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Cultura y empresa en Latinoamerica

La evolución histórica y el pragmatismo político están colaborando a que el conocimiento mutuo entre los países al sur de Río Grande y España sea más veraz cada día que pasa. Se van disipando viejos resentimientos y absurdas arrogancias, y las bases igualitarias en las que se asienta el diálogo nuevo propician inusitados acercamientos y la afloración de un espíritu de entendimiento auténtico y completo: España y Latinoamérica poseen muchas cosas en común, a pesar de las disparidades en los sistemas políticos vigentes; España y Latinoamérica se complementan, se necesitan mutuamente.El profesor Abellán dio a un libro suyo el título de «ldea de América». Pues bien, esta frase totalizadora -y sus derivaciones- está prendiendo con fuerza a ambas orillas del «charco». Los flujos crecientes de turismo, el aumento anual de los intercambios comerciales y las inversiones, el paralelismo de los exilios -el de 1939, en España; el iniciado en la década de los años setenta, en Latinoamérica- es algo real y duro, pero vivo, y la voluntad de los políticos en levantar un puente sin fronteras ni exclusiones ideológicas está generando, a nivel de opinión, un interés recíproco jamás alcanzado hasta la fecha. Creo no equivocarme si afirmo que en España preocupan los temas latinoamericanos, y que en Latinoamérica se sigue puntualmente el desarrollo político de la nueva España surgida en 1975. Y esta mentalización brota sin retórica, paternalismo y foIklore. Se respira un enriquecedor realismo en el binomio España-Látinoamérica, y la cobertura informativa que se da, detallada y diariamente, es fiel reflejo de lo que apunto.

Evidentemente, la idea de América abarca lo social, lo humano, lo cultural y lo económico. Ciñéndome a estos dos últimos aspectos, cabe señalarse, que ambos pueden -y deben- ir unidos de la mano. Me explicaré. Por una parte, pienso que uno de los grandes fallos que aquejan a Latinoamérica es el de su escaso desarrollo cultural, aun cuando el continente contara con la savia de viejas culturas que, de haberla potenciado convenientemente, podría, haber evitado muchos de los atrasos y, conflictos actuales. Por desgracia, no ha sido así y, hoy, más de 110 millones de latinoamericanos viven en la pobreza y el analfabetismo, y un tercio de la población activa del continente se halla en paro o subempleada.

Por otra, la crisis económica mundial surgida en el bienio 1973/1974, con motivo del encarecimiento de las materias primas, ha afectado a todos los países de la región, así como a España. Inflación y paro son las más conocidas secuelas. Ahora bien, la misma crisis ha obligado a los agentes económicos, como fórmula de supervivencia, a abrirse con sus productos y servicios a otros mercados. Esta variable ha hecho que las empresas españolas vieran la «aventura latinoamericana», en detrimento de la penetración tradicional y cómoda en el Mercado Común, como algo positivo. Así el que entre 1975/1978 más de mil empresas españolas hayan invertido directamente más de 35.000 millones de pesetas en los países latinoamericanos; así el que en 1979 el 66% de la inversión española en el extranjero se realizara en la otra orilla, tendencia que en el primer semestre de 1980 alcanza al 77,6% del total. Este planteamiento inversor parece correcto, por cuanto que para 1980 los expertos pronostican una ligera recuperación económica en aquel área, si bien acompañada de una elevación de la inflación Y del endeudamiento externo. A esos síntomas de variación en la coyuntura hay que añadir el potencial de crecimiento y los abundantes recursos naturales -ambos insuficientemente explotados- que poseen las naciones latinoamericanas.

Todo ese entramado de flujos comerciales e implantaciones reales -por medio de empresas mixtas- no puede olvidar el contexto económico de Latinoamérica y que muy acertadamente definió Raúl Prebisch en la CEPAL: «Los principales problemas de desarrollo se derivan de la contradicción entre el capitalismo periférico y la tendencia a imitar, en la producción y el consumo, a los países desarrollados». Se entra, pues, en una dimensión nueva de los factores económicos: el punto de vista ético, en el que se hallan incorporados lo humano y lo cultural. De ahí mi consideración a que las empresas españolas con presencia en Latinoamérica no puedan permanecer ajenas a esa dimensión nueva y presten una colaboración decidida en el campo cultural. En mi opinión, la inversión española en Latinoamérica arrastra, al par que sus mercancías y millones, un compromiso más trascendental; y su responsabilidad social en el país que invierta supera la ambición -legítima, esto sí- de conseguir una buena cuenta de resultados, y sin que ello suponga coartar la libertad creadora de los agentes culturales.

Economía y ética. Empresa y cultura. Cuatro definiciones que no pueden olvidar la s empresas españolas que acuden a Latinoamérica. A nadie se le escapa la mala y fundamentada imagen de las multinacionales -las norte americanas especialmente- en tierras latinoamericanas, dado su afán de expolio y su vocación de aupar y derribar gobiernos, según coincidieran con sus intereses mercantiles. Pero el objetivo de las empresas españolas, estimo, es de superior alcance, por contar con una historia, una cultura y una lengua comunes, tres cosas que no se pueden olvidar y que facilitan el acercamiento económico fluido, pero que. al mismo tiempo, crea un compromiso mayor y de más honda proyección. Colaborar a largo plazo en las tareas culturales de Latinoamérica es algo que respetabilizará y ennoblecerá la gestión económica de las empresas españolas.

El empresario moderno sabe que la cultura es patrimonio de todos. Esto -la no exclusividad cultural- que parece bien simple, no ha sido jamás tenido en cuenta por la oligarquía dominante -y dependiente de las multinacionales- y los regímenes autoritarios -y atentos celadores de los privilegios económicos- de los países latinoamericanos. Para éstos y aquélla la cultura ha sido siempre algo de elite, un coto privado al que sólo tenían derecho las grandes familias. Pero ¿de qué sirve tener universidades antiguas si la falta de escolarización a nivel básico y el analfabetismo son millonarios?

Y. ¿no resulta macabro enviar a los hijos de la alta burguesía a estudiar a universidades norteamericanas para que a su regreso -y con el título en el bolsillo- se dediquen a gerenciar las multinacionales que explotan a sus paisanos? Y es que las tesis de la seguridad nacional, tan en uso en el Cono Sur, consideran a la cultura como un elemento dañino para el cuerpo social, cuando es justo lo contrario. Al ver este falso enfoque no resisto la tentación de transcribir las palabras que el novelista inglés Christopher Isherwood recopiló en sus memorias al recordar su etapa vivida en el Berlín de los años treinta: «Los nazis odian la cultura en sí misma, porque es esencialmente internacional, y, debido a ello, subversiva de las tesis nacionalistas. Lo que los nazis llaman cultura es un local, pervertido y nacionalista culto, por el que unos pocos y pequeños artistas miden su germanismo y no su talento. El resto está condenado, es algo ajeno y decadente y que representa la cultura judía». Los hijos espirituales del general brasileño Goldbery parecen anclados en ese esperpéntico cuadro, en el que los fantasmas judíos se han visto sustituidos por demonios rojos.

Confío en que el brazo del Centro Iberoamericano de Cooperación, como motor y coordinador cultural, los empresarios españoles presentes en Latinoamérica contribuyan responsable y seriamente en las tareas culturales de ese continente, que la cultura es un derecho humano y no un foco de subversión. Esta se origina y estalla cuando, precisamente, falta la cultura. En los tiempos que vivimos, «Empresa y Cultura» es sinónimo de pluralismo democrático, desarrollo, bienestar y paz social, y esto no sólo es aplicable a Latinoamériica, sino a cualquier país del mundo.

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