La terapia de Argentina en el Mundial
Emiliano ‘Dibu’ Martínez, integrante ya de la saga de parapenaltis albicelestes en las Copas del Mundo, normaliza el trabajo con un psicólogo, con quien sufrió mucho en las sesiones tras la derrota inicial
El Argentina-Países Bajos de cuartos, un volcán que empezó a escupir lava en la medianoche del viernes, fue acumulando energía y rabia de forma bastante silenciosa. En su habitación, el portero albiceleste Emiliano Dibu Martínez (Mar de Plata, 30 años) encendió el móvil el día anterior y leyó declaraciones de la selección holandesa que no le gustaron mucho. Hablaban de revancha después de perder contra ellos las semifinales de 2014 en los penaltis y de cuánto estaban ensayando desde los 11 metros por si el duelo volvía a resolverse en la tanda. El meta decidió sacar capturas de esas palabras, se las enseñó a su psicólogo y le dijo: “Prendió la dinamita”.
Al final, el que explotó fue él, y para bien, en el duelo desde los 11 metros: detuvo los dos primeros lanzamientos, a Van Dijk y Berghuis (cada uno a un lado), y allanó el pase a semifinales. Otra obra suya desde esa distancia (ya lo hizo en la Copa América de 2021) que recordó a lo que habían hecho en el pasado otros referentes de su país (los Goycoechea y compañía), y que demostró que una de las claves de los nuevos aires de esperanza que corren en la Albiceleste se encuentra bajo palos. Frente a Australia, en octavos, también evitó en el último instante un empate que hubiera causado pasmo.
Dibu Martínez pertenece a ese grupo de futbolistas que ha normalizado el uso del psicólogo. Recurre a él desde hace cinco años -dos o tres veces en la previa de los partidos- y lo dice abiertamente. En este Mundial, además, lo ha necesitado de manera muy especial. La derrota inicial contra Arabia sumió a Argentina en el desconcierto y al meta, en la frustración. “Yo especialmente sufrí mucho estos días hablando con mi psicólogo. Que me pateen dos veces y me metan dos goles es difícil de tragar. Podía haber dado más”, desveló tras ganar a México, en el segundo choque.
A estas sesiones llegó después de muchos años en Inglaterra acumulando cesiones y en un estado de espera casi permanente. Con 12 años se había marchado de la casa familiar a una pensión de Independiente no muy confortable y a los 17 lo fichó el Arsenal, adonde se fue convencido por su familia y agentes más que autoconvencido. “Nos faltaba un poco de nivel económico [en el hogar paterno]. Lo hice más por eso que por lo deportivo”, confesó en una entrevista a este periódico hace un año.
“Un cubo de hielo”
En el Emirates le esperaba Arsène Wenger, el filial de los Gunners y un carrusel de préstamos. El peor, el Getafe de José Bordalás, en la 2017-18 (apenas seis partidos); y el mejor, su viaje en enero de 2019 a las profundidades de la segunda inglesa, al Reading. Allí empezó a hacer palanca.
“Fue un matrimonio perfecto”, cuenta al otro lado del teléfono el portugués José Gomes, entrenador de aquel equipo de la periferia londinense, hasta hace poco en la Ponferradina y a punto de regresar al Marítimo. “Nos ayudamos mutuamente esos seis meses. Necesitábamos un portero que supiera jugar con los pies y tuviera contundencia aérea, y él, continuidad. Nadie creía que nos pudiéramos salvar y lo hicimos”, celebra el técnico, que destaca de Dibu su liderazgo natural –”solo hablaba cuando tenía algo que decir- y la fortaleza mental. “Era un cubo de hielo en el uno contra uno. Eso no es solo técnica”, subraya. De nuevo, la cabeza. “Mi fuerte es el trabajo mental”, ha avisado en más de una ocasión el meta. La campaña siguiente, de vuelta al Arsenal, disfrutó de algo más de huella y en 2020 el Aston Villa lo convirtió en el portero argentino más caro (17,4 millones).
A la Albiceleste ascendió hace un año y siempre se ha tenido como un iluminado. “Yo estoy hecho para la selección, desde los 13 sabía que podía llegar. En Rusia, estaba en la cancha con mi hermano y un amigo, y les prometí que iba a jugar el próximo Mundial”, aseguraba hace unos meses en Clarín. Al final, apareció bajo palos solo 10 días antes de la Copa América de 2021 que levantó y ahí se ha quedado. No se apartó ni cuando nació su hija (le pilló entrenando).
Fue una tanda de penaltis la que le atornilló definitivamente y, cómo no, un juego mental con los lanzadores. En las semifinales, a los colombianos los volvió locos. “Te estás riendo, pero estás nervioso. Hacete el boludo, ya te conozco. Mirá que yo te la atajo, que te como, hermano”, le soltó a Yerry Mina. “Lo siento, pero te como, hermano”, le dijo a Davinson Sánchez. A Cardona no le gritó nada, pero dio igual. Fallaron los tres.
Una actuación y una puesta en escena que le unió a la saga de metas argentinos que se destaparon desde los 11 metros en un Mundial. Como Sergio Goycoechea en el 90, que detuvo cuatro (dos en cuartos a Yugoslavia y dos en semifinales a Italia); Carlos Roa en el 98 (dos a Inglaterra en octavos); o Sergio Romero en 2014 (otros dos a Países Bajos en semifinales). Con el primero es con quien más se le ha emparentado. Los dos mantienen charlas habituales -nada profundo, matiza Goyco- y Dibu se fotografió estos días con una camiseta estampada inspirada en la que llevaba su colega hace 32 años.
En los meses previos a Qatar, Emiliano Martínez, 1,95 de altura, se mimó a conciencia para evitar lesiones. No tocaba el pan y no se regalaba un refresco de cola ni cuando ganaba. Ya tiene lo que daba por descontado de niño. El viernes se lució ante Holanda y ahora le viene Croacia.
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