que pase lo que pase, llueva o haga sol, real o metafóricamente hablando, siempre nos quedará el Athletic. Con gabarra o sin ella. Eso es lo de menos.

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