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"He entregado al Santo Padre cartas de prisioneros políticos"

Juan Arias

El cardenal Cassaroli, que no concede nunca entrevistas, según el protocolo de la diplomacia vaticana, quiso conversar ayer con una representación de seis periodistas, entre ellos el enviado especial de EL PAÍS, para salir al encuentro de algunas noticias filtradas sobre una visita suya a la mayor cárcel de Filipinas, donde existe también una zona de máxima seguridad para 32 prisioneros políticos.El cardenal, que confirmó que el miércoles visitó la cárcel de Bilibid, que cuenta con 7.000 detenidos, aseguró que el Papa hubiese deseado visitar personalmente dicha cárcel, lo mismo que el leprosario, pero que diversas circunstancias habían hecho que le correspondiera a él hacer dichas visitas.

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En la cárcel, Cassaroli estuvo algo más de cuatro horas. Habían preparado todo para celebrar una misa en el campo exterior de la cárcel, a la que se les permitió asistir a algunos de los presos comunes, a unos pocos de la zona de media seguridad y a ninguno de la supercárcel política. Pero a la misa pudieron asistir algunas de las familias de los presos, incluso de los políticos, las cuales le dieron al secretario de Estado algunas cartas de los detenidos para entregar al Papa. «No se trató de nada clandestino», subrayó Cassaroli, «ya que me Ias entregaron ante el director de la cárcel, presente en la misa».

Visita al interior de la cárcel

Terminada la liturgia, el cardenal, de sorpresa, pidió visitar el interior de la cárcel, lo cual le fue concedido, según dijo, «sin dificultad», aunque se trató de una visita rápida de sólo dos horas. Le acompañaron algunos de los familiares de los presos con sus niños. Pudo llegar hasta el pabellón superfortificado de los prisioneros políticos, «que estaban celebrando la huelga de hambre desde que llegó a Manila el Papa, el martes pasado», lo mismo que están haciendo los presos de otras dos cárceles de Manila.A la pregunta de cómo habían reaccionado estos presos, respondió textualmente, después de haber dicho que uno de ellos era un jesuita: «El clima era distinto del que había en los otros pabellones de presos comunes. Mientras éstos me presentaban sus problemas personales, los políticos lo hicieron en grupo, y debo decir que con una discreción ejemplar. Tuve la impresión de que entre ellos se había creado como un jefe, que hablaba en nombre de los demás. Cuando uno de ellos me pidió una bendición, los demás -a pesar de que eran de diversas confesiones religiosas- se pusieron todos de rodillas».

Entre las historias vividas por Cassaroli con los presos comunes, una llena de humanidad fue la de Pedro Lucino, de 47 años, casado, que al parecer irá a la silla eléctrica el próximo 14 de marzo. Se dirigió a Cassaroli y le dijo: «¿Puede perdonarme?». Durante la misa, el cardenal había dicho, dirigiéndose a todos los presos: «Todos vosotros tenéis la responsabilidad de comportaros con respeto y estima hacia vuestra inalienable dignidad de seres humanos». Y añadió: «Cualquier cosa que hayáis podido cometer, podéis tener la certeza de contar con la comprensión del Papa, con la mía y con la de la Iglesia».

Sobre las consecuencias que podrá tener esta visita del Papa a Filipinas en las relaciones entre el Vaticano y Manila, el secretario de Estado, que había sido siempre uno de los más perplejos sobre la oportunidad de esta visita durante el régimen de Ferdinand Marcos, respondió: «Es un problema muy difícil. Yo mismo me lo estoy preguntando estos días. Y es que ambas partes están convencidas de estar en la verdad, cuando defienden la una los valores de una cierta seguridad nacional y la otra piensa que no son valores, sino situaciones que hay que cambiar», y agregó que en la línea de principios «todos pueden estar de acuerdo y el Papa puede hablar libremente de respeto de los derechos humanos». «Lo difícil», añadió, «es cuando se trata de concretar qué significa respeto de los derechos humanos de un grupo que quiere vivir en una sociedad libre y democrática». Según el cardenal, la visita del Papa no dejará, sin embargo, «de producir efectos positivos».

Y la última pregunta al secretario de Estado fue sobre eI problema de las relaciones entre la Santa Se de y la Iglesia de China. Dijo que es siempre difícil hacer profecías sobre un mundo «tan complejo y misterioso como es China y del que conocemos en realidad muy poco». Pero fue muy explícito por lo que se refiere a la cuestión de la Iglesia nacionalista, separada hoy de Roma.

Cassaroli dijo que piensa personalmente que «no existen dudas sobre la validez de la sucesión apostólica», lo que significa que se trata de obispos verdaderos. «La duda», agregó, «podría estar en lo relativo a la legitimidad», y acabó diciendo: «Pero esto no quiere decir que, en un cierto momento, la validez ¡legítima no pueda legitimarse». Y ha sido precisamente el discurso del Papa a los representantes de las comunidades católicas chinas de Filipinas lo que ha confirmado que por parte del Vaticano la voluntad de esta legitimación no está lejana.

Según el cardenal Cassaroli, no es cierto que la cuestión de la Iglesia de Taiwan, que tanto se, ha opuesto siempre a esta solución, constituya «el principal problema» de la cuestión. Y esta afirmación del secretario de Estado podría estar confirmada por la hipótesis que aparece aquí cada vez más segura de que el Papa ha querido ir de Manila a Tokio pasando por Guam, en vez de hacerlo directamente, para evitar el tener que enviar, sobrevolando Taiwan, un mensaje a las autoridades de Tabei.

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