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Federico Romero: la muerte de un clásico

Ni la historia del último siglo teatral ni siquiera la de la música en ese mismo periodo van a poder escribirse sin un reconocimiento de lo que significó, en ese lapso de tiempo, la zarzuela grande y su pequeña -«pequeña» en dimensiones- variante del género chico. Ese siglo es el que caracteriza una cierta declinación de los modos italianos y una pujanza de los nacionalismos musicales. Paralelamente, una pasión casi romántica, un populismo semi goyesco, una expresión tierna y bronca a la vez, lleva a los libretistas a facilitar la indagación de unas fuentes que algo debieron tener para lograr lo que lograron.Ahora ha muerto, a los noventa años, un escritor culto, bien formado, caballeroso y de muy buena pluma, que asociado con Guillermo Fernández Shaw, generó los más importantes libros de la zarzuela grande: Federico Romero. La canción del olvido, Doña Francisquita, Luisa Fernanda El caserío, La rosa del azafrán, o La tabernera del puerto, son, entre otros, títulos inolvidables.

No ha habido ni un asomo de posibilidad de sustitución de la gran pareja de libretistas. El sitio está vacio. Se puede decir, o creer, que el génro está gravemente enfermo. Es posible. Pero también puede ser que no haya encontrado, simplemente, autores capaces de centrar y fijar la nueva estética de la zarzuela puede estar necesitando. Quizás intimide a muchos la grandeza pasada. También puede ser. Ello querrá decir que aquellos hombres eran, realmente, muy grandes autores. Federico Romero ha muerto y hará falta mucho valor para acercarse al sitio que dejó vacio. Su obra era, en su género la obra de un clásico. Una obra bella, hermosa y, ahora, cerrada.

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