Aguas duras, aguas blandas
En una ficticia prueba con David López Zubero se narran los factores que facilitan la obtención de un récord de natación, un deporte en constante progreso
Como es sábado y no va a competir con nadie, antes de subir al bloque de salida le viene a la memoria la piscina de su barrio, de cuando él era pequeño. Aquella sí que era dura. Tenía los rebosaderos redondos; el agua rebotaba en ellos y volvía al medio de la piscina con más fuerza todavía. No había manera de evitar el oleaje. Para colmo, las corcheras estaban destensadas y eran de madera, de modo que no mantenían el agua quieta ni un instante. Al contrario, sólo una brisa las movía y hacían las olas más fuertes aún. Y además era de esas que van en cuesta y son profundas por una parte y por la otra no cubren. Tenía un agua tan dura, que ni una piedra la rompería. Allí nadie podría batir un récord, porque una buena piscina debe ser lo más parecido a una balsa de aceite. El oleaje jamás debe molestar al nadador.Pero la que tiene delante es una piscina estupenda. Los rebosaderos son como playitas, y vierten el agua fuera, en lugar de devolverla. Las corcheras filtran el agua y giran y están tensas; mide justo 1,80 metros, toda uniforme. El vaso de la piscina es de losetas alargadas en lugar de cuadraditos pequeños. El agua está deliciosa: 25 grados. Es un agua blanda, una piscina rápida. Ésto lo explican bien los tratados de dinámica de fluídos y turbulencias.
MIGUEL ÁNGEL NIETO, Madrid
M. S.,
Mientras piensa todo esto, vuelve a frotarse ese líquido americano que se llama Time off -fuera de serie- que le hace brillar. Es un líquido lubricante fabuloso. Se frota en las zonas del cuerpo no propulsivas: Hombros, cabeza -rapada, claro-, muslos, pecho. Las manos las deja secas, para agarrar mejor el agua. Acuden las moscas y al intentar espantarlas se rasga con una uña el bañador, que queda destrozado. Eso no le habría pasado si hubiera estado entrenando, porque llevaría puestos dos bañadores de los gordos, por lo menos, que además tienen bolsillos para que al nadar le entre agua y le retenga. Es un típico trabajo de sobrecarga, habitual en sus entrenamientos.
Pero Zubero, que ya está pensando en desplomar algún récord, no parece preocuparse. Al contrario. Sin esconder sus partes íntimas, corre hacia su bolsa de deportes y se pone otro nuevo. También de papel. igual de ajustado. Finísimo: no coge agua y se seca en un momento. Vuelve al bloque de salida, se pone las gafillas, se coloca muy agachado, casi en cuclillas, y se agarra muy fuerte con las manos a la base del bloque de salida. Está clarísimo: es el tipo de salida más rápido que se conoce por el momento. Se llama "salida de agarre". Ya la usa casi todo el mundo. Nadie se tira al agua con los brazos colgando. Aquélla salida convencional ya está desfasada.
¡Ahí va! ¡Qué salida! Se está elevando mucho más de lo habitual. Parece un avión despegando, parece como que se ha quebrado. Sí, es un salto de carpa. Es terrible, porque entrará demasiado vertical y tardará mucho en salir a flote Ya está cayendo, ya se ha quedado sin récord. Pero, ¿Cómo? ¡Ya está a flote!, y mucho más avanzado que si hubiera hecho la típica salida de competición, en la que el nadador se tira horizontal para no hundirse.
El secreto de la salida de Zubero es que, sí, entró vertical, pero a medida que iba entrando el cuerpo lo iba arqueando hacia arriba, y, justo en el momento en que sus pies tocaron el agua, dio lo que se llama un coletazo de delfín, que se propulsó increíblemente. Se llama salida de "entrada en agujero". Muy pocos nadadores son capaces de hacerlo. Pero el que lo hace bien puede ganar hasta medio cuerpo a su adversario.
Los 25 primeros metros los ha hecho sin tomar aire. Luego lo toma sin sacar apenas la cabeza. Toma el aire en el hueco del sobaco, por la boca, lo echa bajo el agua, por la nariz. Mientras lo echa va mirando la raya negra del fondo de la piscina. La ve muy nítida, gracias a las gafillas, que le protegen además de una conjuntivitis, y cuando llega a la cruz, lugar donde se acaba la raya, da dos brazadas más e inicia la vuelta. Él ya sabía que después de la cruz, por su estatura, le bastan dos brazadas para alcanzar con toda seguridad la pared y darse impulso en ella.
Pero, ¡cielos!, otra innovación: la vuelta. Casi no ha metido la cabeza. En lugar de una vuelta de campana ha hecho una rotación sobre sí mismo, se ha impulsado en la pared y ha aprovechado totalmente el impulso de sus piernas sin perder la aceleración y ganando dos cosas: la energía que habría gastado para contener la respiración más tiempo, si hubiera hecho una vuelta de campana, y el tiempo que hubiera gastado para salir a flote.
Y ahí está ya de nuevo, a cinco metros, después de haber hecho un sprint potentísimo en el que ha tomado aire en cada brazada. Ya llegó. Zubero sale de la piscina chorreando de sudor, porque los nadadores sudan.
Salnikov, tambien. El soviético asombró en Roma porque hizo los 15 parciales de la prueba de 1.500 metros en un minuto cada uno. No falló en ninguno. Es el típico ejemplo de máquina de nadar. Para calentarse, antes de cada prueba nada 3.000. Sus entrenamientos alcanzan los 25.000 metros diarios.
Salnikov, como todos los fondistas, llevan el planeamiento de carrera entrenado. Éso es todo en natación. En las pruebas de velocidad no existe táctica.
Sólo para blancos
La disciplina -más concretamente su escasez-, es lo que algunos argüyen para explicar por qué no hay nadadores negros en la alta corilpetición. Otros dicen, más científicamente, que los negros pesan más, por su configuración racial; porque el peso específico de su fibra muscular es mayor que el la fibra de los blancos.
Penalva opina "que en general son más corpulentos y necesitan tomar mucho más oxígeno que los blancos, sobre todo en pruebas de fondo". Algo de eso hay; es lógico pensar que si para unos deportes son privilegiados, para otros estén en inferioridad.
Para otros sólo hay natación en países donde hay dinero, y el único país con negros y dinero es Estados Unidos, donde hasta hace muy poquito han estado discriminados para acceder a las piscinas. "En Estados Unidos es muy diricil que un blanco te presente a un amigo negro dice Vallejo. "Allí les llaman, despectivamente, nigrous".
Carlos Bestit, médico deportivo, piensa que "es un problema casi filosófico: no les gusta el esfuerzo continuado; prefieren deportes al aire libre". La aparición de Chris Silver, un nadador de segunda fila estadounidense, dio la vuelta al mundo, no por sus récords conseguidos, sino por el color de su piel. Era el primer negro que llegaba a un nivel de calidad aceptable.
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