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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La vuelta del militarismo

EL ESPECTRO de las dictaduras militares no recorre solamente la periferia del planeta, entendiendo como tal a los países devastados por el hambre y analfabetismo del Tercer Mundo o las naciones en vías de desarrollo de Latinoamérica, sino que se hace sentir también en áreas próximas al corazón del mundo desarrollado. Por ahora, los regímenes de fuerza, uniformados, cobraban sus piezas en países en los que esas formas de Gobierno autoritario tenían precedentes históricos inmediatos. La Turquía de Ataturk o la Polonia de Pilsudski se encuentran demasiado cercanas en el tiempo como para que su memoria, asociada al nacionalismo exasperado, haya sido borrada. Sin embargo, el autoritarismo de los sistemas comunistas, equivalente al de los regímenes totalitarios de signo ideológico opuesto, había sido ya desbordado en Polonia. El general Jaruzelski ha dado un golpe de Estado no contra un Gobierno controlado eficazmente por los comunistas, sino contra un nuevo sistema político, social y económico, basado en los valores democráticos y la defensa de las libertades, que estaba comenzando a surgir entre las estructuras de un socialismo real no querido por las masas de trabajadores polacos.Tanto en el Este como en el Occidente hay, sin duda, poderosos intereses materiales que necesitan regímenes de fuerza para beneficiarse de su funcionamiento, bien sean los componentes de la nomenclatura burocrática, bien pertenezcan a grupos hegemónicos nacionales e, internacionales. En el escenario geopolítico, la nefasta concepción de la lucha planetaria entre los dos bloques predica que la fortaleza militar de esas alianzas y el alineamiento incondicional y disciplinado de los socios subalternos son dos valores supremos. La Unión Soviética y Estados Unidos aplican dentro de sus áreas de influencia los mismos criterios de realpolitik (política de la realidad) y se comprenden, recíprocamente, cuando Moscú invade Hungría, Checoslovaquia o Afganistán, en nombre de la lucha de clases mundial, o Washington aplica la mano dura en Latinoamérica, Africa o Asia, en nombre de la defensa de la civilización cristiana.

Pero los regímenes militares, se apelliden de derechas o izquierdas, sucumben antes o después a sus propias barbaries. Y es antes, sobre todo, en el caso de países que poseen arraigada tradición política y mediano desarrollo económico. La creencia de que a los problemas complejos de la sociedad civil en los países desarrollados se les puede aplicar las soluciones relativamente simples de la logística sólo consigue, a corto o medio plazo, aumentar la virulencia y la escala de los conflictos ya existentes y engendrar otros nuevos. El paro no puede ser arrestado, ni la inflación fusilada, ni el pensamiento encarcelado. Y para los amantes del capitalismo, la historia económica enseña que la productividad laboral de los esclavos, de los siervos o de los internados en un campo de concentración es siempre muy inferior a la de los trabajadores libres. La aplicación de penas inhumanas a la disidencia política sólo consigue profundizar las convicciones de los discrepantes, ampliar su campo de influencia y extender las semillas del odio y de la violencia entre los oprimidos. Antes o después, los problemas superficialmente enterrados mediante la violencia institucional y la manipulación o la censura informativa, resucitan con más empuje para mostrar que su complejidad congénita excluye cualquier solución simplista y definitiva.

Hay motivos sobrados por ello para preocuparse por este retorno del militarismo a las sociedades civilizadas -sean de un bloque u otro de los dos grandes imperios-. Se lleva a cabo en plena bancarrota y descrédito de los ominosos regímenes de fuerza y crueldad que han asolado el cono sur de América Latina y en medio de una gran tensión bélica en todo el mundo. Se corresponde además con una crecida de la influencia militar en las decisiones de los políticos en otros países en los que formalmente, al menos los Parlamentos mantienen la soberanía. Un aumento del militarismo como el que se viene produciendo es irremediablemente -en el terreno interno de los países y en el campo internacional- preludio de nuevos enfrentamientos y violencias bélicas. Y cuando uno contempla los ideales y los sueños de quienes creyeron en la capacidad de la humanidad para convivir libremente aniquiladas por la máquina militar puesta al servicio de los intereses de los poderosos, bien es posible preguntarse si no será que este mundo nuestro comienza de nuevo a perder la razón.

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