La crisis del eurocomunismo
UN REFLUJO en los movimientos y en la acción del eurocomunismo, que puede abocar en una crisis profunda de éste, es cada día más visible. Aparte de las escrituras teóricas, con su abundancia de citas clásicas, la lentísima evolución de los partidos comunistas europeos hasta llegar a concretarse en el término «eurocomunismo» ha sido, y es aún, una praxis: una forma de aproximación posible al poder y una recuperación de identidad legal en la sociedad política en la que se mueven. Estas perspectivas se están viendo quebradas. La aproximación al poder se ha visto bruscamente cortada en Italia, lo mismo que lo fue en Francia, tras la catástrofe ideológica y práctica de las elecciones; en España se han registrado fuertes tensiones en el seno del partido porque algunos militantes han creído ver que la aproximación por la vía del pacto y del consenso, más que una táctica, resultaba una renuncia. Al mismo tiempo, en los tres países donde el eurocomunismo ha tenido su momento más brillante, se han encontrado con una impermeabilidad de la dirección a las propuestas de sus bases, que no se correspondía con la democratización teórica que predicaban.El eurocomunismo despertó en principio cierto interés, tanto en la Unión Soviética como en Estados Unidos, que estimaron que algunos de sus rasgos y de sus posibilidades podían, serles útiles. Pero, al parecer, los dos países coincidieron en que esta utilidad posible de los eurocomunismos se detenía en un punto: el de su aproximación al poder. Probablemente la Unión Soviética ha conservado, y conserva aún, la esperanza de que los eurocomunismos sirviesen para acentuar, desde el punto de vista soviético, las crisis del capitalismo. Pero ha sospechado que, llegado al poder -en la parte en que podría hacerlo-, lejos de contribuir al deterioro del sistema, lo reforzaría aun indirectamente. Algo de ello ha sucedido en Italia, don de la Democracia Cristiana ha resistido crisis agudas por el apoyo del Partido Comunista; en Francia, donde la dere cha ha ganado unas elecciones que tenía perdidas por la incapacidad del eurocomunismo de Marchais de enfren tarse con una situación de Gobierno compartido. En España es suficientemente conocido el apoyo posibilista de Carillo al Gobierno Suárez. Estados Unidos estaría estudiando, por su parte, la utilización de los partidos eurocomunistas como elementos de un nuevo cerco a la Unión Soviética y de la constitución de democracias «controladas». Pero la conveniencia final, tanto de la URSS como de EEUU, es evitar que los eurocomunistas lleguen a convertirse en instrumentos de Gobierno, pues eso rompería, sin duda, el actual y precario equilibrio bipolar. Una de las formas del reflujo actual en las posiciones eurocomuniltas es la de una nueva inclinación hacia la Unión Soviética. Moscú ha variado ya sus ataques frontales a los partidos eurocomunistas para dirigirlos hacia sus disidentes intelectuales; mientras, las direcciones comienzan a hacer lo que parece una aproximación moderada al Kremlin. No parece casual que la declaración del Buró Político con motivo de la Revolución de Octubre matizase las críticas de los «errores» y «dramas de graves consecuencias» de la época de Stalin con la declaración de que, a pesar de todo, «el balance de estos sesenta años es positivo»; ni lo son las declaraciones comunes de la entrevista Berlinguer-Brejnev en octubre.
Recientemente, ha tenido lugar una «conferencia internacional sobre eurocomunismo» en el Monroe Community College -Rochester, estado de Nueva York-, que ha dedicado una sesión a España, otra a Francia y tres a Italia -hay una importante comunidad italiana en la localidad e Italia había enviado excelentes teóricos- En sus conclusiones se señala que parece ya demostrado y aceptado que el eurocomunismo no es «un caballo de Troya» de la Unión Soviética, sino «un fenómeno original en curso de desarrollo, con sus características particulares», y que Estados Unidos debería tomar en cuenta este fenómeno. No parece, sin embargo, que lo esté haciendo, y la nueva aproximación a la URSS de los comunistas europeos dará argumentos objetivos a favor de la tesis de que todo era puro tacticismo de Carrillo o Berlinguer.
El tiempo dirá, en definitiva, si el eurocomunismo es una experiencia abortada por los intereses de las grandes potencias y si posee o no alguna base teórica sólida para cambiar el panorama de los movimientos de izquierda en las democracias occidentales.
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