Goodbye, Cirilo
Vino Gustavo Valverde de Nueva York y me dijo, indignado, que hemos enterrado en este periódico mejor a Troylo que a Cirilo. Es verdad, pero era inevitable. Troylo, sin carné, era casi un redactor de esta casa y, sobre todo, contó con la despedida de un amigo íntimo, con la palabra de Gala (el verbo transitivo), y cualquier intento de emular su Adiós en el papel nunca habría pasado de ser una simple osadía.Para colmo, Antonio se nos fue a Samarkanda, al encuentro de raíces de Córdoba, y no pudo acompañarnos en la despedida de Cirilo Rodríguez, quien nos dio la brusca sorpresa de su muerte y el susto padre de lo que se nos viene encima a los de esta profesión en los tiempos tensos y apasionados que corren por las redacciones. Cirilo, nuestro hombre en Nueva York, que fue acusado de demócrata y marginado en las ondas y en la pequeña pantalla, nos ha recordado a la generación de periodistas en pista el riesgo de no ver o encontrar el final del túnel de la libertad de expresión, nacida hace apenas cinco años, con la muerte del dictador.
Callado encajador de celos
Estuvo Cirilo en el viaje de los Reyes a Japón e Indonesia y vino muy tocado físicamente de la larga e incómoda travesla que se nos impuso a los informadores -quizá con la idea de desanimarnos y de dejar el desplazamiento a merced de las agencias fotográficas- y con la única obsesión de llegar a tiempo a Madrid para coordinar la noche electoral de Estados Unidos desde el control central de Radio Nacional. EE UU, Nueva York, era la patria grande de Cirilo, su mundo y su vida. Allí encajó su primera gran crisis pulmonar, en el New York Medical Center, Y allí se recuperó entre crónica y boletín informativo, acogiendo a cuantos amigos y desconocidos llegaban boquiabiertos a la gran manzana. Volver a Nueva York era para él una obsesión. Rebuscaba en las agencias de viajes billetes baratos de vuelos charter para pasar unos días en su tierra vital, para recuperar el ritmo humano y profesional al que estaba acostumbrado y que le fue vetado, quizá por ser amigo de todos y callado encajador de los celos de sus eneinigos.
Cansancio profesional
A la vuelta de Yakartá, en el vuelo Francfort- Madrid, me dijo que estaba cansado y amargado profesionalmente. Me recordó que la conferencia de correspon,sales de la mañana era, en sus responsabilidades cle la información internacional, lo único que le diveítía en la Casa de la Radio y muy a pesar del madrugón que le apartó de la noche madrileña y de los amigos trasnochadores que, como tales, dormíamos mientras Cirilo despertaba a media España con sus diálogos de -Europa a América. La muerte le cazó cuando parecía posible su rehabilitación profesional, diez horas después de que le ofrecieran la dirección y presentación de un programa informativo de la segunda cadena de televisión, al estilo americano, siguiendo el modelo que Walter Cronkrite, el monstruo de la CBS, impuso en los infórmativos americanos.
El cuerpo de Círilo fue entrañablemente acogido por su pueblo segoviano, aunque yo sospecho que,él hubiera preferido dormir bajo un olivo cordobés -como Troylo-, pero enraizado en el Central Park, de Nueva York. Su voz, grabada y atada a la llegada del hombre a la Luna para los catetos que seguimos desde la Península la gran a.ventura del espacio, está viva y archivada en la radio. Su recuerdo, por lo menos a los amigos y, a sus compañeros de cerca y delejos, va a ser muy difícil de separarlo de ros años difíciles y esperanzadores, de la generación de los periodistas que rondaron la democracia.
El asombro, imprescindible
Nuestro hombre en Nueva York nos ha metido el miedo en el cuerpo recordándonos lo in evitable en su persona y nos ha dejado, por en clima de todo, su ejemplo locuaz y callado. Su trabajo de madrugada en Nueva York y en Madrid, su generosa actitud en el difícil mundo de la información y la política y todo ello orriado de una capacidad de asombro imprescindible en las tareas periodísticas, a pesar de los cincuenta y algunos años que ya le asomaban en su barba blanca.
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