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Entrevista:

García Márquez: «Crónica de una muerte anunciada» es mi mejor novela

En 24 horas se vendieron en España 35.000 ejemplares

Gabriel García Márquez
Gabriel García MárquezJordi Socías

Pregunta. ¿No es una osadía, después del éxito de Cien años de soledad, ir diciendo por ahí que esta de ahora es su mejor novela?

Respuesta. Uno siempre cree que su mejor novela es la última, pero creo que ésta lo es en el sentido de que es una novela en la que yo he logrado hacer exactamente lo que quería. Las novelas en el camino quieren escaparse a los escritores de las manos, los personajes toman vida propia y terminan por hacer lo que les da la gana. En ninguna había tenido yo un control absoluto como en ésta. Probablemente por el tema y por la extensión. Es un tema muy riguroso, estructurado casi como una novela policiaca, y un libro muy corto. Estoy satisfecho del resultado. Yo creo que mi mejor novela anterior era El coronel no tiene quien le escriba, no Cien años de soledad, y esto lo he dicho muchas veces. Ahora creo que la mejor es ésta.

P. ¿Cree que la crítica coincidirá con su apreciación?

R. No sé si la crítica, pero los lectores, no me cabe ninguna duda.

P. ¿Cómo nació esta Crónica de una muerte anunciada?

 R. Esta novela es de hace treinta años. El punto de partida es un episodio real, un asesinato que ocurrió en un pueblo de Colombia. Yo estuve muy cerca de los protagonistas del drama en un momento en que había escrito algunos cuentos, pero no había publicado aún mi primera novela. Inmediatamente me di cuenta de que tenía entre mis manos un material sumamente importante, pero mi madre lo supo y me pidió que nunca escribiera ese libro mientras estuvieran vivos algunos de sus protagonistas. Y me dijo los nombres. Yo lo fui dejando. Entonces pensé que el drama estaba terminado, pero siguió evolucionando, y siguieron sucediendo cosas. Si lo hubiera escrito entonces, hubiera quedado fuera una gran cantidad de material que es esencial para comprender mejor la historia.

P. ¿Cuándo se decidió a escribirlo?

R. Hace cinco años, después de El otoño del patriarca, cuando ya habían muerto esos protagonistas que mi madre me había dicho. Ella lo hizo pensando que iba a escribir el reportaje de ese acontecimiento. Es interesante ver ahora que la novela que salió de esa realidad no tiene nada que ver con ella.

P. ¿Hay algo de técnica periodística en la novela?

Algunos personajes se van a reconocer

R. He utilizado una técnica de reportaje, pero en la novela ya no queda del drama mismo o de los personajes sino el punto de partida, la estructura. Los personajes no llevan su nombre ni la descripción que se hace corresponde al lugar. Todo está traspuesto poéticamente. Los únicos que tienen su nombre propio son los miembros de mi familia, porque estaba autorizado por ellos. Por supuesto que algunos personajes se van a reconocer, pero lo que a mí me interesa, y creo que debe interesar a los críticos, es la comparación entre la realidad y la obra literaria.

P. ¿No se va a prestar la novela a un juego de adivinaciones sobre quién es quién?

R. Ya está hecho. La novela apareció el lunes y una revista de Bogotá ya ha publicado un reportaje en lugar donde ocurrieron los acontecimientos, con fotografías de los supuestos protagonistas. Han hecho un trabajo que periodísticamente creo que es excelente; pero hay una cosa formidable, y es que el drama que los testigos contaron ahora a los periodistas es totalmente distinto del de la novela. Quizá no sirva la palabra totalmente. El punto de partida es el mismo, pero la evolución es diferente. Tengo la pretensión de que el drama de mi libro es mejor, está más controlado, más estructurado.

P. En alguna entrevista ha dicho que la violencia es el tema central de esta novela.

R. No recuerdo haberlo dicho, pero lo pienso de todos mis libros. La violencia en América Latina, y principalmente en Colombia, es un fenómeno de toda su historia, algo que nos viene de España. La violencia es la gran partera de nuestra historia.

P. Usted ha defendido el derecho a recurrir a la lucha armada, pero se ha pronunciado en contra del terrorismo. Para el Gobierno norteamericano son la misma cosa. ¿Dónde establecería usted la diferencia?

R. Ellos han dicho prácticamente que toda oposición al sistema establecido es terrorismo, pero hay que ser muy enfático al distinguirlo de la lucha armada, que en América Latina se ha considerado legítima históricamente, hasta el punto de que la han ejercido los liberales que ahora están en contra, sobre todo en mi país. Las dictaduras militares que hablan de terrorismo lo practican ellas mismas. Yo considero que es terrorismo intentar cambiar la sociedad mediante métodos dedicados exclusivamente a sembrar el terror, corriendo además un mínimo riesgo personal.

P. ¿Puede cambiarse la situación actual sin revoluciones?

R. Lo que hay que hacer en América Latina es un relevo de intereses y los que están en el poder puede estar absolutamente seguro de que no lo van a ceder por las buenas. Desgraciadamente creo que sin una revolución no es posible el cambio. Se pueden mejorar las cosas, pero esos intereses tienen apoyos muy grandes, el de Estados Unidos sobre todo. Lo más grave es que la Administración Reagan está dando ahora una consideración primordial a América Latina con una doctrina que no considera la existencia de desigualdades sociales centenarias. Según su punto de vista, nada de esto es cierto y lo que pasa aquí es una operación de la Unión Soviética. Incluso a Cuba no la quieren eliminar porque sea: un mal ejemplo, como ocurrió en los sesenta, sino porque consideran que es un agente soviético.

P. ¿No ha perdido Cuba el prestigio que tuvo durante los primeros años entre la intelectualidad progresista europea?

R. Ese desprestigio que dice obedece a muchos factores, algunos de ellos reales, pero Cuba ha carecido del oxígeno que hubiera necesitado para hacer la revolución que tenía que hacer. Ha hecho la revolución que le han dejado. No hay que olvidar el bloqueo y que es un país que recibe sus recursos energéticos de 10.000 kilómetros de distancia, a un promedio de un tanquero cada treinta horas. Eso, quiérase o no, restringe mucho la independencia.

P. Usted, que conoce tan bien a Fidel Castro. ¿cree que la revolución cubana hubiera sido distinta de no haber mediado el bloqueo?

R. Creo que hubiera sido la misma revolución, pero las condiciones en que estaría viviendo serían distintas. Hay que tener en cuenta que Cuba lleva veinte años en situación de emergencia y cualquier país del mundo en esas condiciones tiene que limitar las libertades. No voy a decir que todo lo que se dice de Cuba sean calumnias, pero hay una parte de contrapropaganda. Creo que las posibilidades de estudiar que tienen todas las clases sociales son, por ejemplo, más amplias que en muchas democracias europeas. Y con esto no estoy diciendo que no existan graves limitaciones de las libertades.

P. ¿No prefieren las izquierdas latinoamericanas guiarse hoy por el modelo nicaragüense antes que por el cubano, precisamente porque los sandinistas están respetando más las libertades.

'Nunca me encontraré junto a quienes hacen campaña antisoviética

R. La revolución nicaragüense es como es porque existió antes la cubana, no sólo por sus experiencias positivas, sino también por las negativas. Muchos de los buenos consejos que reciben los sandinistas se los dan los cubanos y no para que sean más radicales, sino para que sean más realistas. Yo confío mucho en que los sandinistas salgan adelante. Por lo pronto me parece que el impulso con que llegó la nueva Administración norteamericana, que salió con una fuerza de potro, dispuesta a aplastar, se ha encontrado con algo que no esperaba, se ha dado un frentazo con la realidad, y estoy seguro de que terminará por, buscar fórmulas de arreglo. A mí me interesa mucho la experiencia sandinista, porque hasta ahora ha tenido más oportunidades que los cubanos para hacer una revolución propia. Pero no se puede desconocer la solidaridad que han tenido de los cubanos. Puedo tener todas las reservas que quiera sobre la revolución cubana, pero jamás conseguirá que las exprese públicamente. Además tengo muchas más reservas con la Unión Soviética, pero la sola ayuda que ha prestado a Cuba contra viento y marea me merece tal gratitud que nunca me encontrará junto a quienes hacen campaña antisoviética, aunque tal vez ustedes, los europeos, tengan razones para hacerla.

P. Dejó de publicar por razones políticas y vuelve a hacerlo por idénticas razones. ¿Qué papel le corresponde al escritor en la política de este continente?

R. El primer deber revolucionario del escritor es escribir bien, crear una literatura que contribuya a la búsqueda de nuestra identidad. Lo que pasa es que en América Latina la situación es tan urgente que los escritores no podemos conformarnos con escribir y de pronto nos encontramos militando, aun sin quererlo, simplemente porque alguien llama a nuestra puerta y nos pide un favor.

P. Con una novela tan americana, ¿cómo se explica su éxito en otros continentes?

R. Se debe a que no me he equivocado en esa concepción de la realidad, a que estoy interpretando la realidad latinoamericana con tanta sinceridad que toca en cualquier parte. Eso produce sorpresas tales como que una señora de un pueblecito alemán, que ha leído mis libros traducidos, me escriba una carta en la que me dice que la historia que cuento es la de su pueblo. Entonces es cuando no entiendo nada.

P. Sus posiciones revolucionarias no le han impedido tener buenas relaciones con la alta burguesía de su país.

R. Yo tengo amigos en todas las clases sociales y me lo critican no sólo las izquierdas, sino los propios oligarcas. Pienso que son relaciones que no se pueden mantener indefinidamente, que las propias circunstancias terminarán por romperlas, pero en Colombia aún no ha llegado ese momento. En Chile se produjo en la última etapa de Allende, y Pablo Neruda, que se parecía mucho a mí en eso de tener amistades allí donde fuera posible, lo lamentó. Recuerdo que una vez que le presentaron en París un informe sobre la situación interna de Chile comentó: «Qué lástima, ya no se puede comer con los momios (ultras), con lo simpáticos que eran».

P. Su imagen de bon vivant contrasta a veces con sus posiciones ideológicas.

R. Estamos tratando de hacer la revolución para que todos vivamos mejor. Por razones personales yo he conocido ahora todas las ventajas que tiene la burguesía como clase dominante y que yo creo que no tiene derecho a tenerlas, que las ha robado, que pertenecen a todos. No hay ningún motivo para que yo renuncie a esas ventajas. Me gusta la buena comida, el buen vino, viajar bien. Para eso es para lo que hay que hacer la revolución, para que todo el mundo viva como quiera.

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