Nos han cerrado el sex-shop
Para inaugurar la puesta en marcha de la Constitución, como primera medida, nos cierran el sex-shop, el único que había en Madrid. La hormigonera constitucional se pone a funcionar y plas, de un bocado se lleva el sex-shop. Yo creo que Silva Muñoz y Fernández de la Mora, que viven de llevar la contraria, debieran pedir la reapertura del sex-shop.Parece mentira, Rosón, hombre, que siendo modernos de ahora como sois, y jóvenes como uno (primera generación de postguerra), no hayáis comprendido que un sex-shop no es una tienda, pese a su nombre inglés que así lo dice. El sex-shop es la ermita de los últimos ermitaños sexuales que quedamos, beatos de la mujer, en esta democracia de feministas y travestíes. El sex-shop no es lo que parece.
Tú habrás; viajado como yo, Rosón, hombre, por la Europa próspera y marcusiana de cuando aquí éramos pardofranquistas. Tú con un presupuesto y yo con otro, pero viene a ser lo mismo. Uno, peregrino de los sex-shop de Europa en los años del hambre de mujer, recuerda aquél de Estocolmo, con una tienda de látigos y Lesbos en una esquina, atendido por un Sade con mandil, o aquel otro de Copenhague, detrás de la estación, en una calle larga, triste y como marinera, lleno de, desfallecientes erecciones, o aquel otro de Amsterdam, que visité con Amilibia para comprarle un vibrator -ella decía vibreitor- a una común amiga argentina, que luego lo usaba para la jaqueca.
Y pude comprobar, Rosón, hombre, lo que esas tiendas tenían, tienen de capillas del mal ingenuo, de culto a una religión de retrete, y lo mucho que se parecen a una capilla maldita con exvotos, con fetiches sagrados, con culto y clero.
Es no conocer bien el tema, Rosón, hombre, creer que a un sex-shop se va a comprar algo útil. Me lo decía el otro día Antonio de Obregón hablando de gatos, que últimamente es casi mi única conversación:
-Lo más literario del gato es que, no sirve para nada.
Animal perfecto e inútil. Viene a ser la misma cosa. Lo más literario y litúrgico de los sex-shop es que no venden nada útil, que nadie, luego, se aplica esas industrias. Tiendas de aperos sexuales, el hombre, la mujer, acaban descubriendo que es mejor lo que tienen en casa, con caspa y con quinquenios.
O sea que son capillas, como digo, ermitas del amor, sinagogas del falo, mezquitas del orgasmo donde se expenden exvotos, reliquias, órganos disformes y gloriosos, como de los primeros apóstoles del coito. Ahora que hay libertad de cultos, Rosón, hombre, debes comprender lo que un sex-shop tiene de devoción altruista a la mujer, al hombre en camiseta. Ya que no templos de Venus, son catacumbas de Venus, catacumbas de una religión a extinguir, la religión de la mujer, en la que ya quedamos sólo Berlanga, Cela, yo y pocos más, que hasta Luis Miguel va a volver a casarse, y el matrimonio es una huída del sexo.
Comprendo, Rosón, hombre, que los del sex se salen del marco, como decís vosotros, pero ¿no se sale del marco el vidente Clemente, vendiendo exvotos y comprando votos? Si se recortan las libertades por un lado, hay que recortarlas también por el otro, que hay que ver los estragos que hace el bien.
No pensarás que nadie, Rosón, hombre, se pone todos los chismes, ortopedias, reóforos, pilas, reostatos, vibraciones, cables, calambres, timbres y cosas del sex. No son regalos prácticos. Son exvotos. Ultimas reliquias de ese culto a la mujer en el que -contra los travestíes, las feministas y los salomés- ya vamos quedando muy pocos. Son fetiches, para que te aclares, y en el sex vive siempre un silencio beato por el que nos movernos sonámbulos los últimos fanáticos de la hembra y sus aperos. Bien me parece la ofensiva gay y la ofensiva homosexual de los diversos sexos, y vuestra tolerancia, pero pienso que la vieja, caduca, decadente, mordoré y,casi extinta raza de los cultores de la mujer, esa antigualla, tenemos un pequeño derecho democrático, como los masones o así, a nuestra capilla de secta: el sex-shop. Somos los amigos de la Unesco de la mujer. Ya sé que no se lleva, que somos minoría, pero legalízanos, Rosón, anda, aunque la Constitución, que habla de abertzales, divorciadas y maragatos, no diga nada de nosotros.
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